
Política
Junts, un año en fuera de juego en Cataluña
El PSC de Illa ocupa espacios antaño hegemónicos del catalanismo moderado, mientras Junts acusa falta de rumbo y sufre la fuga de votantes hacia Aliança Catalana

Hace apenas unos días, Salvador Illa celebraba su primer aniversario al frente de la Generalitat. Doce meses en los que, lejos de limitarse a una gestión rutinaria, el líder socialista ha cosechado victorias políticas que tradicionalmente formaban parte de la agenda del catalanismo. Y eso, en la sede de Junts per Catalunya, escuece.
El traspaso de Rodalies, la negociación de una financiación singular para Cataluña y el impulso del Pacto Nacional por la Lengua son logros que, en otra época, el independentismo habría presentado como suyos. Hoy, sin embargo, llevan la firma del PSC. Y Junts, que se reivindica como principal representante del soberanismo, observa cómo su bandera es enarbolada por un adversario político al que no soporta ver anotarse tantos. La reacción ha sido previsible: criticarlo todo.
Además, el PSC actual no solo ha asumido parte de la agenda catalanista, sino que ha incorporado a su Govern a perfiles procedentes del espacio convergente, como Ramon Espadaler o Miquel Samper, y ha cultivado una relación estrecha con el empresariado y la patronal. Illa aspira a erigirse en la “casa común” del catalanismo moderado, un proyecto que combina un centro político pragmático con toques socialdemócratas y que, en consecuencia, también está ocupando terreno que históricamente perteneció a la antigua Convergència.
En este sentido, el balance que hizo Junts en sus redes sociales sobre el año de Illa fue claro: «Un año de mala gestión, un año de incumplimientos, un año de sumisión a Madrid, y un año de desnacionalización». Según las críticas que ha ido enarbolado el partido durante el año, el traspaso de Rodalies es «incompleto», la financiación singular «insuficiente» y una «tomadura de pelo» al ser «generalizable al resto de comunidades» y el Pacto Nacional por la Lengua un acuerdo que no podían respaldar porque preferían esperar a la sentencia del TSJC sobre el 25 % del castellano en las aulas. Una postura que les ha dejado fuera del principal avance del catalanismo lingüístico en los últimos años y, lo que es peor para ellos, en contra. El PSC capitaliza el éxito, Junts queda como mero espectador.
Sin discurso claro
Sin un relato claro, el partido de Carles Puigdemont se ha dedicado a disparar contra Illa en todos los frentes, en vez de desgranar en qué falla, dónde y por qué. Le acusan de ser el presidente «más españolista» de la historia, de gobernar Cataluña como una región y no como un país, de haber convertido la Generalitat en un satélite de La Moncloa y de actuar al dictado de Pedro Sánchez. Han culpado a Illa de episodios como el caos de Rodalies, pese a que los problemas vienen de muy atrás, incluso de etapas en las que Junts estaba en el Govern. Solo en la falta de presupuestos encuentran un flanco real para desgastarlo.
Pero el verdadero dolor de cabeza de Junts no está en el Palau, sino a su derecha. Según el último barómetro del CEO, Aliança Catalana podría quintuplicar su representación parlamentaria, pasando de 2 a hasta 11 escaños. Un crecimiento que se alimenta, sobre todo, de antiguos votantes posconvergentes: un 10 % de quienes optaron por Junts en agosto ahora lo harían por la formación de Sílvia Orriols. Mientras Junts se desplomaría de sus actuales 35 diputados a 28, AC crece con un discurso frontal contra la inmigración, la islamización y la inseguridad.
En Junts saben que parte de su electorado mira con simpatía a Orriols y han tomado nota. En febrero, decidieron no apoyar la moción de censura contra la alcaldesa de Ripoll para evitar reforzarla, un gesto calculado para no aparecer alineados con el bloque que intenta aislarla. Y en los últimos meses, han endurecido su discurso migratorio: ahora afirman que Cataluña ya no puede acoger a más menores no acompañados y reclaman competencias plenas en inmigración. El problema para Junts es que, a pesar de estos movimientos tácticos, la sensación general es la de un partido sin estrategia, que reacciona a los acontecimientos en lugar de marcarlos. Mientras Illa exhibe una agenda propia que ha descolocado al soberanismo, Junts sigue buscando cualquier resquicio para criticar y marcar perfil.
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