
Cultura
Benito Boniato, el renacer de un personaje icónico
Dolmen Editorial recupera en una edición integral una de las grandes creaciones de los hermanos Fresno, nacidos en Soria y afincados desde la adolescencia en Valladolid

Han pasado 44 años desde la presentación en sociedad de Benito Boniato, un soñador irredento, adolescente en la España en ebullición de los inicios de los años 80. Fue a través de las páginas de la revista ‘Zipi y Zape’ y de sus respectivos especiales en la editorial Bruguera cuando los hermanos Carlos y Luis Fresno, dos sorianos afincados desde la adolescencia en Valladolid, dieron a conocer a este joven, un díscolo estudiante de Bachillerato sin demasiadas ganas de estudiar, más preocupado por los deportes, las motos, las chicas y la música que por cualquier otra cosa. El personaje “conectó de inmediato con el público”, según recuerdan ahora los autores tanto del guion como del dibujo, pero Bruguera, un gigante editorial que rondaba los 10.000 millones de pesetas de facturación en 1981, presentó suspensión de pagos el verano siguiente y aquello enterró a Boniato, como a tantas otras creaciones que ponían luz en los ávidos lectores que cada semana se aferraban a ellas.
Benito Boniato fue mucho más que un cómic juvenil: retrataba en clave de humor la vida cotidiana de la España de los 80, con sus contrastes sociales, su imaginario colectivo y sus pequeñas grandes aventuras de instituto, amistad y familia. Ahora, con la ayuda y supervisión de los Fresno, Dolmen Editorial (con su responsable, Vicente García, a la cabeza) acaba de lanzar en las librerías españolas el primero de los cuatro volúmenes previstos para una edición integral restaurada que reunirá, de forma cronológica, todas las aventuras de un personaje deudor del detallista y cuidado cómic franco-belga que siempre apasionó a los Fresno, y que en cierta medida supuso “la entrada en la modernidad europea” de la editorial Bruguera.
El proceso, relatan, ha sido “una tarea muy compleja”, ya que tras el cierre definitivo de Bruguera en 1986 se perdieron la práctica totalidad de originales (“hay mucha leyenda en torno a eso, se dice que los pudieron quemar, pero nadie sabe dónde están”, relata a Ical Luis Fresno). Los hermanos apenas conservan algunas páginas de los cientos que crearon para la revista, como la primera propuesta de personaje que presentaron al temido director artístico de la editorial, el burgalés Rafael González, o el inicio de la última historieta, en la que estaban trabajando cuando quebró la empresa. Es por ello que “ha sido preciso emprender un proceso casi arqueológico para recomponer las historietas con fidelidad y respeto al trazo original”, señalan desde Dolmen, sobre un trabajo en el que han contado con los creadores “desde la selección del material hasta la revisión de color y detalles narrativos”.
“Su implicación ha permitido mantener intacto el tono fresco, costumbrista y satírico que convirtió a Benito Boniato en una figura icónica del humor gráfico”, apuntan desde Dolmen, mientras los creadores sonríen recordando el viaje que emprendieron hace ahora dos años, en esta recuperación: “Ha sido como excavar en nuestra propia historia. Ver que el personaje sigue vivo y que aún provoca sonrisas es una gran satisfacción”.
El resultado, con la primera entrega de las cuatro entregas previstas ya a la venta, al precio de 39,95 euros, no es solo un homenaje al personaje, sino también una aportación clave a la memoria del cómic español. El volumen se presentó en sociedad ayer viernes en la librería Tomos y Grapas de Madrid, con los autores firmando decenas de ejemplares entre sus seguidores, y los Fresno presentarán su obra el próximo 4 de julio en Valladolid, su ciudad de adopción, en La Parada de los Cómics a partir de las 19.00 horas.
Los orígenes
Carlos y Luis Fresno nacieron en Soria en 1952 y 1956, respectivamente, en el seno de una familia con raíces en El Burgo de Osma. En los primeros años de su infancia (cuando Luis apenas tenía tres años y Carlos “seis y pico”), sus padres se trasladaron por motivos laborales a Palma de Mallorca, y fue en la isla balear donde pasaron la niñez y la adolescencia, marcada a fuego por el veneno de los tebeos.
