
Opinión
La religión vuelve porque el vacío aprieta
"Creo que lo religioso resurge porque seguimos siendo frágiles"

Desde hace tiempo pienso que hay una sed que se siente antes de entenderla. Sí , una punzada leve, similar a como cuando el pecho parece quedarse pequeño para todo lo que carga. Creo que esa sed no se calma con explicaciones ni con optimismo barato; y tampoco con planes. Pienso que es una sed que pide algo más humano, más tibio, más cercano al temblor que a la certeza. Y quizá por eso, sin pedir permiso, lo religioso vuelve a aparecer...
Pero ahora no vuelve como dogma. Ahora vuelve como un gesto desesperadamente humano. Similar a "alguien" que, en mitad del cansancio, busca un lugar donde recostar el alma un momento. A veces es una oración sin nombre, otras un pensamiento dirigido a nadie, otras una manera de pedir ayuda sin pronunciarlo. Una necesidad de compañía cuando la noche se hace muy larga... ¡Y hay noches que son similares a las que menciona Sabina en su canción!
Creo que la religión repunta porque estamos exhaustos de sostenernos solos. El día a día exige fortaleza constante, pero hay días en que la fuerza no llega y uno se siente como una casa mal apuntalada. Y justo en ese instante (cuando la vulnerabilidad ya no se puede disimular) aparece un anhelo antiguo: querer creer que no estamos totalmente solos, que hay algo o alguien que puede sostener lo que a nosotros se nos cae de las manos... El dolor, el real, el que no se cuenta en redes, pide un lenguaje que la razón no tiene. Pérdidas pequeñas que duelen como grandes, silencios que pesan, duelos que nadie ve, problemas de salud y así una larga lista... No me llamen pesada por volver a mencionar a Teresa (sí, la de Jesús, la de Ávila, o la hermana que todos quisimos tener) Ella nos hizo ver que lo religioso ofrece una especie de abrazo que no exige explicaciones. No resuelve, pero acompaña. Y a veces, cuando el mundo aprieta, eso es casi un milagro. Y de los buenos.
La religión es la belleza que llega sin avisar y desarma: es el modo en que alguien nombra lo que no sabe decir, una luz que cae justo donde la tristeza está acumulada, un recuerdo que devuelve calor. Esa belleza tiene algo de sagrado, incluso para los que nunca aprendieron a rezar. Es un recordatorio de que la vida, por momentos, sabe ser suave.
Creo que lo religioso resurge porque seguimos siendo frágiles. Porque, pese al cinismo y a la velocidad, aún guardamos un rincón donde queremos creer que la vida tiene un sentido que no se derrumba con la primera noticia triste. Un rincón que pide algo más grande, más compasivo, más estable que nosotros mismos.
Puede que este regreso no sea fe. Quizá es algo más sencillo y más profundo: un deseo de no perder del todo la esperanza. De creer que en el fondo oscuro siempre queda un punto de luz, aunque sea del tamaño de una cerilla. Esa luz que no ilumina mucho, pero evita tropezar. Esa luz que, en días duros, basta para hacernos seguir adelante.
Y ahí, justo ahí, es donde lo religioso vuelve a encontrar su casa: en el lugar exacto donde lo humano tiembla.
En ocasiones basta una chispa mínima para recordarnos que la oscuridad nunca tiene la última palabra. Sí, hay luces que no se ven, pero que sostienen; y esas son las que uno aprende a buscar cuando todo lo demás falla. Siempre he pensado que la esperanza no es un lujo: creo que es ese pulso secreto que insiste incluso cuando nosotros ya no tenemos fuerza. Lo sagrado no está en el cielo, sino en la manera en que seguimos levantándonos, incluso rotos. Lo humano tiembla, sí, pero también en ese temblor nace una forma inesperada de luz. La fe es similar a un susurro; lo suficiente para que el alma recuerde que no está sola.
La vida siempre deja una hendidura por donde entra el sentido...
Y al final, cuando todo parece desordenado, queda esta certeza humilde: siempre hay un punto secreto donde la vida vuelve a empezar, aunque sea dentro de una herida.
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