Cultura
'El buscador de setas' de Huelva, posiblemente el museo más pequeño del mundo
“Hay que investigar mucho, buscar tanto en anticuarios, mercadillos o incluso en internet”, explica el promotor
Un sendero que rodea la localidad onubense de Almonaster la Real llega hasta una antigua cuadra que podría ser, perfectamente, el museo más pequeño del mundo, donde un vecino de la localidad, Carlos José Romero, muestra objetos que ha ido recopilando toda su vida.
Se trata de un lugar que cada año es visitado por cientos de personas, atraídas por la curiosidad de ver en vivo elementos que, en algunos casos, hace más de cien años que dejaron de usarse y, al mismo tiempo, por la posibilidad de disfrutar de las vistas que se aprecian desde su acceso, en la loma de una colina que sube hasta el castillo y la mezquita del municipio.
Y todo ello bajo el nombre de 'El buscador de setas', un sitio que se puede visitar sin coste alguno, igual que es gratis la explicación que da Romero como creador y guía de las instalaciones, aunque se puede contribuir a su mantenimiento con dos euros, si se compra un imán de nevera, o cinco si lo que se adquiere es un disco de un coro local.
Siete días a la semana pendiente de encontrar rarezas
Carlos José Romero y su padre se han tomado este museo como uno de los grandes proyectos de sus vidas. Para sacarlo adelante, hace algunos años compraron toda una acera de cuadras y porquerizas que estaban en mal estado y, poco a poco, con una paciencia a prueba de bombas han ido montando todo lo que los visitantes ven a diario en su pequeña colección de tesoros.
Afirma que se pasa “siete días a la semana” pendiente de conseguir objetos que pueda añadir a su museo, y que incluso algunas de las cosas que muestra, como un reclinatorio que se usaría en una iglesia o una casa del pueblo hace décadas, lo encontró en un contenedor, porque alguien había decidido tirarlo a la basura.
“Hay que investigar mucho, buscar tanto en anticuarios, mercadillos o incluso en internet”, explica el promotor de la idea, que está atento a cualquier movimiento para poder encontrar nuevos enseres, “incluso de si el chatarrero tienen algo, se encuentra alguna rareza en la basura, hay desalojos o derribos”.
Y todo, afirma, sin ayuda oficial alguna, siempre “estando al tanto y sin parar prácticamente a diario”. Al encontrar una pieza tampoco termina su trabajo, porque en ese momento empieza todo un proceso de investigación para determinar cuál era el uso exacto que tenía lo que ha encontrado, su nombre exacto y cuándo dejó de usarse.
De hecho, aunque cuenta con centenares de objetos, puede decir con soltura no solo el nombre de cada uno, sino de qué forma se utilizaba o los peligros que conllevaban comparados con piezas más modernas o las que les han sustituido en la actualidad.
“Intento condensar todo en poco espacio”
Asegura que lo que intenta cada día es “condensar todo en el espacio que hay”, y solo hay que estar unos minutos en el museo para comprobarlo, porque todo lo que muestra “sorprende a la mayoría de las personas que lo ven”.
Con todo, ha conseguido una colección etnográfica en la que, recorrerla, casi supone dar un paseo en el tiempo, hasta el punto de que, como el espacio comienza a ser un problema, ha adaptado una cuadra cercana ya rehabilitada para recrear un quirófano de hace al menos 80 años, mientras que en una porqueriza a la que ha dado mucho cariño ha creado una “habitación medieval” que es la favorita de ver, sobre todo, de los niños.
“La gente me conoce, sabe a lo que me dedico, y a veces me avisan de que han encontrado algo o de que se va a hacer el derribo de una vivienda, para que esté atento a lo que pueda encontrar”, afirma, siempre pendiente de que su colección aumente, y de que su gran pasión siga atrayendo a su pueblo a cientos de personas cada año.