“Nunca me gasté un solo céntimo en pipas, regalices o caramelos. Todo el dinero que reunía era para tebeos y libros”, recuerda Carlos, el mayor, que con diez años ya tenían una envidiable colección de ‘Historias Selección’, donde Bruguera reunía cómic y texto, con algunos de los más grandes ilustradores de la época dando vida a grandes clásicos de la novela juvenil como ‘Miguel Strogoff’ o ‘La vuelta al mundo en los 80 días’. En esa época, también devoraba las aventuras de Los Cinco y de Los Siete Secretos, de Enid Blyton, junto a obras clásicas como ‘La Eneida’ y ‘La Odisea’.
Además, su hermano Luis recuerda que tenían acceso a la inmensa biblioteca de cómics que los frailes de su parroquia, la Iglesia de Santa Catalina Thomás, atesoraban en Palma de Mallorca. “Cuando ibas allí te daban libros, sobre todo cómics de Roy Rogers, de Superman, Batman o Vidas Ejemplares de la Editorial Novaro”, rememora en declaraciones a Ical. Casi por imitación, el hermano pequeño se enganchó a la lectura a través de Pumby, el personaje creado José Sanchis Grau, mientras el mayor se hacía con las colecciones completas de ‘El capitán Trueno’, ‘El Jabato’ y ‘El cosaco verde’.
El camino hacia el dibujo fue algo natural, y Carlos recuerda cómo, con diez años, el profesor Pla, un pintor que se ocupaba de darles clases de dibujo en el colegio, ya advirtió a su padre de que no sería imprescindible que su hijo mayor estudiara, porque sería capaz de ganarse la vida muy bien con el dibujo y la pintura. “La pena es que no conservo nada de aquella época”, desliza ahora.
Juntos, comenzaron a dibujar a cuatro manos, con la principal formación de sus infinitas lecturas, principalmente de la escuela franco-belga de cómic, con referentes como André Franquin o las creaciones de Uderzo y Goscinny, a quien antes de disfrutar con Asterix descubrieron con Umpa-pá, el piel roja, en la revista ‘Cavall Fort’, que repartían en su colegio en Mallorca. Bien pronto encontraron un hueco para sus creaciones en diferentes medios, y “casi de forma simultánea”, se encontraron publicando en la revista ‘Vida y luz’ (una publicación nacional promovida por los Hermanos de La Salle, donde colaboraron en medio centenar de números con secciones como ‘Historietas de la Historia’, donde recreaban “en clave chusca”, apunta Carlos, las vidas de Sócrates, Aníbal o Juana de Arco, conectando el cómic con otra de las grandes pasiones que siempre han tenido); en el periódico ‘Diario Regional’ (donde se ocupaban del chiste político diario y del suplemento infantil ‘El Juglar’) y en la editorial Bruguera, La Meca para cualquier aspirante a dibujante en España en aquel momento.
El desembarco en Bruguera
Siendo aún menores de edad, los hermanos Fresno decidieron viajar a Barcelona para llamar a las puertas de la gran editorial, entonces propiedad de Francisco Bruguera Grané. “Fuimos a ver al famoso señor González”, evoca Luis, en alusión al director de publicaciones de Bruguera. “Era muy simpático”, sonríe irónico mientras viaja en el tiempo para referirse a Rafael González, a quien su sobrino, el periodista Enric González (hijo a su vez de Silver Kane, uno de los grandes autores estrella de la editorial), definía como “un hombre frustrado, emocionalmente gélido, envuelto en un halo de amargura”, y al que de puertas para adentro se conocía como “el tirano, el censor del lápiz rojo”, en palabras de Enric.
