Coronavirus
Coronavirus: El derrame de Churchill y otras enfermedades en Dowing Street
Varios líderes británicos enfermaron estando en el poder antes que Boris Johnson
El primer ministro británico Boris Johnson es hoy uno de los enfermos por coronavirus más conocidos en Reino Unido. Tal es su proyección política y mediática que hasta que se recupere y salga de la UCI en Dowing Street y en toda Inglaterra hay un auténtico vacío de poder. Sin embargo, esta situación no es nueva para Reino Unido ni Johnson no es el único primer ministro que se enfrenta a la enfermedad estando en el poder: han sido varias las veces que el gobierno británico ha estado dirigido por alguien físicamente enfermo. Si echamos la vista atrás y nos retrotraemos a principios del siglo pasado, encontraremos algunos casos significativos.
En 1916, Europa vivía algunas de sus horas más negras a consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Alemania era el gran enemigo para un continente que estaba conociendo un número importante de bajas. En diciembre de ese año, el entonces primer ministro, Herbert Henry Asquith, presentó su dimisión, siendo sustituido por el liberal galés David Lloyd George formando así un gobierno de coalición con los conservadores y con únicamente cinco carteras. Con la presión de la posible llegada de los submarinos germanos a las costas inglesas, Lloyd George supo llevar a su país a una victoria que parecía lejana. Lo logró. Durante ese tiempo, el político tuvo una buena salud, con la excepción de algún dolor de garganta y una gripe. Fue durante la posguerra cuando empezaron los problemas: como dijo el historiador Kenneth O. Morgan, Lloyd George llegó hasta el “colapso físico temporal”. Estando en el poder, acabó padeciendo el síndrome de hybris, también conocido como la enfermedad del poder, un trastorno emocional que acaba derivando en arrogancia y prepotencia.
De todos los primeros ministros británicos, probablemente sea Neville Chamberlain el que ha dejado peor recuerdo en su país. El hecho de que tratara de llegar a un acuerdo de paz con Adolf Hitler poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, no lo ha dejado en muy buen lugar en la historia. Y no es de extrañar: el 30 de septiembre de 1938 Chamberlain firmaba el llamado Pacto de Munich junto con Hitler y Benito Mussolini. Para muchos aquello dio alas a Hitler para establecer en Europa su maquinaria de terror. Poco después de Munich, en un giro dramático de los acontecimientos, estando todavía en Dowing Street, Chamberlain padecería gota y cáncer. Fue reemplazado por Winston Churchill.
Y precisamente Churchill terminaría convirtiéndose en el más celebrado y citado primer ministro británico de todos los tiempo, tras alcanzar el ansiado poder el 10 de mayo de 1940, en uno de los momentos más delicados para su país. Junto con Churchill, formando parte de su equipo, estuvo Sir Charles Wilson, luego convertido en Lord Moran, su médico personal. Tras saber que los japoneses habían bombardeado Pearl Harbour, el político tomó un avión con destino a Washington y así mostrarle su apoyo a su homólogo Franklin D. Roosevelt. Churchill llegó exhausto y nervioso a su destino y tuvo que pedirle píldoras a su médico para dormir. Mientras pasaba la noche en la Casa Blanca, el 26 de diciembre de 1941, Churchill tuvo un ataque cardíaco, pero su doctor le hizo creer que todo había sido fruto sy esfuerzo a la hora de abrir una ventana de la residencia presidencial. Así que Churchill siguió con su acelerada agenda de trabajo, fumando sus puros y bebiendo mucho alcohol. Antes de que concluyera la Segunda Guerra Mundial, padeció una neumonía mientras visitaba el norte de África. Su jefe del Estado Mayor de la Defensa, Sir Alan Brooke, apuntaría en su diario que lo veía en un estado de “extrema fatiga”. El político e historiador David Owen habla también de que Churchill también fue víctima de la depresión, al igual que varios miembros de su familia paterna. Por su comportamiento, tampoco se descarta que padeciera de trastorno bipolar. Asimismo, Churchill tuvo dos derrames cerebrales, en 1949 y en 1951. A pesar de que a su secretario personal, John Colville, le anunciaron que su jefe no sobreviviría tras ese segundo derrame y que no pasaría el fin de semana, Churchill salió adelante.
En octubre de 1963, Harold Macmillan dimitía como primer ministro. Ese mes, durante una reunión con su gabinete, sufrió retención de orina. Un cirujano le recomendó operarse porque podía estar padeciendo una obstrucción prostática. El político, sin embargo, sospechaba que tenía un cáncer de próstata, aunque en realidad fue una hipertrofia benigna de la próstata. Vivió hasta 1986. En sus memorias admite que se arrepentía de haber dimitido, aunque su ejecutivo estaba tocado por el escándalo sexual Profumo.
Margaret Thatcher, como recuerda el citado David Owen en su libro “En el poder y la enfermedad”, gozó de buena salud durante los once años que estuvo en el poder. Solamente tuvo un desprendimiento de retina y una contractura Dupuytren. Pero, a medida que siguió en el cargo, Owen cree que, como David Lloyd George, terminó siendo otra víctima del síndrome de hybris. Sus propios ministros, como Sir Geoffrey Howe, lo comprobaron de primera mano y sufrieron en primera persona su afición alguien al desprecio y la humillación. Acabó dejando el cargo en 1992 cuando buena parte de sus compañeros le dieron la espalda.
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