Opinión: El Bloc

El niño-rey

Despojados de cualquier medida punitiva por esa odiosa plaga de la modernidad que son los pedagogos, los enseñantes se enfrentan a la marabunta adolescente ayunos de autoridad

Dos adolescentes observan el patio cerrado de un colegio
Dos adolescentes observan el patio cerrado de un colegioIñaki BerasaluceEuropa Press

La profe de Biología que el jueves, a riesgo de perder un ojo e incluso de perder la vida, impidió que un alumno de 14 del instituto jerezano Elena García Armada apuñalase fatalmente a otro estudiante es el epítome de los miles de docentes que, cada mañana, guerrean en los centros educativos andaluces sin siquiera un tirachinas contra las divisiones blindadas de la creciente violencia juvenil.

Despojados de cualquier medida punitiva por esa odiosa plaga de la modernidad que son los pedagogos, recetadores del buen rollo universal desde la comodidad de un despacho, los enseñantes se enfrentan a la marabunta adolescente ayunos también de autoridad, la que rara vez le transfieren unos progenitores enamorados de sus hijos y que ven al enemigo en cada adulto que contraríe su sacrosanta voluntad, e inermes para colmo desde un punto de vista académico, pues las sucesivas leyes de (in)educación proscriben el suspenso y anatemizan la repetición de curso: el porcentaje de éxito de las reclamaciones de aprobados ante la Inspección se aproxima mucho al 100% debido al minucioso retorcimiento de los criterios de evaluación, que convierten en quimérica la objetivación de un cate.

Este suceso jerezano, en el que además concurre la circunstancia de una patología, no ha sido más que un (casi) trágico recordatorio del problema que se está incubando desde hace lustros en las aulas: la entronización del adolescente como un rey absoluto que tiraniza a su capricho a quienes lo rodean, amparados además en la condición legal de inimputable. Será de más utilidad desencadenar debates adultos que montar un circo mediático de cuatro días en la puerta de un instituto y olvidarnos del asunto hasta que, la próxima vez, haya que lamentar algún muerto.