Sin entrar en el carácter de González, pero aludido por el comentario silencioso de su hermano Luis, Carlos Fresno reconoce estarle “muy agradecido” al burgalés. “Él nos dio una oportunidad. Si yo hubiera estado en su lugar y me llevan los dibujos que nosotros le presentamos, les hubiera despachado con viento freso, pero él nos dio la oportunidad de publicar cuando aún éramos muy pequeños, admitiéndonos tanto el dibujo como los guiones”, apunta. Aún hoy, los hermanos Fresno recuerdan ese primer encuentro como si estuvieran allí: “Él estaba en un sillón elevado y tú te sentabas en un asiento abajo y le mirabas, mientras te decía repetidamente: ‘Esto, así, no’, y te llenaba de garabatos toda la página”, relata Carlos.
Entre sus primeros personajes para Bruguera, dieron vida a ‘Tiriciano, el veterano’, que comenzó a publicarse en 1971 en la revista ‘Tio Vivo’, inspirado en las lecturas de la trilogía de Jean Lartéguy (‘Los centuriones’, ‘Los pretorianos’ y ‘Los mercenarios’); Ataúlfo Cartabón (1972, DDT), un impulsivo delineante; o Paulino y Pernales, exportación de animales, en la línea de Spirou, donde ya se apreciaba un guion y un dibujo “más elaborados”.
Tras trabajar en varios personajes para la editorial, que alternaban con encargos para el Ayuntamiento de Valladolid, Mermeladas Helios, Renault (recrearon con todo detalle la vida del creador de la compañía, Louis Renault, en las páginas de ‘Rombo’, la revista para los trabajadores) o hamburgueserías locales como Bronko y Risko, en la calle Santiago, los hermanos Fresno presentaron a comienzos de los años 80 en Bruguera el que sería uno de sus personajes más recordados: Benito Boniato, un joven adolescente que, como rezaba el subtítulo, “estudia Bachillerato”.
El éxito fue inmediato, y se llegaron a distribuir 160.000 ejemplares de cada tomo. Ahora, echando la vista atrás, los Fresno consideran que la clave para ello fue que el personaje “conectó con los lectores porque le sucedían cosas que les podían pasar a ellos”. “Conectamos con algo especial”, señala Luis, mientras Carlos centra el tiro: “A la gente le gustaba la música, los guateques, el deporte (aunque éramos unos maletas)… Era nuestra generación”.
Todo el microcosmos familiar y de amistades y compañeros que rodeaba a Benito, con sus padres, su hermano pequeño (Julito) o sus amigos (Luis y Quintalón) es algo que “apareció de una forma natural”, señala Carlos sobre una serie que supuso para ellos un boom de reconocimiento en todo el país. “Funcionó muy bien, hasta que todo se torció”, recuerdan ahora.
En Benito Boniato, que ahora vuelve a brillar en todo su esplendor, conviven unos personajes muy bien definidos, de tono caricaturesco, con objetos, animales y vehículos cuidados hasta el más mínimo detalle, muestra de otra de las muchas facetas creativas de los Hermanos Fresno: el dibujo realista. De esa forma, en un momento en el que en los tebeos españoles predominaban los dibujos planos y sin profundidad, en las historietas de Benito Boniato aparecen desde realistas Seat 600 o Renault 5 hasta un Saeta, el primer avión a reacción construido en España, que en esos años podía verse en el aeródromo de Villanubla. Además, las aventuras del protagonista discurrían por escenarios bien familiares para los vallisoletanos, y en sus viñetas aparecen localizaciones como la iglesia de La Antigua o el castillo de Torrelobatón, de una forma perfectamente identificable.
La sonrisa y hasta la carcajada es inevitable para Carlos y Luis Fresno mientras releen alguna de sus creaciones de entonces. “El humor siempre fue una herramienta clave para nosotros. Sin ser hiriente, un poco chusco, pero sin ofender a nadie”, explica Carlos.En sus viñetas están ellos mismos, su infancia en Mallorca, donde Luis aprendió a bucear en Cala Ratjada y Sa Font de sa Cala, donde juntos cazaban pulpos con arpón, y por supuesto los años de ambos en Valladolid, con espacios como la pista de hielo que entonces se montaba en la Feria de Muestras, donde iban a patinar.
