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Esquerra y JxCat, igualados hasta las elecciones catalanas
Borràs ha conseguido recortar diferencias con Aragonès en campaña: la victoria en el bloque independentista dependerá de un puñado de votos
La cita electoral de mañana en Cataluña dirime muchas pugnas y su resultado tendrá un impacto de ámbito nacional. Uno de los duelos que mayor atención centrará es la batalla entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras: es decir, la lucha por la hegemonía del independentismo que libran JxCat y Esquerra desde hace años y todo apunta, según las encuestas, que se decidirá por un puñado de votos como en 2017. Entonces, los republicanos lideraron todos los sondeos durante la campaña electoral, pero la presencia de Puigdemont y su promesa de regresar a Cataluña si vencía tumbaron a ERC, que también acusó mucho la falta de su líder (Junqueras) y cayó por 12.000 sufragios.
Precisamente, para evitar de nuevo esa «fotofinish», Esquerra ha recurrido a su líder y liberó a los presos independentistas con el tercer grado coincidiendo con el inicio de la campaña, un golpe de efecto para contener la pérdida de fuelle que estaban detectando las encuestas. Y es que el partido de Pere Aragonès ha encabezado todos los sondeos y ha vencido en todas las citas electorales entre 2018 y 2020 –salvo las europeas–, pero la impopularidad de su apuesta pragmática en el «procés» –diálogo con el Estado y aparcar la unilateralidad– y, sobre todo, la caótica gestión de la pandemia han reducido su renta hasta posicionarse en empate técnico junto a PSC y JxCat.
Lo cierto es que cabe recordar que los republicanos y su ambición por proyectar su acento social se han vuelto rotundamente en su contra. Durante el reparto de los departamentos del Govern en 2018 tras la investidura de Quim Torra, optaron por asumir las carteras más sociales (Educación, Salud y Asuntos Sociales), las más sensibles durante la crisis sanitaria, y eso se ha convertido en una importante fuente de desgaste que su principal rival (JxCat) ha aprovechado notablemente.
Aragonès ha recurrido al cuerpo a cuerpo con el PSC y ha evitado, en todo lo posible, roces con JxCat como estrategia para eirigirse en el voto útil del independentismo. El republicano no ha cometido errores, aunque, más allá de los debates televisivos, su presencia ha quedado bastante eclipsada por la visibilidad que ha tenido Junqueras. Tampoco ha podido extraer beneficio de su condición de president en funciones, muy fiscalizado por JxCat, pese a que también ha tratado de explotar sin excesivo éxito algunas de las medidas económicas que ha tomado para combatir los estragos de la emergencia sanitaria.
JxCat ha rentabilizado toda la erosión de ERC con una campaña electoral en la que se ha desentendido prácticamente de la gestión del Govern y ha tenido mucho margen para ello. ¿Por qué? Porque su candidata no formaba parte del Govern, a diferencia de Aragonès, y eso le ha permitido proyectarse como opción de cambio. Laura Borràs ha marcado distancias con el actual Govern –muy castigado por la opinión pública como reflejan también los reiterados suspensos en los últimos meses (con notas que apenas llegan al 4) en el barómetro del «CIS catalán»– y se ha referido en muchas ocasiones a la necesidad de renovarlo con urgencia tras las elecciones.
Borràs, a diferencia de ERC que ha fiado buena parte de su suerte a la apelación a las emociones con la salida de prisión de Junqueras y los presos, ha hecho una exhibición de liderazgo en su espacio político y ni el propio Puigdemont ni los presos –distantes con ella ya que en las primarias se alinearon con su rival Damià Calvet– le han hecho sombra ni han sido decisivos. Desde que se oficializara su candidatura, JxCat ha ido creciendo en las encuestas y ha entrado en la batalla por la victoria pese a las dudas iniciales.
La candidata del partido de Puigdemont es muy popular entre las bases independentistas y también ha conseguido sortear con pocos daños la investigación judicial abierta por el Tribunal Supremo por la presunta adjudicación a dedo de contratos públicos cuando dirigía la Institución de las Letras Catalanas, ya que al final ha generado menos ruido del que se preveía inicialmente. Borràs, poco a poco, también ha conseguido limar ligeramente la imagen de JxCat como partido excesivamente dependiente del «procés» y poco preparado para la gestión con el anuncio del nombramiento de consellers con tirón –Joan Canadell (Economía) y Josep Maria Argimon (Salud)–, aunque sigue muy lastrada por la indefinición ideológica (en el tema impositivo, por ejemplo) y por los volantazos sobre cómo avanzar hacia la independencia –Borràs se ha enredado con la DUI–.
En este sentido, el PDeCat ha aprovechado ese resquicio abierto por JxCat y el perfil izquierdista (y radical) de las tres principales formaciones del independentismo para situarse como alternativa y garantía de gestión. El partido heredero de Convergència ha conseguido ir a más durante la campaña –con un papel destacado de Àngels Chacón en los debates televisivos y una creciente presencia de Artur Mas en el tramo final– y cada vez más encuestas –sobre todo, internas– dan su entrada en el Parlament por hecho. Su irrupción podría perjudicar a JxCat y dejarle sin opciones de victoria.
El partido de Chacón ha jugado mucho la baza de la CUP: ha emplazado a los votantes a escoger qué partido quieren que determine el próximo gobierno. Ha acusado a los cuperos de diseñar manuales de «okupación» y ha apostado por una rebaja de impuestos en Cataluña para recuperar su vitalidad económica. El partido anticapitalista, en cambio, ha sufrido una accidentada campaña, con una cabeza de lista que ha generado muchas dudas desde el primer momento –en el debate de TV3 se enredó en muchas ocasiones–.
Pero más allá de quién venza, el escenario postelectoral se antoja más complicado que en 2017. Aunque las cuatro fuerzas separatistas se han comprometido a vetar a Salvador Illa de un pacto de Govern en la próxima legislatura, también es cierto que la investidura de Aragonès o Borràs se puede envenenar en función de cómo queden. Si ganan los republicanos, JxCat no pondrá las cosas fáciles y podría poner muy caros sus votos –entrar en escena la exigencia de una DUI–; si es al revés, ERC tendrá que escoger entre la tentación de un gobierno de izquierdas o volver a ceder ante JxCat.
Si bien, en medio de todas estas especulaciones, también ha entrado en escena un nuevo elemento: gobierno en solitario. Tanto JxCat como ERC han asegurado que estarían dispuestos a ello, aunque es un escenario que parece muy lejano ya que ninguna de las dos formaciones puede renunciar al poder de la Generalitat, joya de la corona en la política catalana. Sobre todo JxCat, partido recientemente constituido que, sin el Govern, podría atravesar muchas dificultades para consolidarse ya que cuenta con poco mando en las instituciones –el PDeCat ha retenido a más de 150 alcaldes tras el divorcio–.
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