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Nos come el virus, el virus de la paranoia

El coronavirus no es más peligroso que fumar. Sin embargo, la tormenta mediática ha alimentado la paranoia cayendo en una profecía autocumplida.

Las farmacias de Castilla y León se empiezan a quedar sin mascarillas
Las farmacias de Castilla y León se empiezan a quedar sin mascarillasmir_icalIcal
Este artículo fue publicado el 2 de marzo de 2020 y debido a la velocidad a la que cambia la situación su información podría estar desfasada. La letalidad y el R0 de un virus no solo depende de su biología, sino de las características de la población a la que infecta y por lo tanto de cómo se apliquen las medidas preventivas necesarias.

Un transeúnte anónimo espera la luz verde frente a un paso de cebra. Se entretiene mirando la pantalla de su teléfono en silencio, hasta que levanta la vista y afirma contundentemente “El coronavirus nos va a enterrar a todos”. En ese momento, la luz verde aparece, guarda el teléfono y tan pronto como comienza a caminar se enciende un cigarrillo.

Yo he presenciado esta escena, pero la misma obra se representa cada día a lo largo y ancho del mundo: personas preocupadas por el coronavirus mientras que se exponen a riesgos mucho mayores. Puede que creas que exagero, pero hablemos de números. La cantidad de muertos por coronavirus ha sido de 2770 en dos meses. Cada uno de ellos era una persona con familia y amigos y su muerte es una verdadera tragedia, pero ¿cuántas personas crees que ha matado el tabaco en ese mismo lapso? Piensa una cifra. Ya te digo que supera a los muertos por coronavirus, hablamos de ni más ni menos que unas 400.000 muertes en todo el mundo. Y sin embargo, aquel hombre se encendió un cigarrillo.

Por algún motivo, parece que este mensaje no cala y que el pánico se extiende como una mancha de crudo en el mar, cubriéndolo todo a su paso. Estamos viviendo un fenómeno social, no una respuesta racional ante el peligro real del brote. Pero tenemos buenas noticias, lo más peligroso del coronavirus es la desinformación que puedas consumir sin darte cuenta, y para eso sí que existe vacuna: no creerse cualquier cosa.

Un mono irracional

Es cierto que el COVID-19 es una cepa muy reciente de los coronavirus y que queda mucho por saber sobre él, pero hay cosas que sí tenemos claras. Sabemos que no va volando por el aire, sino que se transmite en gotitas de saliva que viajan como muchísimo un par de metros. Sabemos que, por lo tanto, el riesgo a más de dos metros es casi nulo y que las mascarillas solo tienen sentido si vamos a mantener un contacto cercano con alguien presuntamente infectado, o si somos nosotros los que estamos infectados. Sin embargo, nos encontramos a profesionales sanitarios dando la espalda a sus conocimientos médicos y robando mascarillas de su hospital. ¿A qué se debe esta paranoia?

Los seres humanos somos bastante buenos encontrando patrones, pero gracias a las matemáticas sabemos que nuestra capacidad para tomar decisiones está muy lejos de ser óptima. En la naturaleza no importaba tanto ser el más eficiente como sobrevivir, aunque para eso haya que ser un poco “exagerado”. Nuestra forma de pensar está cargada de sesgos que contaminan las decisiones que tomamos y que, ahora que no vivimos en la sabana, han perdido buena parte de su utilidad. Tendemos a sobreestimar los peligros cuando se trata de algo desconocido, lo cual puede ser cauto, pero cuando existen datos objetivos que contradicen nuestros temores, estos deberían de primar sobre cualquier miedo a la novedad.

El bombardeo incesante de noticias sensacionalistas, la aparición de miles de opinólogos en redes sociales, los empresarios que pretenden hacer caja vendiendo falsas terapias y los aficionados a las teorías de la conspiración son la gasolina que alimenta el pavor que mucha gente siente cuando se nombra al coronavirus. Hablamos de emociones tan fuertes y fundamentales que influyen en la forma en que vemos el mundo, haciendo que busquemos información que reafirme nuestros temores y que obviemos todo lo demás, condicionando nuestra toma de decisiones y, en cierto modo, empujándonos a agotar las existencias de mascarillas y gel desinfectante.

Gatos e influencers

Viendo la reacción de la gente, cualquiera diría que nos encontramos ante un virus especialmente contagioso y mortal. Los medios hablan de su rápida expansión, de pandemia y de una mortalidad que fluctúa entre el 2 y el 4%. Todo ello parece extremadamente grave, si no fuera que los epidemiólogos no apoyan estas afirmaciones.

