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Una afrenta a la democracia

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Una afrenta a la democracialarazon

Isabel Bonig denuncia la equidistancia del gobierno entre los violentos y sus víctimas

Alsasua, 4 de noviembre. Es una localidad, navarra en este caso, pero podía haber sido cualquier otra. Lo que allí ha sucedido es, lamentablemente, lo que está pasando en microactos o microdecisiones en muchos otros puntos de la geografía española y que ponen de relieve la intolerancia, la violencia física y verbal que van ganando terreno en nuestra sociedad.

Avanza la democracia en edad, ya es madura, pero retrocede con intentos como los que allí se han producido de mermar la libertad de expresión y de cercenar el apoyo a quienes nos protegen de los enemigos de la libertad. Todos los que se congregaron en torno al homenaje a la Guardia Civil perseguían el objetivo de decir alto y claro que no hay ningún municipio que sea territorio sin ley. La pluralidad es sana y nadie debe imponer a su prójimo un pensamiento y menos por medios coercitivos.

Un grupo de violentos lanzó estiércol, piedras, profirió insultos o doblaba las campanas durante los discursos de los organizadores en un intento baldío y cobarde de silenciar a quienes defienden la convivencia pacífica. Homenajear a la Guardia Civil en esa localidad cuando dos miembros del cuerpo y sus parejas fueron apaleados por una turba en un bar hace un par de años parece de todo punto lógico. Y escapa a todo raciocinio que las víctimas sean objeto de escarnio público por parte de quienes apoyan a los agresores.

Entre los agitadores estaba el “carnicero de Mondragón” un ilustre miembro del club de asesinos de ETA que se llevó por delante 17 vidas sin arrepentimiento posterior. Y entre los que defendían la libertad encontramos a José Antonio Ortega Lara con 532 días de secuestro y tortura a sus espaldas por parte de la banda criminal –esos a quien Otegi, que ahora recibe homenajes, apoyaba con información para otros secuestros–.

Es propio de una sociedad enferma lo que vimos en Alsasua. Lo fue la agresión cobarde y vil a los guardias civiles y sus parejas en un bar del pueblo; lo fue que una de las agredidas y sus padres tuvieran que abandonar esta localidad por miedo a más represalias por parte de los violentos; y lo fue ver que el ultraje al que fueron sometidos no merecía reparación a ojos de quienes han bebido en las fuentes del odio más extremo.

Los nacionalismos, que es lo que subyace en el intento de anexión de Navarra al País Vasco, son un virus para cualquier sociedad y en España el contagio está siendo más elevado de lo que sería deseable. Ni siquiera desde el partido gobernante en la nación han sabido actuar, es más, algunos de los integrantes del PSOE han blanqueado con sus declaraciones las agresiones y la falta de libertad vivida en Alsasua.

Escuchar al portavoz del PSOE en el Senado, Ander Gil, decir que era una “grave irresponsabilidad” organizar el acto de apoyo a la Guardia Civil al que acudieron miembros de Ciudadanos, PP y Vox es nauseabundo. ¿Qué debería hacer la sociedad en estos casos? ¿Callar para no molestar a los violentos? Desafortunadamente eso es lo que sucede en muchos pueblos del País Vasco donde no se oye el ruido de la pistolas o las bombas pero siguen estando exentos de normalidad en simbología institucional o pluralidad ideológica.

¿Ander Gil preconiza eso? Me gustaría saber qué piensa de que a compañeros suyos les costara la vida defender las siglas del PSOE a manos de ETA. Fernando Múgica, Fernando Buesa, Enrique Casas Juan María Jáuregui, Ernest Lluch, Froilán Elespe, Juan Priede, Joseba Pagazaurtundua, Isaías Carrasco... ¿No se le cae la cara de vergüenza?

Y el ministro de Fomento, José Luis Ábalos, refleja la equidistancia del Gobierno al considerar que los organizadores “podían haber evitado perfectamente los enfrentamientos”. De nuevo, callar, ser apaleados y no defender la libertad con mayúsculas es la bandera de los que gobiernan en España ahora. Parece lógico si atendemos a quiénes se han encomendado para llegar a la Moncloa pero resulta muy triste.

Dar carta de normalidad a las presiones, los ataques verbales y físicos a quienes defienden la unidad de España y a quienes la protegen resulta aterrador y supone decirles a 300.000 exiliados del País Vasco que nunca podrán volver a su tierra si no aceptan la voluntad supremacista de los nacionalistas.

Tengo la conciencia tranquila por estar en el bando correcto. Con las víctimas siempre y no con los asesinos y quienes les apoyan porque ese virus totalitarista que sufrimos en España se extiende. En Cataluña ya asoma con fuerza y en la Comunidad Valenciana hemos visto manifestaciones también de crítica a los organizadores del acto en Alsasua y una sutil connivencia con los violentos. El concejal de Movilidad del Ayuntamiento de Valencia, Giuseppe Grezzi o el diputado autonómico Josep Nadal (ambos de Compromís) viajan en ese vehículo de la intolerancia.

La afrenta a la democracia no se puede consentir y los que llevamos en las venas la convivencia, la paz, la diversidad, la pluralidad, el diálogo, el orden, la ley y la justicia, seguiremos perseverando para que arraiguen en España de forma definitiva. Son otros los que deben mirar si están en el bando correcto.