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Sanidad pública

Fernando Sánchez Dragó / Foto. Jesús G. Feria
Fernando Sánchez Dragó / Foto. Jesús G. Ferialarazon

Me entero, muy de refilón, porque vivo al margen de la maledicencia, de que los apesebrados periodistas de costumbre, fieles siempre a las consignas que les imparten los reyezuelos de la progresía, han desencadenado una ridícula campaña «ad hominem» en lo concerniente a unas supuestas declaraciones mías en las que denigro la Sanidad pública y llego, incluso, al extremo de pedir su eliminación. No suelo responder nunca a ese tipo de manipulaciones, pero en esta ocasión voy a hacerlo. Las declaraciones, sacadas de contexto, a las que la citada maledicencia se remite proceden de una entrevista publicada por una cabecera digital. Para encontrarla hay que remontarse a 2016, que es cuando apareció mi libro «Shangri-La. El elixir de la eterna juventud» (Planeta). Lo que yo criticaba en esa entrevista no era la eficacia de nuestro sistema de sanidad, que está por encima de toda duda, sino los mecanismos de su financiación. Creo que la Sanidad pública española es excelente y que quienes trabajan en ella son magníficos profesionales, pero preferiría que no se financiase a costa de arrebatar a los contribuyentes la tercera parte de lo que ganan para alimentar las arcas de esa colosal estafa que es la seguridad social. Súmese lo que el hombre medio entrega al Estado a lo largo de su vida y réstese lo que, excepciones aparte que deberían resolverse con partidas también excepcionales, recibe de éste. En el balance de tan sencilla operación aritmética está el cómputo de la estafa a la que aludo. Escojamos como ejemplo el de una persona que trabaje cuatro décadas, renuncie a la tercera parte de su sueldo para financiar la seguridad social, se acoja a los subsidios de paro durante dos o tres años, asuma los habituales gastos médicos que por término medio se abonan a lo largo de la vida y cobre la pensión jubilatoria durante quince años. Únase a estas cifras no en la columna del debe (la de lo recibido), sino en la del haber (la de lo entregado), los beneficios de la capitalización por interés compuesto de las sumas abonadas al Estado durante la vida laboral y... El cálculo es sencillo. La diferencia entre lo que pagamos y lo que recibimos es colosal. Ésa es la estafa. Sí, por lo tanto, a la Sanidad pública española tal como hoy existe, pero financiémosla directamente, sin intermediarios que se adueñen del ahorro generado por nuestro trabajo y evaporado en el cambalache que aquí denuncio.