Entre los originales que conservan, nos muestran trabajos a gran escala con Benito cabalgando un detallado caballo, que luego coloreaban con una técnica de su propia invención. “Comprábamos una caja de rotuladores Carioca, sacábamos el tubo que tienen dentro y los hervíamos. Después llenábamos tarritos con todos los colores y luego los aplicábamos con pincel”, señala Luis sobre una técnica que les permitía trabajan con tonos que, a diferencia de la acuarela tradicional, no tapaba los trazos originales de tinta negra. “La de cazuelas que le estropeamos a nuestra madre haciendo pruebas…”, sonríe Carlos.
El éxito se disparó, y la nueva directora editorial de Bruguera (Ana María Palé) se desplazó hasta Valladolid en persona para brindarles un ambicioso nuevo proyecto de escala europea. La juguetera alemana Bully Figuren (hoy Bullyland) acababa de perder los derechos sobre los Pitufos de Peyo, de los que producían millones de figuritas en PVC cada año. En respuesta, crearon unos personajes muy similares a los que bautizaron como Astrosniks, y para promocionar las nuevas figuritas entre los jóvenes decidieron encargar a los hermanos Fresno una serie de cómics que verían la luz por media Europa, protagonizados por los nuevos personajes.
Por primera vez, los Fresno asumieron un encargo en el cual no se encargaban ellos mismos del guion, que en esa ocasión corrió a cargo de Jaume Ribera (el creador de Flanagan). Ellos llegaron a dibujar hasta diez tomos de los Astrosniks, aunque solo los cuatro primeros vieron la luz (la quinta entrega, ‘El rapto Snik’, llegó a tener un ISBN asignado, pero nunca llegó a publicarse por la suspensión de pagos de Bruguera). La posibilidad de recuperar ahora aquella serie, también de la mano de Dolmen Editorial, es algo que ahora está sobre la mesa para el futuro.
La desaparición de Bruguera
El cierre del coloso fue totalmente inesperado, y como recuerda Carlos en su caso les dejó un descubierto colosal, de cuatro millones de pesetas de la época sin liquidar, en concepto de derechos de autor. Por aquel entonces, habían abierto la Librería Fresno’s en la Avenida Palencia, y un representante de Bruguera les ofreció compensar la deuda con diferentes publicaciones de Bruguera que ellos podrían vender posteriormente. “Firmamos el documento, pero ellos nunca llegaron a enviar nada. Lo único que recibimos tiempo después fue una notificación de Hacienda donde nos pedían regularizar la situación por esos supuestos libros que nunca recibimos. Fue una canallada tremenda por parte de la editorial”, lamenta Carlos.
En un intento de reinventarse con el sector en estado crítico, se llegó a anunciar su participación en la revista ‘Guai!’, una nueva revista lanzada en 1986 por la editorial Grijalbo, con Ana María Palé de nuevo en bambalinas, que contaba con colaboraciones destacadas como Ibáñez, que creó para la ocasión a Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo, después de que los derechos de los personajes publicados por Bruguera quedaran en el limbo. Sin embargo, la corta trayectoria de la publicación hizo que los nuevos personajes de los Fresno no llegaran a debutar ante los lectores.
Tras el cierre de la librería, los Fresno se embarcaron en una nueva aventura empresarial, esta vez junto a José Manuel Blanco Alcañiz, de Óptica Alcañiz, que acababa de montar una imprenta. “La imprenta tenía picos y valles de trabajo, y para darle continuidad decidimos poner en marcha nuestra propia editorial”, relata Carlos sobre el nacimiento de Alcañiz Fresno’s Editores, que actualmente (con ellos ya jubilados, pero en manos de la familia), cuenta con sesenta empleados y un haber extensísimo de libros de una gran vocación divulgadora, que son un gran referente para todos los amantes de la aviación y de la historia militar europea, con publicaciones en inglés, francés, alemán, italiano y, por supuesto, castellano.
“Hoy la vista ya no acompaña, pero en su día podíamos hacer 16 o 18 páginas de cómic a la semana, siempre ajustándonos a los plazos de entrega”, recuerdan. “Hacíamos una producción brutal, pero así me han quedado tres hernias discales, de estar inclinado en el tablero. Mira que mi padre me decía: ‘Estudia Derecho, estudia Derecho…’, pero se refería a que no me inclinara”, bromea Carlos a modo de despedida.
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