Es probable que hayas visto esos gráficos donde el crecimiento del coronavirus se muestra cada vez más rápido, como una cuesta que no deja de volverse más y más empinada. También es posible que hayas escuchado que se trata de un crecimiento exponencial, como cuando multiplicamos un número por dos muchas veces, que al principio crece lentamente, pero pronto va dando saltos incontrolables perdiéndose en el infinito. Esto ha hecho que unos cuantos influencers saquen papel y bolígrafo y jueguen a ser epidemiólogos. Teniendo en cuenta el crecimiento exponencial del que hablan los medios, los tuiteros han predicho que el número de muertos llegará a millones en unos pocos meses. Pero ¿tienen razón?

La clave está en el R0 es como se denomina el número de personas a las que un sujeto enfermo puede infectar antes de curarse o morir. En este caso, el R0 del coronavirus es de 2,28. Más o menos como la gripe, menos que el VIH (entre 2 y 5) y casi 8 veces menos que el sarampión. De todos modos, si solo miramos esto, veremos claro el crecimiento exponencial que los twitteros vaticinan, pero ¿sabes qué crece más rápido que el coronavirus?: Los gatos.

Retorciendo un poco el concepto de R0 podemos calcular el equivalente para la proliferación de los gatos. Teniendo en cuenta que sean fértiles durante 11 años (e imaginando que en ese mismo momento mueran), con dos camadas anuales de 6 crías por pareja, sale un R0 de 44 y eso que es un cálculo muy conservador. En otras palabras, por cada gato nacen otros 44 antes de que el primero muera. Es un cálculo muy aproximado, pero suficiente para nuestros propósitos, porque ahora podemos visualizar los datos. Tomemos una población inicial de dos crías de gato y dejemos que pase un año, entonces tendremos 6 gatitos. Si esperamos un año más esos 6 se habrán convertido en 54, en tres años 486 y si les dejamos tranquilos diez años alcanzaremos los 500.000 millones, casi 60 veces la población mundial.

Gráfica representando el crecimiento de una hipotética población de gatos partiendo de dos ejemplares con camadas de seis cachorros y que se convierten en 524.300 gatos pasados 5 años (10 periodos de seis meses).
Gráfica representando el crecimiento de una hipotética población de gatos partiendo de dos ejemplares con camadas de seis cachorros y que se convierten en 524.300 gatos pasados 5 años (10 periodos de seis meses).Ignacio CrespoDominio Público

Sin embargo, los gatos llevan milenios con nosotros y si aplicamos el crecimiento exponencial encontraremos que el número se vuelve tan descomunal que mi ordenador es incapaz de calcularlo y arroja en la consola la abreviatura de “Infinito”. Pero para que nos hagamos una idea, en tan solo 500 años, nuestro reino de gatos habría alcanzado una cifra imposible de leer: un uno seguido de doscientos treinta y ocho ceros. Teniendo en cuenta que un gato pesa 4 kilos, nuestra manada en 500 años sería tan pesada como millones de millones de millones de galaxias como la nuestra.

El modelo es bastante conservador, y muchas estadísticas apuntan a que un gato “a pleno rendimiento” puede tener casi el doble de crías de las que hemos estimado, pero incluso así los resultados dan verdaderas barbaridades. ¿Cómo es posible? ¿Por qué no estamos rodeados de gatos?

La respuesta es sencilla: el modelo está incompleto. El R0 no es suficiente para predecir cómo se extenderá una enfermedad, entre otras cosas porque varia con el tiempo. Por ejemplo, los gatos no se reproducen ilimitadamente porque dependen de una fuente de alimento finita, cuando hay demasiados comienzan las hambrunas, aumenta la mortalidad y disminuye la fertilidad. De un modo semejante, el R0 de los virus depende de que tengan sujetos a los que infectar, lo cual puede volverse difícil cuando todos los sujetos a tu alrededor están infectados. Por eso es tan importante saber cómo se distribuyen los infectados, en este caso, concentrándose en su inmensa mayoría en Hubei. Junto a esto, las medidas preventivas pueden reducirlo muchísimo más: lavarse las manos con frecuencia, toser en la parte interna del codo, quedarnos en casa si presentamos síntomas, etc. Así que mejor dejemos el Dunning-Kruger a un lado y permitamos que sean los epidemiólogos expertos quienes construyan los modelos que nos permitan predecir la expansión del brote.

