Opinión

De la vuelta al “cole” y de la contemplación

Vuelve el «cole», volvemos al «cole», pero no todos volvemos de la misma manera

Consejos para garantizar la protección de las compras de la vuelta al cole, según Allianz Partners
Consejos para garantizar la protección de las compras de la vuelta al cole, según Allianz PartnersEuropa Press

Empiezan a proliferar los anuncios y los artículos que prometen un regreso al «cole» con una sonrisa y repletos de motivación. Vuelven, otra vez, a considerarse en voz alta y cualificada los medios para superar el «síndrome post-vacacional». Los proveedores de material escolar se promocionan en las redes de forma admirable: todavía no he empezado la búsqueda, y el algoritmo ya ha descubierto en mí un sujeto potencialmente interesante para ofrecerme un kit completo de soluciones colegiales. Sí, el verano ya ha terminado: toca la vuelta al «cole».

Es un fenómeno social que afecta a todos; al que literalmente se incorpora de nuevo a los colegios e instituciones académicas, pero también al que no lo hace, y quizás, nunca lo hizo. El

«cole» marca los ritmos de las casas, de las ciudades, del Estado. También los políticos de estas latitudes «inician el curso» en septiembre. Lo inician los taxistas, los hoteleros, los restaurantes, los autónomos (incluso aquellos que todavía no han tenido vacaciones). Todos nos enfrentamos con la vuelta al «cole». Regresan los problemas de tránsito urbano, las carreras por llegar a dejar los niños, los problemas de movilidad agravados por las obras urbanas estivales inconclusas, la lucha con el despertador, la temporada «liguera», ¡qué sería de nosotros sin ella!, la reapertura de comercios, la vuelta a la normalidad de algunos negocios paralizados por el parón escolar. En suma, el «cole», los colegios, imponen orden y ritmo vital: por fin regresa el pulso para distinguir entre los días de la semana cuyos límites se difuminan en el periodo vacacional. Por fin el domingo es distinto del lunes, y el martes del sábado. El caso es que, por «fas» o por «nefas», uno no acaba nunca de «salir» del «cole».

Vuelve el «cole», volvemos al «cole», pero no todos volvemos de la misma manera. Nos incorporamos a la normalidad con diferentes disposiciones de ánimo que van desde el hastío hasta la ilusión desmedida, pasando por los diferentes grados de la resignación estoica. Sin embargo, en nuestra intimidad todos sabemos que la diferencia entre cumplir con corrección el trabajo, que no es poca cosa, y hacer de nuestra actividad profesional una pequeña obra de arte, es proporcional a la ilusión que ponemos en ella. Y nótese bien que no es lo mismo trabajar «con» ilusión, que trabajar «por» ilusión. Existe el convencimiento tácito de que es imposible poner ilusión de forma activa si no estamos ilusionados; y que la ilusión aparece y desaparece caprichosamente sin que nadie pueda provocarla u originarla. ¿Cómo trabajar «con» ilusión cuando la ilusión ha desaparecido?, nos preguntamos; ¿cómo poner ilusión en la actividad ordinaria cuando los años de oficio y sus problemáticas se empeñan, una y otra vez, en mostrarnos la banalidad de todo esfuerzo humano? He aquí una cuestión verdaderamente humana; impropia de la IA.

Por si les ayuda, comparto aquí aquello que el torero Juan Belmonte confesaba a ese genio del periodismo que fue Manuel Chaves Nogales mientras este confeccionaba la biografía de esta figura revolucionaria del toreo: «La verdad, la verdad, decía Belmonte, es que yo he nacido esta mañana» «Todas estas historias viejas que me ha divertido ir recordando palidecen y se borran a la clara luz de la mañana de hoy que entra por los cristales del balcón. Todo esto que he contado es tan viejo, tan remoto y ajeno a mí, que ni siquiera creo que me haya sucedido…» En este «nacer cada día» reconocía Belmonte el poder encontrar la sana actitud de asistir a una convocatoria nueva a vivir, o como él dice, de servir al público con su oficio de torero.

Este aprender a mirar con ojos nuevos las mismas realidades que, en sí mismas, son profundas, requiere de la contemplación. La banalidad es una enfermedad de nuestra mirada, y su remedio se encuentra en la contemplación. Rescatar algún tiempo para contemplar, rescatarnos de la endiablada vorágine caótica del día, nos ayuda a dar trascendencia al quehacer diario: nos enseña a ver un nuevo mundo allí donde la mirada superficial descubre el tedio de «lo mismo». Volver a nacer al mundo, estrenar nuestra mirada como la del niño que va descubriendo la novedad de todo lo que lo rodea, es, sin duda, dejarse poseer por el aleteo divino de la ilusión. La ilusión siempre está, somos nosotros los que ponemos impedimentos a sus elevaciones y aleteos.

«Para torear no hacen falta demasiadas energías, decía Belmonte. Con el ánimo basta. El quid estaba en torear quietecito y despacio». «Despacio y buena letra: el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas», recogía en sus Proverbios y Cantares Antonio Machado, coetáneo del de Triana. ¿Será esta proverbial «lentitud» una cuestión de época? Bien lo parece. ¿Se pueden imaginar lo que significaría que las prisas no nos dejaran distinguir las diferencias de las cosas, los cambios en los rostros? Monotonía, indiferencia, aburrimiento vital… ¿Cabría peor desastre en nuestro regreso al «cole»?

Contra el «haced, haced» mecánico y tecnológico, que recuerda el título «Danzad, danzad malditos» de aquella espléndida metáfora de la condición de humana que nos brindó Sydney Pollack en 1969 (They Shoot Horses, Dont’t They?); la lentitud, el ritmo humano, la contemplación, el aprender de nuevo a mirar el mundo. Asistir con los ojos bien abiertos para no perdernos ningún detalle. ¡Cómo cambiaría nuestro mundo si nuestros maestros y profesores acudieran así al nuevo periodo escolar! Permítanme no perder esta ilusión.