Entrevista

Sonsoles Ónega: «La vida no se puede alargar, pero sí ensancharla»

La ganadora del Premio Planeta habla de «Las hijas de la criada», una «rosa de los vientos que destila amor y abundancia»

Sonsoles Ónega
Sonsoles ÓnegaJavier OcañaLa Razón

Sonsoles Ónega ha ganado el Premio Planeta de este año con una emotiva novela que homenajea a la verdad en la conquista de derechos, sin consignas; al amor en los tiempos del realismo trágico y a la mar en clave femenina sin naufragar en el intento. Un ejercicio ambicioso de personajes y tramas que bien merece el Premio Gordo de los premios literarios.

Esta novela la consagra al arte de «aMAR», es decir, al «amor y mar que hay para todos».

Sin calculo previo, «Las hijas de la criada» es una rosa de los vientos que destila amor y abundancia. El mar como fuente de riqueza y naufragio. Y el amor, o su contrario, como constante que se manifiesta no solo en las relaciones de hombres y mujeres sino también entre hijas y hermanas, trabajadores y patronas, ciudades de ultramar o en los territorios íntimos.

También habla del amor de segunda oportunidad.

Compuesto de afectos y vivencias, sin importar a la edad que viene. La fecha de nacimiento no ha de limitarte ni hacerte preguntar si a estas alturas corresponde o no. Lo importante es que sea correspondido. Y aunque la vida no se puede alargar sí podemos ensancharla.

Leyendo su novela me da la sensación de que la literatura le está enmendando la plana a la Historia, que siempre fue escrita para gloria de los hombres. Clara es símbolo de lucha contra la adversidad.

Y añadiría que junto a la literatura, también las series de ficción están reescribiendo la Historia. La memoria también se forjará incorporando imágenes, sonidos y luces tanto de la pequeña pantalla como de las películas mentales que proyectas cuando lees. No todo se consigue con una explicación o un fin definido. Los personajes de la novela luchaban y conquistaban derechos sin saberlo. Sembraban una semilla y esperaban a ver qué pasaba. Hacían y punto.

En la novela pone el foco en mujeres que no solo «sacaron la casa para adelante» sino que fueron el sustento de la economía familiar.

La novela también es un homenaje íntimo y no premeditado a la mujer de mar. El hombre no construye solo un imperio, siempre hay una mujer trabajadora delante o detrás del mismo. La mujer de hoy está recogiendo los frutos de todas aquellas que nos precedieron.

Y eso que a lo máximo a lo que llegaban era a «leer, escribir, contar».

Fíjate que sencillo. Hoy día necesitas Masters, cuarenta Erasmus... Mientras que Clara aprende a escribir sola, amplía su vocabulario con las palabras que encuentra en la páginas de los periódicos que envuelven el pescado y las operaciones de cálculo no van más allá del dos más dos. Con solo eso te podías comer el mundo e incluso ponerle una escalera a las demás para que no se quedaran atrás.

Todo ello si no quedabas preñada «de forma accidental». Ahí Clara también es beligerante y hace saber que «los hijos no los hace un hombre, sino que los deciden las mujeres».

Quizás ella esté en el origen del No es No (sonrisa de constatación). Pero lo maravilloso es que lo hacían desde una convicción de compromiso personal y no de consigna. A nuestras bisabuelas y abuelas nadie les decía lo que tenían que hacer. Ahora el discurso de la mujer está más dirigido y politizado. Una pena.

Además, trata el naufragio del Titanic Español, la gripe española que era un «catarro ruso», los casos de bebés robados, la España supersticiosa… No se ha dejado casi nada.

Es que el siglo XX es muy prolijo en sucesos y todos muy susceptibles de ser novelados. También era digna de contar la conserva como industria y alimento. Además de muy pujante y «rica, rica», era lo único que tenía en común los frentes de guerra sin distinción de bandos. Se alimentaban con lo mismo.

Por cierto, la novela también abarca el Desastre del 98. Y habla de Cuba como una «arruga en el alma». Poco ha cambiado la cosa.

Lo sigue siendo, pero esa verruga cada vez tiene peor color por el propio fracaso del comunismo. Hace años estuve allí, por los noventa, y ya entonces daba pena ver a La Habana Vieja llorando por sus esquinas.