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Bulos

Verdades y mentiras sobre los terremotos de Granada

Es importante deshacernos de bulos geológicos para entender lo que está ocurriendo en Granada y lo que todavía puede ocurrir

Técnicos del Arzobispado de Granada y bomberos trabajan en la fachada de la catedral, después de que se cayeran pináculos a consecuencia de los terremotos
Técnicos del Arzobispado de Granada y bomberos trabajan en la fachada de la catedral, después de que se cayeran pináculos a consecuencia de los terremotosPEPE TORRESEFE

Nuestro planeta está prácticamente vivo y solemos acordarnos de ello de la peor manera posible. Tendemos a olvidar que nuestros pies descansan sobre algo más que una descomunal bola de piedra. La realidad es mucho más compleja, pero nos pasa desapercibida hasta que la tierra ruge: vulcanismo, maremotos, terremotos… Hace ya casi dos meses que Granada y sus alrededores están experimentando lo que algunos expertos ya han calificado como un “enjambre sísmico”. Más de un centenar y medio de terremotos que, para los lugareños, parecen no tener fin.

Durante las últimas semanas han ido apareciendo grietas y otros daños estructurales moderados en algunos edificios de la zona. Cierto es que se trata de una de las zonas sísmicamente más activas de España, pero la actividad registrada últimamente excede lo que podríamos considerar normal. Entre tanto temblor de tierra la información y la desinformación geológica se han abierto camino hasta el prime time y han sembrado cierta confusión, se ha confundido intensidad con magnitud y se ha sugerido que muchos terremotos menores evitan uno grande. Pueden parecer conceptos sin importancia muy alejados de la dimensión práctica que ahora mismo debería preocuparnos, pero sin ellos se vuelve casi imposible entender a qué nos enfrentamos realmente.

Intensidad no es magnitud

Tal vez el concepto que más se ha repetido de forma incorrecta durante estas semanas haya sido el de “intensidad”. Numerosas fuentes han atribuido a los seísmos granadinos una intensidad de 4,4 (por ejemplo) cuando esto es meridianamente falso. Magnitud e intensidad son dos conceptos diferente y frecuentemente confundidos. La magnitud es una forma de medir la energía liberada por un terremoto.

Para calcularla se corrigen factores como la distancia al epicentro (superficie) y la profundidad del hipocentro (verdadero origen del seísmo). De este modo, podríamos decir que la magnitud es una medida bastante objetiva y el mismo terremoto tendrá idéntica magnitud lo midas donde lo midas, gracias a este factor de corrección. La intensidad, en cambio, es algo totalmente diferente.

Como acabamos de ver, la magnitud por sí sola no nos da tanta información como nos gustaría sobre cuánto ha afectado un terremoto a un lugar determinado y para ello está la intensidad. A diferencia de la magnitud, esta es relativamente subjetiva y emplea escalas como la de Mercalli Modificada que clasifican el evento en función de la claridad con la que ha sido percibido por la población o la destrucción que ha producido en edificios y mobiliario. De este modo, un terremoto de idéntica magnitud puede tener una intensidad diferente en varias ciudades cercanas. Del mismo modo, lo preparada que esté la infraestructura de una ciudad para tolerar temblores de tierra ayudará a reducir la intensidad de los seísmos que sufra.

En el caso de Granada, los seísmos no han superado los V o VI grados en la escala de macrosísmica europea. Esto sitúa el panorama entre fuerte (la vibración es fuerte) y levemente dañino (daño ligero en los edificios corrientes).

Richter ya no vale

Hablando de grados, si estos todavía tienen cabida para hablar de intensidad, no se emplea para indicar la magnitud, haciendo incorrectas frases como “4,4 grados de magnitud”. De hecho, la confusión en cuanto a cómo indicar la magnitud de un terremoto tiene todavía una última vuelta de tuerca, porque hay otro concepto frecuentemente equívoco: la famosa escala Richter.

Posiblemente se trate de uno de los conceptos más populares de la sismología, pero mal que nos pese, hace décadas que caducó. Desde principios del siglo XXI la mayoría de los expertos han abandonado la famosa escala Richter debido a sus limitaciones técnicas e interpretativas. Decidieron sustituirla por una escala con un nombre mucho menos carismático: la escala sismológica de magnitud de momento. Esta fue propuesta a finales de los años 70 y, al igual que su antecesora, no emplea grados de ningún tipo. Por suerte, ambas escalas comparten los mismos parámetros y ofrecen poca discrepancia, por lo que permiten comparar aproximadamente magnitudes de terremotos antiguos medidos con la escala de Richter con actuales medidos con la escala sismológica de magnitud momento.

