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Vivienda

Madruga y entiende por qué aquí la mejor foto sale después de guardar el móvil

Este lugar, más que un objeto para la cámara, es un personaje del barrio. No habla, pero acompaña. Marca puntos de encuentro y da indicaciones a quienes llegan por primera vez

Madruga y entiende por qué aquí la mejor foto sale después de guardar el móvil Flicker

A primera hora de la mañana, cuando el pueblo de Arrieta (Lanzarote) comienza a oler a pan recién hecho y a redes de pesca húmedas, una fachada azul y rojo se enciende al borde del charco. No hace ruido. No lo necesita. La Casa Juanita o la de colores, la que muchos llaman "la china", y la que todos señalan al pasar está ahí, quieta, luminosa, como si llevara un siglo esperando a que alguien la mire como se merece.

No es una casa cualquiera. Dicen los mayores que un padre la levantó pensando en su hija enferma, para que el yodo del Atlántico le diera aire y vida. Uno imagina esa decisión y entiende la mezcla del rojo terroso de la base, los ventanales y el tejado con remate oriental. Y por eso se ha quedado a vivir en la memoria de Arrieta.

Alrededor de las nueve, empiezan a llegar familias con toallas al hombro. Los niños se asoman al charcón como si fuera un acuario; los abuelos se sientan mirando al horizonte y a la casa por turnos, como quien vigila dos nietos a la vez. Alguno cuenta, sin solemnidad, que esta vivienda ha visto pasar temporales, mudanzas, veranos, amores de playa y despedidas tempranas de verano. Y uno siente que tiene razón, porque en los marcos azules hay sal pegada, y en las piedras del entorno, cicatrices de mareas que se repiten desde siempre.

La noticia hoy no es un premio ni una inauguración. La primicia es que Casa Juanita sigue ahí, viva, y que cada temporada gana nuevos lectores. Se leen sus líneas rectas plantadas frente al oleaje; se lee la franja roja como si protegiera el corazón; y también las ventanas que lo miran todo, del muelle a la piscina natural, del pescador que desenreda anzuelos al turista que busca el ángulo perfecto para su foto.

No ha sido fácil llegar hasta aquí. El salitre no perdona y las casas junto al mar envejecen antes que las demás. Esta también ha tenido épocas de cuidados y otras de descuido, fases de planes que ilusionaron y no cuajaron, manos que pintaron y otras que se fueron. Pero el pueblo la ha mantenido en su relato, porque cuando parecía que el color se apagaba, volvía a encenderse; cuando las dudas asomaban, reaparecía el acuerdo mínimo de esa certeza tranquila que no se puede entender Arrieta sin la Juanita a la orilla.

Por ello, más que un objeto para la cámara, es un personaje del barrio. No habla, pero acompaña. Marca puntos de encuentro (“quedamos junto a la casa roja”), da indicaciones a quien llega por primera vez (“sigue hasta la casa de colores y verás el charco”) y sirve de telón de fondo para cualquier celebración.

Hay también una lección escondida, y es la de los afectos que se vuelven patrimonio. A veces pensamos que las herencias son solo dinero, piedras antiguas, museos o fechas. Casa Juanita recuerda que la fortuna también son las historias que nos contamos, los cuidados que repetimos, la belleza que defendemos incluso cuando no encaja del todo en la norma. Que un edificio nazca de un acto de amor y se sostenga en la voluntad de una comunidad dice mucho de un lugar. Dice, sobre todo, que aquí la identidad no es un uniforme, sino un tejido.

Cómo llegar

Si vas a verla, hazlo como se visita a una amiga. Es decir, sin prisa y con respeto. Llega por el paseo, deja que el viento lanzaroteño te despeine y que el salitre te pique un poco. Acércate al borde del charco, mira los reflejos y, si puedes, guarda el móvil unos minutos. La foto saldrá mejor después, cuando ya la hayas mirado de verdad. Pregúntate qué historia te cuenta hoy. Quizá escuches el rumor de una niña que respira mejor frente al océano, o el murmullo de un padre que no se rinde, o el coro de un pueblo que, con todas sus diferencias, decide conservar una alegría en la orilla.

Y cuando te vayas, fíjate en lo que cambia. El rojo parece más cálido con el sol alto. El azul, más hondo cuando la tarde cae. Al marcharte, Arrieta se queda como estaba, con su muelle, sus barquitas, sus voces bajitas. Pero algo te acompaña, es la sensación de que una casa puede ser un abrazo. En un mundo que a veces corre sin mirar, Casa Juanita recuerda lo esencial, que es respirar, quedarse un momento, y entender que hay lugares que laten, aunque no tengan corazón. Aquí, a ras de mar, late uno de ellos.