Cataluña
RIchard Scarry: El escritor que vendió 100 millones de libros para niños
Duomo recupera los mejores títulos del genial artista que este año celebra el centenario de su nacimiento
Si alguien no sabe quién es Richard Scarry, su ignorancia acaba de matar de un plumazo a 100 millones de niños. ¡Richard Scarry era un escritor e ilustrador que convirtió el libro infantil en todo un arte! Ese era Richard Scarry, ni más ni menos, y es importante conocerlo. Para los que no lo conocen, es fácil reconducir la infamia y devolver la vida a todos esos niños. Lo único que se necesita es coger alguno de los más de 300 libros que Scarry ilustró y convertirse en uno más de esos 100 millones de niños que adoraron sus coloristas páginas. Porque ahora son 100 millones de jóvenes lectores, pero pronto, por qué no, llegarán a los 200 millones. No merece ni uno menos.
La editorial Duomo acaba de recuperar dos de sus títulos más aclamados, «Todos al trabajo» y «Todos sobre ruedas», de su serie dedicada a ese espacio mágico llamado «Busytown». En sus páginas descubrimos miles de personajes, animales antropomorfos, vestidos con trajes humanos, que explican a lo que se dedican o los vehículos que conducen. No son libros con una hsitoria, sino historias con miles de libros, cada dibujo encerrando bajo su aparente simplicidad mil posibilidades de acción. Por eso no son libros que se abandonan, sino que son libros que viajan con los niños durante años, al menos hasta que se hacen mayores y se convierten en zanahorios y robalechugas sin corazón. «No quiero crear un libro que se lea una sólo vez y se guarde, olvidado, en una estantería. Me hace feliz cuando la gente ha desgastado mis libros o ver que han tenido que remendarlo con celo», explicaba siempre el artista.
Una felicidad en 30 idiomas
Si existen hombres aferrados a su talento, Scarry era uno de los mejores. Su pasión por la ilustración infantil hizo que se encerrase durante años en su estudio de 8 de la mañana a las cuatro de la tarde. Su mujer tenía órdenes expresas de que nadie le molestase en esas largas jornadas. En el estudio, sólo había una mesa, una silla, una única lámpara y sus lápices. No había ni una decoración en las paredes, blancas y asépticas para que su cabeza tuviese la libertad para dibujar lo que era importante para él, no lo que veía a su alrededor. Sus animales eran cercanos, conejos, osos, búhos, zorros, caballos, siempre reconvertidos de costumbrismo inglés. Y así los hacía interactuar unos con otros, mientras explicaban a los niños las cosas más simples o complicadas, con simplicidad. «Hay todo tipo de escritores, y los mejores son los escritores para niños. Los artistas pintan. Los mejores artistas pintan libros para niños», decía y hacía decir a sus personajes. Tenía razón. Imposible contradecir a 100 millones de niños sin parecer un monstruo.
Su éxito se debía, en parte, en su gran capacidad de observación de la vida de sus semejantes. Iba a un aeropuerto, a un cine, a un supermercado, y encontraba esa fascinación infantil de mirar para encontrar, para inventar tesoros. Los niños veían en su propio lenguaje el mundo en el que trasitaban todos los días y sentían ese confort y empoderamiento. «Todo puede tener un valor educativo si lo buscas. Lo que a mí me interesaba era encontrar su lado divertido», explicaba Scarry. Duomo asegura que continuará con la colección. Pues que se den prisa, que los buenos libros ilustrados no abundan.
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