Salud

Contra los nutricionitas

Contra los nutricionitas
Contra los nutricionitaslarazon

Ojo! No falta una ese. No me refiero a los nutricionistas, con ella, que son personas dedicadas al estudio de las repercusiones de la alimentación en la salud, sino a los nutricionitas, que son una secta frailuna, bobalicona, mentirosilla, evangelizante, inquisitorial y políticamente correcta cuyo objetivo es amargar la vida de quienes la amamos y, en la medida de lo posible (y a veces de lo imposible), la disfrutamos. Unos aguafiestas, ¡vaya! Supongo que no es necesario recordar a los lectores cuanto al hilo de la historia de esta columna y en las páginas de mi libro sobre el elixir de eterna juventud vengo escribiendo acerca de la importancia de la alimentación en todo lo que se refiere al buen funcionamiento de la fisiología. Eso, sin embargo, no es óbice para que hoy rompa lanzas no a favor, sino en contra de los siesos, esaboríos y pelmazos redentoristas que pretenden imponernos, con notable apoyo mediático, las supuestas bondades de renunciar al placer del buen yantar y acogernos a la tediosa santurronería clericaloide del vegetarianismo, el veganismo, el café sin cafeína, la cerveza sin alcohol, las bebidas light, el suplicio de las cinco comidas al día, las barritas de no sé qué, la dichosa quinoa, las dietas de los doctores Fulano, Mengano y Zutano, le enzima prodigiosa, la esencia de mofeta (sic... es el último hallazgo para perder peso) y otras gilitontunas por el estilo. ¡Basta ya, por favor! Déjennos ser felices embaulándonos de vez en cuando un buen chuletón, o una perola de fabada con todo su compango, o un cochinillo de Arévalo, o un torrezno de Soria, o una bandeja de patatas fritas no congeladas, o unas migas con huevos fritos, o un pernil de lechazo en Sepúlveda. Escribo esto en París después de haberme zampado con una chica guapa frente a mí un chorizo criollo, 600 gr de «baby beef», media botella de Malbec y un vaso de panacota recubierta de dulce de leche. ¡Líbrenos la memoria de la paella de mi madre de todos los integrismos! Sin libertad y sin felicidad de poco sirve la buena salud. Ambas son condiciones sine qua non para obtenerla y para mantenerla. Al hombre justo, decían los cátaros, todo les está permitido. Incluso un cocido madrileño de tres vuelcos. Eso sí: limítense a no consumir leche ni refrescos embotellados ni carnes procesadas ni porquerías envasadas ni bollería industrial ni azúcares tan vacíos de sustancia como la mollera de un podemita. ¡Buen provecho!