Ciencia

La historia tras el Nobel por descubrir el virus de la hepatitis C

El virus de la hepatitis C se cronifica en tres de cada cuatro pacientes, pudiendo causar cirrosis, fallo hepático, cáncer o hasta la muerte.

Imagen de un virus de la hepatitis C tomado bajo un microscopio electrónico y con el color editado. (Autoría de Cavallini James)
Imagen de un virus de la hepatitis C tomado bajo un microscopio electrónico y con el color editado. (Autoría de Cavallini James)Cavallini JamesCreative Commons

En un año donde los virus han sido protagonistas indiscutibles, el Instituto Karolinska de Suecia ha decidido no llevarle la contraria a 2020. Esta misma mañana han anunciado a los ganadores del premio Nobel de Fisiología o Medicina y, aunque la comunidad científica no esperaba este resultado, el sentir general es de indiscutible merecimiento.

Harvey J. Alter, Michael Houghton y Charles M. Rice se alzan con el galardón de este año por sus determinantes contribuciones al descubrimiento del virus de la hepatitis C. Lejos de ser un virus cualquiera, este patógeno es especialmente peligroso, incluso comparado con otros virus de la hepatitis. No obstante, pare entender realmente a qué se ha concedido tan reputado premio, hemos de seguir el hilo de la historia.

A HOMBROS DE GIGANTES

Podríamos decir que todo empieza con otro laureado, Robert Koch, quien recibe en 1905 el premio Nobel de Fisiología o Medicina (el quinto de la historia), por demostrar la teoría microbiana de la enfermedad, ya postulada por Pasteur tiempo atrás. En ella, se rompía con la tradición médica y los miasmas daban paso a los microbios. Dicho de otro modo, hasta entonces, algunas enfermedades se creían originadas y contagiadas por efluvios fétidos y lo que esta teoría sugería es que su verdadero origen estaba relacionado con unos seres microscópicos recientemente descubiertos. Con el tiempo afinaríamos la precisión y encontraríamos que se trataba de bacterias, virus, hongos e incluso parásitos.

No obstante, saber que algunas enfermedades eran producidas por este zoo en miniatura no significaba que conociéramos a cada uno de sus ejemplares. Koch aisló, entre otras cosas, el bacilo de la tuberculosis, y muchos otros fueron identificados durante los años siguientes. Antes de 1940 ya habíamos conseguido identificar dos virus causantes de unos cuadros médicos a los que llamamos hepatitis. Una inflamación del hígado que puede alterar su estructura afectando a su función (cirrosis y/o fibrosis) y, en los casos más graves, llegando a desencadenar un tipo de cáncer llamado carcinoma hepatocelular. Aquellos virus fueron bautizados como virus de la hepatitis A y virus de la hepatitis B.

HARVEY J. ALTER

Por aquel entonces, Harvey J. Alter estaba estudiando a pacientes con cuadros avanzados de hepatitis y se percató de algo extraño. Algunos no tenían virus de la hepatitis A ni de la hepatitis B en sangre ¿cómo era esto posible? Fuera lo que fuese el virus parecía transmitirse a través de la sangre, ya fueran transfusiones, usuarios de drogas por vía parenteral, etc. Por ese motivo, para asegurarse, Alter tomó el suero sanguíneo de estos pacientes (a priori contagioso) y se lo inyectó a un chimpancé que, como esperaban los investigadores, terminó replicando la enfermedad. Esto solo podía significar una cosa: existía al menos un tercer virus causante de la hepatitis, por lo que Alter lo denominó: virus de la hepatitis no A no B.

MICHAEL HOUGHTON

Sin embargo, la afirmación tenía que materializarse para que el virus pudiera ser oficialmente descubierto y esto llego con el trabajo de Michael Houghton. Una vez más, hubo de ser infectado un chimpancé para, posteriormente, analizar su sangre en busca del material genético de un nuevo tipo de virus con actividad hepatotropa (que afecta al hígado). Así es como lo hizo Houghton y así es como en 1989 consiguió aislar el ARN del virus en cuestión. Desde entonces fue denominado virus de la hepatitis C.

Y aunque parezca un paso minúsculo, cambió radicalmente la situación. Ahora el virus podía ser detectado, por lo que era factible descartar las bolsas infectadas antes de inyectárselas a otros pacientes, reduciendo el contagio por transfusión del 30% hasta casi hacerlo desaparecer. De hecho, las técnicas usadas por Alter fueron decisivas para el diagnóstico de la enfermedad durante mucho tiempo. Pero para que esta historia termine, hace falta un último paso. Aislar el material genético de un patógeno es uno de los pasos más claves para entender la enfermedad que produce, pero sobre todo para desarrollar técnicas que nos permitan plantarle cara. Un descubrimiento que vino de la mano del tercer laureado: Charles M. Rice.

CHARLES M. RICE

Rice buscaba probar algo crucial en medicina, saber si determinado factor es suficiente para producir la enfermedad. Existen numerosas enfermedades multifactoriales, que se dice. Esto es, producidas por una constelación de causas. Saber si el virus de la hepatitis C era suficiente por sí solo para desencadenar la enfermedad era indispensable para desarrollar tratamientos efectivos contra la patología. Así pues, Rice estudió la información genética del virus para entender de qué manera se replicaba y afectaba a los hepatocitos (las células del hígado) Finalmente, volvió a tomar chimpancés, concretamente sus hígados, para inyectar el virus aislado y comprobar si era suficiente para afectar a la estructura del tejido hepático del mismo modo que lo hacía en humanos. El resultado fue el esperado y, por primera vez, la búsqueda de un tratamiento podía trabajar sobre cimientos firmes.

Harvey J. Alter, Michael Houghton y Charles M. Rice, Premio Nobel de Medicina 2020THE NOBEL PRIZE05/10/2020
Harvey J. Alter, Michael Houghton y Charles M. Rice, Premio Nobel de Medicina 2020THE NOBEL PRIZE05/10/2020larazonTHE NOBEL PRIZE

Gracias a estos aportes a en investigación básica, la comunidad científica ha sido capaz de desarrollar tratamientos y sistemas de prevención eficaces contra este virus. El ejemplo más famoso es el combinado de ribavirina (un antiviral) e interferón, que ha permitido tratar a numerosos pacientes a lo largo de la historia. Su uso ha permitido reducir drásticamente la mortalidad de esta enfermedad hasta un 4% (que sin embargo, sigue siendo la más alta entre las hepatitis víricas). No obstante, sigue siendo una de las principales preocupaciones sanitarias a nivel internacional. Se trata, no en vano, de una enfermedad que afecta a 70 millones de personas y cuyo impacto social va más allá de toda duda, provocando cerca de 400.000 muertes al año. En resumen, el premio Nobel de este año ha sido concedido a los científicos que, con su ciencia básica, consiguieron poner freno a un virus. El mensaje se lee entre líneas.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Harvey J. Alter es el único de los tres galardonados con la carrera de medicina (especializado en hematología). Michael Houghton es bioquímico y Charles M. Rice zoólogo. Esta variedad de titulaciones es frecuente entre los ganadores del Nobel de Medicina y Fisiología debido al carácter interdisciplinar de la investigación biosanitaria.
  • En la actualidad todavía no existe una vacuna para la hepatitis C. No obstante, Michael Houghton encabeza uno de los ensayos clínicos más prometedores. Lo que hace a este virus diferente del de la hepatitis A o B para los cuales ya tenemos vacuna es que su material genético está basado en ARN, como el famoso coronavirus, por lo que muta muy rápido, haciendo difícil que nuestro cuerpo reconozca a todas sus posibles cepas.

REFERENCIAS (MLA):