Ciencia

La estafa de la mente curando al cuerpo y otras mentiras sobre el placebo

El placebo no es magia y cada vez entendemos mejor cómo funciona

Placebo forte ™©® Autoría de SnaPsi Сталкер
Placebo forte ™©® Autoría de SnaPsi СталкерSnaPsi СталкерCreative Commons

En cuestión de unos pocos años una palabra puede pasar del más absoluto anonimato a convertirse en un fenómeno de masas. Y eso es, más o menos, lo que ha sucedido con el sustantivo “placebo”. Hace referencia a una sustancia o un tratamiento que, si bien causan cierto beneficio en el paciente, este no se debe a las propiedades del placebo en cuestión, sino a fenómenos de sugestión conscientes o inconscientes.

No son pocos quienes han interpretado que el placebo es una expresión más del inenarrable poder de la mente, capaz de curar al cuerpo y de sobreponerse a la enfermedad física. Esta conclusión, planteada tal y como lo he hecho, es totalmente injustificable, y no representa lo que el placebo realmente significa. El efecto placebo no es algo espiritual, no es la Pachamama sanando nuestro cuerpo de forma inmaterial, hablamos de bioquímica, conductismo y genética. Ciencias consolidadas que conocemos y nos explican cómo es posible que incluso un perro experimente el efecto placebo.

No es principio activo todo lo que reluce

Cuando pensamos en un placebo solemos imaginar una pastilla de azúcar, pero el concepto es mucho más amplio. Una jeringuilla cargada de suero puede ser un placebo, abrir y cerrar las carnes de un paciente sin operarle de nada puede ser un placebo, e incluso existen agujas retráctiles para actuar como placebos de la acupuntura. Un placebo es un paripé para que el sujeto de estudio viva una experiencia que para él sea indistinguible al tratamiento, pero donde el verdadero mecanismo por el que funciona ese tratamiento esté ausente. Pero ¿para qué tantas molestias?

La respuesta se encuentra en la investigación. Un fármaco, por ejemplo, funciona por contener una o más moléculas a las que llamamos “principios activos” porque son las responsables de unirse a los receptores que, causalmente, aliviarán unos síntomas o contribuirán a combatir la enfermedad. No obstante, no son los únicos factores terapéuticos asociados a la atención médica. Sentirnos cuidados es reconfortante, al igual que ponerle nombre al fin a aquello que padecemos o confiar en que el jarabe que nos han dado nos haga sanar de una vez por todas. Puede que no acelere la curación, pero, desde luego, hace los síntomas más llevaderos y los pacientes tienden a sentir mejoría en su calidad de vida.

Así pues, para poder estudiar nuevos tratamientos era necesario distinguir los efectos que se debían realmente a ellos, y los que estaban producidos por el efecto placebo y que, por lo tanto, no daban valor al producto. Este es el motivo por el que, en todo buen ensayo clínico, existe al menos un grupo control de sujetos que, en lugar de ser tratados con el procedimiento que se está estudiando, son intervenidos con un placebo que ayudará a discernir qué efectos debemos verdaderamente a cada cosa. Pero, si esto no se debe al tratamiento en concreto ¿cómo es posible?

La receta del placebo

Pues mientras que algunos se encomiendan al misterio y calman así todo viso de curiosidad que pudieran albergar, la ciencia ha tratado de diseccionar los mecanismos que hay tras el efecto placebo. Y mecanismos, en plural, es la forma correcta de plantearlo, porque parece que lejos de ser una sola vía la que actúa en estos casos, son varias. Es más, precisamente por la complicación que supone estudiar este tipo de procesos, todavía nos queda mucho por descubrir, por lo que bien podría deberse a otros mecanismos todavía ignotos.

Para simplificar las cosas y quedarnos en las explicaciones más robustas, centrémonos en el condicionamiento. En cierto modo podemos decir que somos como aquellos perros de Pávlov, que, tras escuchar muchas veces una campanita al recibir comida, terminaron asociando ambos estímulos y empezaron a salivar solo ante el sonido de la campana. En este caso, todos hemos experimentado cómo remite un dolor tras tomar un analgésico, o que tras acudir al médico nuestros males suelen ir atenuándose. Esto significa que estamos más predispuestos a sentirnos mejor tras consumir un placebo que semeje un tratamiento médico. A fin de cuentas, el bienestar tiene un gran factor subjetivo donde, según el valor que le demos a nuestros pesares o cómo prestemos atención a los mismos, nuestra forma de experimentarlo cambiará mucho.

