Entrevista

Rafael Dezcallar: «Un mundo sin Naciones Unidas sería volver a la ley de la selva»

El diplomático advierte que «China tiene una visión de largo plazo muy útil» mientras que en Europa los ciclos electorales «nos limitan»

Rafael Dezcallar
Rafael DezcallarAnna Elías

Diplomático de larga trayectoria y conocedor de escenarios tan sensibles como China, Rafael Dezcallar reivindica el papel de la diplomacia en tiempos de líderes personalistas y con el multilateralismo en crisis. Dezcallar nos atiende tras participar en la novena edición de Demos, el evento de referencia del sector fundacional organizado en Sevilla por la Asociación Española de Fundaciones (AEF). El también presidente del patronato de la fundación de Ayuda en Acción defiende la necesidad de que Europa se emancipe de la tutela defensiva de Estados Unidos y advierte que, si no aprendemos a planificar con visión de Estado, «pagaremos un precio».

Se suele decir que la diplomacia es el arte de la paciencia, pero vivimos en un tiempo acelerado, marcado por plataformas como X o Truth Social. ¿Cómo se mantiene la vigencia de la diplomacia en un contexto así?

La diplomacia no es solo paciencia, es el arte de conseguir resultados en condiciones difíciles y de evitar que los problemas escalen. La banalización de los mensajes y la falta de rigor que vemos en muchas redes no ayudan, ni a la diplomacia ni a nada.

Y más en un contexto geopolítico muy complejo donde el multilateralismo se debilita a una velocidad de vértigo.

No soy tan pesimista. Naciones Unidas tiene muchos defectos, pero un mundo sin la ONU sería infinitamente peor, volveríamos a la ley de la selva. La cuestión es demostrar su utilidad, reforzarla y lograr que también las grandes potencias encuentren en ella un instrumento válido.

Asistimos a un liderazgo global marcado por la confrontación personal: Putin, Trump, Netanyahu… de testosterona diplomática. ¿Qué consecuencias tiene este estilo de política?

Muy negativas. Si una potencia ve que la otra usa la fuerza, se siente legitimada para hacer lo mismo la próxima vez. Tenemos que convencer a esos líderes de que las normas internacionales son útiles también para ellos. Nos jugamos si seguimos en un orden basado en reglas o volvemos a la jungla.

En China, cuando Felipe González pidió a Deng Xiaoping una valoración sobre la Revolución Francesa, contestó que no había perspectiva histórica. ¿Es esa la mejor síntesis del pensamiento chino?

China tiene una visión de largo plazo muy útil. El control político del Partido Comunista le permite planificar a 20 años, mientras que en Europa los ciclos electorales nos limitan a año y medio. Si no aprendemos a establecer objetivos de Estado, lo pagaremos caro.

También es célebre la frase de Deng: «No importa que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones». ¿Es el pragmatismo la clave del ascenso chino?

Sin duda. Un partido comunista que hizo una revolución nacionalista para echar a los extranjeros ha convertido a China en un país con una economía capitalista. Eso es pragmatismo. Hace cosas de las que podemos aprender, como la planificación o la cultura del esfuerzo, pero otras, como el respeto a los derechos humanos, en las que debemos marcar límites.

Con todo, China genera recelos. A veces se pinta como motor de estabilidad y otras, factor de desequilibrio. ¿Cómo debemos relacionarnos con ella?

Es un país clave y debemos conocerlo bien. Hay ámbitos en los que podemos cooperar, como la planificación económica o el compromiso con el futuro del país, y otros en los que debemos defender nuestros valores frente a los suyos, muy distintos.

Entre Estados Unidos y China se libra la gran pugna del siglo XXI. ¿Qué papel debe jugar Europa?

Europa tiene que hacer sus deberes. No puede seguir dependiendo defensivamente de Estados Unidos, porque la dependencia militar genera dependencia política. Necesitamos gastar más en defensa, avanzar en la unión bancaria, tener un sistema financiero fuerte y empresas con dimensión global. Si no lo hacemos, quedaremos irrelevantes.

En una de nuestras entrevistas recientes, un bodeguero decía que ofrecería a Trump un amontillado y a Putin un rebujito, para rebajar tensiones. ¿Ayuda también el vino español en la diplomacia?

(Risas). En las embajadas españolas damos copas de vino español, como debe ser. Pero lo importante es ser conscientes de que estamos en un momento difícil, que requiere hacer cosas que hasta ahora no hemos hecho.