Historia
La primera supermodelo, antisemita, arruinada y maníaco depresiva
La llamada “Miss Manhattan” fue la inspiración de múltiples estatuas públicas que hoy dominan Nueva York, pero culpó a la comunidad judía su caída en desgracia cuando su nombre empezó a perder lustre
Que nadie crea que existe algún tipo de maldición de la belleza, eso es una tontería. Lo que pasa es que la belleza tampoco protege a nadie de sus propios problemas. Audrey Munson, considerada la primera supermodelo de la historia moderna, es un claro ejemplo de ello. En 1915 era el rostro y el cuerpo más admirados del mundo. Nueva York se llenó de estatuas con su efigie y los poetas cantaban maravillas de aquella belleza clásica. Sin embargo, a medida que su luz se apagó, lo mismo hizo su suerte y su salud mental. Acabó viviendo la mayor parte de su vida en residencias y asilos para gente con problemas mentales y murió a los 105 años todavía convencida que los judíos le habían arruinado la vida.
No, la belleza nunca es una maldición, pero tampoco protege contra un mundo cruel y mezquino, por supuesto. Audrey Munson cumplía a la perfección los rasgos clásicos de la belleza helénica, de piel blanca, pómulos firmes y gracia en un cuerpo alto y proporcionado. El fotógrafo Felix Benedict Herzog se acercó a ella cuando paseaba por la Quinta Avenida con su madre. Tenía sólo quince años y empezó así una carrera que marcaría la historia: “Mucho después de que ella y todos los de su generación se conviertan en polvo, Audrey Munson vivirá para siempre en bronces en los centros de arte del mundo”, dijeron de ella ya en 1915.
No había escultor que no quisiese inmortalizarla. La fuente dedicada a Joseph Pulitzer, frente al Hotel Plaza, tiene su figura. También Daniel Chester French, el escultor del Lincoln Memorial, la inmortalizaría múltiples veces. Y en el Maine Memorial de Central Park, ella es la figura que domina la contrucción, También hay un bronce en la plaza Straus dedicado a Ida Straus que no es otra que Munson. En total, Nueva York cuenta con quince estatuas de la modelo en la vía pública, como si a principios de siglo XX no hubiese otros tipos de mujer, y el Metropolitan suma otras 30 obras.
Sin embargo, aquella vida de adulación y aplauso no era más que una ilusión, ya que en realidad el trabajo de modelo no era bien pagado en aquella época y apenas podía sortear el día a día, viviendo con su madre. Cobraba 50 céntimos a la hora, una ridiculez a pesar de cumplir con jornadas de siete u ocho horas de estar completamente quieta. Esta absoluta dedicación, y el hecho que nunca rechazaba ningún encargo, es más, los buscaba desesperadamente, hizo que cobrase unos 35 dólares a la semana. Esto hizo que intentase iniciar una carrera como actriz y en 1916 volaba hacia Hollywood, la meca del cine. Allí rodó cuatro películas, pero su estrella nunca deslumbró. En su currículum sólo destaca por “Inspiración” donde se convirtió en la primera actriz que salía totalmente desnuda en una película. Interpretaba, como no podía ser de otra manera, a una modelo que posaba para un escultor que se enamoraba de ella.
Decepcionada por una industria que no sabía reconocer algo más allá de su belleza, Munson regresó a Nueva York junto a su madre. Ya nadie parecía recordar a la bella amazona y tuvo que empezar a trabajar como camarera para poder vivir. El propietario de su casa, un tal doctor William Wilkes, se enamoró perdidamente de la joven, que apenas tenía entonces 30 años, y mató a su mujer para poder vivir con ella. Las auttoridades demostraron que Munson no tenía nada que ver con aquel crimen, pero su nombre ya había vuelto a ser manchado y perdió todas las oportunidades que tenía de volver a los focos.
En esa época, Munson ya empezó a demostrar un comportamiento errático. Insistía en que la llamasen baronesa y aseguraba que la culpa de su caída en desgracia había sido por culpa de los judíos. Llegó a escribir una carta al Congreso pidiendo que se proclamase un ley que la protegiesen contra esos “hebreos”. Su obsesión por la buena salud se incrementa y asegura que: “la mayoría de personas sanas, si no son ya hermosas, al menos sí gusta verlas". Recordaba con recelo su época de modelo, pero seguía creyendo que había sido la mejor. “Si los nervios de una chica no están en excelentes condiciones y sus músculos no son fuertes y preparados para el trabajo, se convierte en una pobre criatura temblorosa y los artistas no pueden trabajar con ella”, declaró. Ella siempre pensó que era más una colaboradora que una musa para aquellos artistas.
Los felices años 20 fueron, por tanto, el inicio de su perdición. El 27 de mayo de 1922 intenta suicidarse con veneno, unas altas dosis de bicloruro de mercurio, después de que un pretendiente se negara a casarse con ella. Se recupera y empieza a deambular sin rumbo. Pasa una temporada en Mëxico vendiendo “tupperwares” puerta por puerta. Y no pasa día en que no lamente la figura de aquel odioso William Wilkins: “Arruinó mi carrera. Nunca pude ni aspirar a nada después de aquello. Pasé de ser amada y admirada a que el público me odiara”, lamentaba.
Murió recién cumplidos los 105 años en la misma institución mental en que pasó intermitentemente los últimos 65 años de su vida. A veces se escapaba e iba a beber a los bares cercanos, explicando a los que se acercaban que había sido una gran modelo, la mujer más bella del mundo. Explicaba que había sido la mujer que más se había parecido nunca a la Venus de Milo. La gente, medio en broma, la escuchaba haciéndole todo tipo de preguntas malintencionadas.
La belleza no tiene nada que ver con la capacidad de la vida con derrotarnos y dejarnos en nuestras rodillas. Podría decirse que existen más perdedores trágicos feos que hermosos, pero sin duda el ejemplo de Audrey Mansun demuestra que la belleza tampoco protege de las crueldades del destino. “¿Qué les sucede a las modelos? Me pregunto cuántos de ustedes no se han parado frente a una estatua o un cuadro de una chica joven y se han preguntado, ¿dónde estará ahora, qué habrá sido de esta modelo que era tan hermosa?", escribía en 1921 Mansun. Ese es el problema de la belleza, que no despierta curiosidad, sólo aplauso.
✕
Accede a tu cuenta para comentar