A esto se suma que, el simple hecho de sentirnos atendidos y cuidados, mimados en cierto modo, produce la liberación de sustancias que producen cierta placidez y relajación. Tanto esto como el condicionamiento antes nombrado ayudan a reducir los niveles de estrés durante la enfermedad, esto es, de moléculas llamadas corticosteroides que, en grandes concentraciones, terminan dañando nuestros tejidos y deprimiendo a nuestro sistema inmunitario. Así pues, hasta cierto punto podríamos decir que el placebo ayuda a sanar en tanto que reduce los impedimentos que produciría el estrés. En cualquier caso, vemos que se trata de un mecanismo químico bastante básico.

Entre estas investigaciones, hay algunas que hablan incluso del placeboma, refiriéndose al conjunto de variantes genéticas que se han asociado a sujetos más propensos a experimentar el efecto placebo, porque claro, no todos lo vivimos con la misma intensidad. Incluso para la misma persona, no todos los placebos actúan del mismo modo. Las pastillas rojas y grandes parecen tener más actividad de placebo que las pequeñas y azules. Del mismo modo, los tratamientos más aparatosos y caros parecen dar mejores resultados que los menos invasivos. El costo, ya sea económico o en función del sufrimiento tolerado, nos condiciona a esperar una mayor eficacia del falso tratamiento.

El descontento de los chamanes

Aunque, a decir verdad, estas explicaciones no satisfacen a todos. Satisfacen a la ciencia, que es quien tiene potestad para hablar sobre esto, pero algunos opinadores profesionales dedicados a la venta o el consumo de falsos remedios consideran que ha de haber algo más que un simple trampantojo. Para defenderse suelen sacar las garras y, entre algún que otro arañazo menor, asestan lo que creen que es un golpe de gracia, diciendo: y si todo se debe a la sugestión ¿cómo es posible que haya efecto placebo en mascotas y bebés? La respuesta es bastante sencilla, para contento nuestro y para disgusto de los críticos de la medicina real.

Los bebés no son tontos, me temo. Ni los bebés ni los perros o gatos que habitan nuestros hogares. De hecho, el ejemplo más típico de condicionamiento es el de los perros de Pávlov. Puede que no entiendan lo que es un medicamento, pero sabemos que nuestras mascotas que son extremadamente buenas analizando nuestras expresiones faciales, nuestros tonos de voz y nuestro lenguaje corporal en general. Saben cuándo estamos tensos, preocupados por su salud y saben, por supuesto, cuándo sus dueños, que confían en los efectos de un tratamiento placebo, se sienten aliviados pensando que la curación de su amigo ya está encaminada. Y si esto te parece poco probable es porque no conoces la historia de Hans el listo, el caballo que fingía saber matemáticas porque detectaba las microexpresiones de su interrogador cuando este estaba a punto de ofrecerle la respuesta correcta.

Incluso tras devolver estos últimos golpes, es muy probable que los defensores de estas falsas terapias apelen a que, si tan solo son placebos: ¿qué mal pueden hacer? Proponen que hagamos la vista gorda y aceptemos, de hecho, que su efecto placebo es valor suficiente para promoverlas. Sin embargo, hay aquí un planteamiento algo engañoso. Porque si bien las falsas terapias se valen del efecto placebo, las verdaderas terapias también lo asocian, solo que a mayores, estas últimas funcionan de verdad.

Por ese motivo, no hemos de promover el uso de pseudoterapias excusándonos en su efecto placebo, hemos de humanizar el tratamiento médico para que, a los verdaderos fármacos y procedimientos terapéuticos, se sume el efecto placebo de sentirse atendido y en buenas manos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Que todo pueda tener efecto placebo no significa que cualquier pastilla azucarada se experimente como tal. Como contrapartida, existe el efecto nocebo, donde el condicionamiento se produce al asociar el tratamiento a algo negativo, un empeoramiento, alguna reacción adversa u otras complicaciones.
  • El efecto placebo no cura realmente, y aunque puede facilitar la vuelta a la normalidad en enfermedades autolimitadas (que tienden a resolverse solas), sus efectos sintomáticos se reducen a cierta analgesia y al control de las náuseas.
  • No todos los ensayos clínicos utilizan placebo. Cuando existe un tratamiento ya aprobado y la enfermedad puede dejar secuelas o no resolverse favorablemente, el placebo está contraindicado y deberá de utilizarse como control el mejor tratamiento disponible hasta la fecha.

REFERENCIAS:

  • Aceituno V., D. and Santander, J., 2017. Vigencia del efecto placebo: su biología desde la genética a la conducta. Revista médica de Chile, 145(6), pp.775-782. https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/29171627/
  • Singh, S. and Ernst, E., n.d. ¿Truco O Tratamiento?