La gran diferencia, simplificándolo mucho, radica en que esta nueva escala evita la llamada “saturación en valores altos”. Esto significa que permite discriminar mejor las diferentes magnitudes de terremotos ya de por sí muy energéticos.

Muchos pequeños no previenen el grande

Como decíamos antes, durante los dos últimos meses Granada y sus cercanías han experimentado cientos de terremotos menores y aunque parezca extraño, esto ha tranquilizado a algunas personas. La aparente contradicción se debe a un mito popular que dice, más o menos, que los terremotos de poca magnitud ayudan a liberar la tensión acumulada por la corteza terrestre. Sería como imaginar vaciar una botella poco a poco en lugar de quitarle el tapón de cuajo, pero por desgracia, en la práctica esto no es así.

Los terremotos se producen, mayormente, por la fricción producida entre los bordes de una falla (fracturas de la superficie terrestre). A veces estas fallas se encuentran entre las grandes placas que forman la superficie de nuestros contentes, otras pueden hallarse tierra adentro produciendo “terremotos intraplaca”. En cualquier caso, podríamos resumirlo como grandes masas de roca que se resisten a desplazarse unas sobre otras. A veces se superponen, otras se separan y otras se deslizan en sentidos contrarios, pero en todos estos casos lo que ocurre es que el rozamiento evita que su movimiento sea fluido, como cuando tratamos de hacer resbalar nuestra mano sobre una superficie de goma. La mano irá dando trompicones y en el caso de la corteza terrestre, esos son los seísmos.

Pues bien, cabría pensar que, si la mano da trompicones pequeños cada poco tiempo, estaremos evitando un trompicón grande, un gran terremoto. El problema llega cuando hacemos las cuentas. Un terremoto de magnitud 6, por ejemplo, libera 32 veces más energía que uno de magnitud 5, uno de magnitud 5 libera 32 veces más que uno de magnitud 4 y así sucesivamente. De este modo, para evitar un terremoto de magnitud 6 harían falta 1.024 terremotos de magnitud 4 o 32.768 de magnitud 3. Es lo que tienen las escalas exponenciales.

Por otro lado, comparar un terremoto con nuestra mano deslizándose sobre goma cae en un error de bulto y es pensar que existe un único punto sometido a tensión en las fallas implicadas. Por mucho que se haya liberado la tensión de un lugar, esto no significa que toda la falla se haya “relajado”, y eso nos lleva al último punto.

No son réplicas

En ciencia las palabras buscan ser tan precisas como sea posible y por eso es tan problemático reinterpretarlas por la intuición. Durante estas semanas algunos medios han asumido como sinónimos tres conceptos fundamentalmente diferentes, que son las ondas secundarias, las réplicas y los enjambres sísmicos.

Cuando una falla libera energía provocando un seísmo, este se manifiesta deformando la corteza terrestre en ondas que se alejan progresivamente del lugar del evento. Estas deformaciones son las que hacen temblar la tierra de lugares más o menos distantes, pero no todas viajan a la misma velocidad. Según cómo deformen la tierra se propagarán más o menos rápido, de tal modo que las segundas en llegar (las que tienden a producir más daños en el mobiliario por hacer vibrar el suelo “de arriba abajo”) se denominan “ondas secundarias”.

Por otro lado, tenemos las réplicas. Estas serían terremotos desencadenados por otro terremoto y son siempre de menor magnitud. Podemos imaginarlo como que el temblor ha suministrado el “empuje” que necesitaban otras partes de la falla para deslizarse liberando más energía. Se trata un concepto sutilmente diferente a los enjambres sísmicos, que es de lo que hablamos al hacer referencia al gran número de terremotos de los últimos meses. Entre ellos no se ve un único terremoto grande tras el cual han ido sucediéndose el resto, por lo que hay algo más que réplicas, hay terremotos presuntamente independientes unos de otros.

Precisamente por esto cuesta pronosticar cuánto tiempo se mantendrá este enjambre, cosa que sería más fácil de estimar si realmente fueran tan solo unas réplicas. Tendremos que esperar hasta ver cómo evoluciona esta atípica actividad geológica.

LA CLAVE:

  • Si bien 156 terremotos son un número sorprendente, hemos de tener en cuenta que la gran mayoría no han sido perceptibles para los seres humanos los hemos registrado gracias a sismómetros tremendamente sensibles. Cada año ocurren en el mundo unos 200.000 terremotos de los cuales España sufre unos 3.000 seísmos (perceptibles o no). Sin esta información es complicado entender qué significan 156 seísmos.

REFERENCIAS (MLA):