Anumerismo

Sin embargo, hay desinformación mucho más evidente, como aquello de que la mortalidad del coronavirus es de un 2%. La mortalidad se calcula como el porcentaje de fallecidos por el coronavirus dividido entre el total de la población. Pero no han muerto 2 de cada 100 personas de los países afectados, han sido 2770, ha de existir un error. Esto se debe a que el 2% no es de mortalidad, sino de “fatalidad”, que se calcula como el porcentaje de fallecidos por coronavirus entre la población infectada. Ahora sí que salen las cuentas, 2770 fallecidos entre 81.322 infectados da una letalidad del 3,41%. La siguiente pregunta está clara: ¿cómo de alta es esta letalidad?

Es frecuente escuchar que su letalidad es más de 30 veces la de la gripe, que ronda el 0,1%, pero esta medida tiene truco. Casi un 94% de los casos se encuentran en Hubei, un lugar donde los sistemas sanitarios se han visto sobrepasados desde los primeros días del brote y que no están pudiendo dar la cobertura médica que tenemos en España. De hecho, y esto es clave, la mortalidad fuera de Hubei es de 0,7% Tan solo 7 de cada 1000 infectados. Principalmente personas mayores, con enfermedades respiratorias crónicas o inmunodepresión, en definitiva: la misma población de riesgo que con la gripe estacional. Del mismo modo, tengamos en cuenta que los datos de letalidad sobre el coronavirus podrían estar sobreestimados porque los casos leves pasen desapercibidos, por lo que tal vez debamos compararlo solo con la letalidad de aquellos casos de gripe que acuden a centros sanitarios y hospitales. En ese caso, la letalidad de la gripe asciende, según los datos de 2018-2019 del Centro Nacional de Epidemiología, a un 1,2% casi duplicando la del coronavirus. (No obstante, otros sesgos en dirección opuesta pueden hacer que esta comparación sea poco precisa)

No existe una gran diferencia de letalidad entre la gripe y el nuevo coronavirus, de hecho, hay infinidad de infecciones más letales a las que no prestamos ni una décima parte de la atención que ha recibido el coronavirus. La letalidad del meningococo es del 10% y del brote de MERS alcanzó el 37% En realidad todo depende de con qué patógeno lo comparemos, pero es curioso ver la poca gente que se vacuna contra la gripe y cuántos se preocupan por comprar mascarillas para el coronavirus.

Es más, solo un 5% de los pacientes presentan síntomas graves, en un 80% de los casos son tan leves que pueden confundirse con fiebre, tos y algo de dificultad para respirar. De hecho, mucha gente habrá pasado el nuevo coronavirus sin enterarse, haciendo que las estadísticas solo tengan en cuenta los casos más graves e inflen la letalidad del virus. Aunque, si todo esto es cierto, ¿por qué se toman tantas medidas preventivas? El motivo es que no todos los países tienen nuestra suerte en cuanto a calidad sanitaria. La llegada del coronavirus a los países menos preparados para enfrentarse a él o con personas más susceptibles sí que podría desencadenar una tragedia.

El peligro eres tú

Así que no, los números no acompañan al sentir colectivo y, sin embargo, puede que sí exista un motivo para tener miedo: tú. Como si se tratara de una profecía autocumplida, el miedo a una catástrofe desencadena una serie de acciones que terminan empujándonos a ese desastre que pretendíamos evitar. El saqueo de mascarillas ha dejado sin existencias a muchas farmacias, haciendo que quienes realmente las necesitan no puedan encontrarlas o que, si lo hacen, sus precios se hayan vuelto prohibitivos. Los remedios caseros han subido de nivel y de la recomendación de tratar al coronavirus con ajo han pasado a sugerir el uso de cocaína, como si fuera una receta extendida por Freud en pleno siglo XIX. Por si esto fuera poco la desinformación está alimentando el racismo de forma alarmante.

Mientras tanto, parece que viviéramos dos realidades paralelas, los sanitarios llaman a la calma. Ya sean los que ostentan cargos ejecutivos lejos de las zonas de riesgo, como los que trabajan en zonas afectadas, como el médico y divulgador científico Pau Mateo, que está en la zona cero del brote italiano. Ellos lo tienen claro, el mayor peligro somos nosotros mismos y nuestra irracionalidad.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Los modelos epidemiológicos son demasiado complejos como para hacerlos con papel y boli, sobre todo por aficionados que no conocen los fundamentos matemáticos y biológicos necesarios.
  • No compres mascarillas a no ser que seas o estés cerca de población de riesgo. Hay gente que realmente las necesita.

REFERENCIAS: