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¿Vegano yo?

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Esta columna es un desahogo. Tómela como tal con sentido del humor el colectivo vapuleado en ella. Antecedente: estoy hasta las narices de que medio mundo y parte del otro medio adhieran a mi persona etiquetas falsas y falseen, de hecho, no sólo lo que hago y lo que soy, sino incluso lo que no soy y lo que no hago. Ejemplos: no soy de derechas (de izquierdas, menos aún); no soy facha (rojo, menos aún); no soy budista (cristiano, menos aún); no soy creyente (ateo, menos aún); no soy machista (feminista, menos aún); no soy patriota, (nacionalista o multiculturalista, menos aún)... Y, por lo que hace al caso de esta columna, no soy ni he sido nunca vegetariano (vegano, menos aún), pese a lo que tantos piensan y dicen de mí. Soy omnívoro, como lo fueron mis antepasados, y los tuyos, lector, allá por los tiempos felices del Paleolítico. Antecedentes: todo el mundo tiene fobias y filias. Unas y otras se exacerban con la edad, y yo friso ya en la de ochenta y dos. Son mecanismos espontáneos de simpatía o antipatía que resulta casi imposible explicar. Carecen de razones convincentes. Son mecánicos e incluso, cuando adquieren proporciones desmesuradas, arbitrarios, injustos y neuróticos. Lo admito. Así, por ejemplo, mi creciente e irrefrenable hispanofobia, que me lleva a extremos tales como detestar la tortilla de patatas, el jamón, los bares, el tapeo... Y las cocretas (cocretas, he dicho bien), más aún. Una de mis fobias más arraigadas, pues viene de hace mucho, es la que me lleva a desconfiar a priori (a posteriori, según) de quienes llevan gafas de sol. Sé que es irracional, arbitrario, desmesurado, neurótico y, por supuesto, injusto, pero no lo puedo evitar. Pues bien: lo mismo me sucede, y ya me sucedía en mis años de hippy, con el vegetarianismo. Desconfío de los vegetarianos. Es instintivo. No los tengo por afines. Percibo en ellos una ausencia de joie de vivre que casa mal con mi carácter. Me gusta comerme el mundo a bocados, sé que en él hay mucha carne y me gusta la gente que comparte ese apetito. También sé, porque alguna vez lo he comprobado, que en los restaurantes vegetarianos puede comerse bien, pero nunca entro en ellos, porque me parecen tristones, reprimidos, estreñidos y con tufo a sacristía. El vegetarianismo es una religión y genera, como todas las religiones, fundamentalismos. Los veganos son una secta integrista del vegetarianismo. Y éste, además, no es bueno para la salud. Seguiré atacando.