Opinión

Una plaga silenciosa

Ancianos que llaman al servicio de teleasistencia pura y simplemente para conversar y sentirse por un rato acompañados

Guarderías en residencias para frenar el deterioro cognitivo en los ancianos
Guarderías en residencias para frenar el deterioro cognitivo en los ancianosComunidad de Madrid

Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos deseado alguna vez la soledad. Incluso la hemos buscado, como antídoto contra la tensión extrema o el estrés sofocante. Es esa una soledad que podemos llamar inocua, o inocente, o benigna, porque no hace daño; al contrario, mitiga y cura las heridas del vivir en ascuas, que es el estado anímico que mejor define este tiempo sombrío.

Esta soledad más o menos bien recibida sería la que ha inspirado en muchos casos la pluma de los poetas, cuyo oficio es también radicalmente solitario. Por ejemplo, esta conocidísima estrofa de Lope de Vega: «A mis soledades voy, / de mis soledades vengo, / porque para andar conmigo / me bastan mis pensamientos». O estos versos de Emily Dickinson, que vivió la mayor parte de su vida recluida en su casa: «Podría estar más sola sin mi soledad, / tan habituada estoy a mi destino».

Pero hay también otra, sobrevenida por las circunstancias y no deseada, que es una soledad severa y sombría como la que siente Antonio Machado al evocar desde Baeza sus paseos con su amada Leonor, cuando ella aún vivía, por las orillas del Duero en Soria: «Por estos campos de la tierra mía, / bordados de olivares polvorientos, / voy caminando solo, / triste, cansado, pensativo y viejo» (y el lector atento podrá observar la especial relevancia de los adjetivos «solo» y «viejo», el primero por su posición final de verso y el segundo porque aporta un significado no accidental y transitorio como los demás, sino esencial y definitivo). Es la soledad que acecha en las modernas residencias a los que antes aguardaban el final del camino cuidados por los suyos en sus casas, que muchas veces eran las mismas en las que habían nacido (a qué pocos les es dado hoy ese privilegio). La soledad que aplasta y arrincona a los ancianos que llaman al servicio de teleasistencia pura y simplemente para conversar y sentirse por un rato acompañados, porque están solos en casa y no tienen a nadie con quien hablar (35 llamadas así recibe diariamente la teleasistencia de Barcelona, decía la noticia de hace una semana en los periódicos). Que es la misma que aísla y aflige a los que se ven obligados a ir solos al restaurante o al paseo o de vacaciones, y a los que, aun viviendo entre la multitud urbana, han sustituido el trato y la relación con personas de carne y hueso por los vínculos y encuentros virtuales a través de las redes.

La soledad de tantos niños tanto tiempo solos.

La soledad que, tras una encuesta gubernamental en la que el 40% de los ciudadanos mayores de 16 años manifestaban sentirse solos, ha llevado a Japón a crear un Ministerio de la Soledad, y a Inglaterra a hacer lo mismo, y a Suecia a declarar esta plaga silenciosa de nuestros días como un problema nacional.