Encuentro
«La Iglesia espera mucho de las hermandades»
El cardenal Farrel señala el papel de las cofradías como escuela
La misión de las hermandades en la sociedad actual y su destacado papel como dique de contención a la secularización. Fueron algunos de los temas que se abordaron ayer en la segunda jornada del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular, que se celebra en Sevilla hasta el domingo. El cardenal Kevin J. Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, disertó sobre «Las hermandades: casa y escuela de vida cristiana, comunión y sinodalidad», remarcando que la Iglesia «confía y espera mucho» de estas corporaciones. Farrell comenzó su ponencia recordando que las hermandades están compuestas por laicos, aspecto que marca el tratamiento que se hace desde la Iglesia a este fenómeno tan relevante. La casa, término empleado en el título de la disertación, es «la concreción de un lugar, y en la riqueza de las relaciones que en ella se establecen es donde uno se siente reconocido, se siente acogido y a donde uno siempre regresa de buen grado», según informó la organización del encuentro.
A partir de ahí, trasladó esta figura a la realidad de las hermandades y lo que se espera de ellas. La hermandad, por tanto, está llamada ser «el lugar vital, hecho de espacios concretos y sobre todo de relaciones donde uno puede sentirse en casa, acogido y aceptado. Debe ser un lugar donde uno se sienta en familia, y redescubrir el reencuentro con su pasado». En cuanto a qué impide que la hermandad sea percibida como una casa por todos sus miembros, considera que hay que evitar la frialdad de las relaciones, «y esto sucede cuando entra en juego el anonimato, o cuando las relaciones se vuelven burocráticas y carentes de sinceridad». Por ello, destacó la necesidad de que cada hermandad conserve una dimensión familiar, «para que siga siendo una casa».
En esta línea, afirmó que «es responsabilidad de todos, dentro de una hermandad, perseverar en una firme fraternidad para que el individualismo de la sociedad contemporánea no infecte estas asociaciones».
A continuación, planteó el papel de las hermandades como escuela –«la escuela representa el lugar donde el individuo está llamado a salir de sí mismo»–, y señaló que están llamadas a ser «un lugar de intercambio de opiniones, de formación, de superación de fronteras para aprender a pensar de un modo nuevo». En las hermandades, teniendo en cuenta esta dimensión, se debe enseñar a «no permanecer inmóviles en el pasado» y a estimular la apertura al futuro, afirmó.
También tuvo ocasión de expresar sus reflexiones sobre la religiosidad popular monseñor Edgar Peña, sustituto de los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado de la Santa Sede. El prelado fue el encargado días atrás de entregar la Rosa de Oro a la Esperanza Macarena, un acto que le conmovió. «Lo que sucedió en la basílica de la Esperanza Macarena, la imaginación no hubiese llegado a un cuarto de lo que yo viví esa mañana», reconoció. «Me llevo ese encuentro maravilloso de la gente con la Virgen», añadió.
Monseñor Peña reiteró el valor de «la familia como primera transmisora de la fe», un aspecto cargado de relevancia en un tiempo en el que vivimos «un invierno demográfico». El enviado especial del Papa a este encuentro reconoció que regresa a Roma «sorprendido, gratificado y profundamente alegre por estar estos días en Sevilla», al tiempo que felicitó a la organización del congreso: «La Iglesia en Sevilla está haciendo bien su trabajo», destacó. El prelado comentó que estos días le han servido para descubrir «todo lo que hacen las hermandades», algo que tampoco debe extrañar ya que «son siglos de experiencia, espiritualidad y cultura».
Preguntado por el papel de las hermandades en medio de una sociedad cada vez más secularizada, subrayó que estas corporaciones son «unas de las grandes transmisoras de la fe». Al respecto, subrayó que «donde hay hermandades, devoción popular bien hecha, a través de la cual se evangeliza y la Iglesia hace el bien, allí hay vida, y vida en abundancia. Donde no hay se nota esta carencia».
Finalmente, monseñor Peña hizo un encendido alegato a la importancia de la alegría en estos tiempos actuales, y de lo que las hermandades pueden aportar en esta tarea. En este sentido, señaló que «un santo triste es un triste santo» y destacó de esta manera la experiencia de juventud y alegría en las Jornadas Mundiales de la Juventud, celebradas recientemente en Lisboa: «Yo creo que este es el modelo, y un reto porque estamos viviendo un tiempo de mucha tristeza».
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