Sociedad

Genética

Clonar a tus mascotas ya es una realidad y cuesta 50.000 dólares

¿Clonarías a tu perro? Muchos dueños lo tienen claro, pero ¿saben realmente lo que están haciendo?

Fotografía editada de un perro (Pixabay: Sponchia)
Fotografía editada de un perro (Pixabay: Sponchia)SponchiaCreative Commons

La oveja más famosa del mundo murió en 2003, poco antes de cumplir los 7 años. Sin embargo, en su corta vida consiguió ganarse a los medios como pocos animales lo han hecho, aunque no tanto por su carácter afable y su tierna mirada, sino más bien por haber sido el primer mamífero clonado a partir de células adultas. A la cabeza del proyecto que dio a luz a la oveja Dolly estaba Ian Wilmut, embriólogo experto en la obtención de células madre. Más allá de la polémica, parece evidente que Wilmut logró su propósito y, aunque hay quien sospecha que la oveja tenía una serie de patologías que ingeniero genético ocultó deliberadamente, la realidad era un clon vivo y coleando. Su muerte fue debida a un cáncer de pulmón originado por el retrovirus JSRV que, al parecer, afectó al resto del rebaño, de forma completamente independiente a la clonación. Sea como fuere, en los 25 años que nos separan de su clonación, las técnicas han mejorado tanto, o lo que parece ser más relevante: se han popularizado hasta el punto de que cualquier dueño de una mascota, si tiene suficiente dinero, puede encargar tantos clones de ella como desee. Lejos quedan ya los tiempos en que Snuppy, el primer perro clonado (2005), era una rareza.

Entre 50.000 y 100.000 dólares por clonar a un perro, algo menos por un gato y bastante más por un caballo. Así está el mercado, un mercado que muchos no imaginan ni que existe y que, sin embargo, mueve anualmente varios millones de dólares. Tal vez, uno de los casos más sonados sea el de Barbara Streisand, la actriz, cantante, productora y directora que encandiló a toda una generación. En 2017, su perra Samantha murió. Habían estado 14 años juntas y Barbara Streisand tenía claro que no la dejaría ir así como así. Un poco antes de que falleciera, había tomado muestras de su estómago y del interior de su boca y las había enviado a una empresa especialista en clonaciones de mascotas. Ellos se encargarían de conservar las muestras por un no tan módico precio y si Barbara Streisand quería, llegado el momento, clonarían a Samantha. El momento llegó, por supuesto y, de hecho, lo hizo por duplicado.

Dos clones y un original

Cuando tenemos un vinculo muy estrecho con nuestras mascotas, su muerte puede doler como la de cualquier otro familiar. A Barbara la vida se le hacía imposible sin Samantha, así que decidió utilizar aquellas muestras para clonarla, pero no una vez, sino dos. La actriz creía que obtendría una copia perfecta de su perra, con su aspecto, sus rizos blancos, sus manías y su misma “personalidad”. No obstante, lo que ella buscaba era recuperar a Samantha, no a un perro prácticamente indistinguible, sino a aquella misma mascota que había perdido. Tal vez eso debiera haber sido suficiente óbice para entender que la pérdida no sería resuelta con una copia, pero finalmente la clonación llegó a término y Barbara Streisand recibió sus dos “nuevas Samanthas”.

Sin embargo, no tardó demasiado en darse cuenta de que no eran lo que esperaba. No eran Samantha y no podrían serlo jamás, porque somos algo más que nuestro ADN. Decía el filósofo existencialista Jean Paul Sartre que somos aquello que hacemos con lo que hicieron de nosotros y, aunque no fuera esa precisamente su intención, la frase tiene un sentido interesante que recuerda a aquella máxima científica que el fenotipo es genotipo y entorno. Dicho de otro modo: partimos de unos genes que codifican las bases de nuestra biología, pero vivimos en un entorno cambiante que influye en nuestro desarrollo, desde las hormonas maternas que nos bañan durante la gestación hasta la soledad de nuestros últimos años de vida. Puede que Samantha fuera genéticamente la misma perra y que, por lo tanto, sus clones compartieran con ella los rasgos que menos se dejan influir por el entorno, mayormente los que conforman su aspecto, pero la “personalidad” se forja, y el simple hecho de que los clones de Samantha se críen juntos y a la sombra de su madre, es suficiente para que se evidencie que, en realidad, son otros perros y no simples copias.

El verdadero peligro de la clonación

Hasta ahora, hemos expuesto por qué la clonación de mascotas no puede asegurar que obtengamos al mismo animal que falleció, aunque para ser justos, eso no significa por sí mismo que debamos evitarlo, puede haber alguien que busque, por ejemplo, clonar a un perro de exhibición que cumplía a la perfección los cánones físicos de su raza. En esos casos donde prima el aspecto, el argumento contra la clonación es otro que se vehicula más a través de la ética que de la perfección técnica.

Clonar a un individuo implica unos problemas éticos profundamente espinosos. ¿Tenemos derecho? ¿Qué implicaciones tiene para nuestra relación ese organismo? No obstante, hay problemas menos controvertidos, como, por ejemplo, que para la clonación de estas mascotas se requiera una gestación subrogada. Básicamente, para recuperar a tu mascota, has de consentir que se use a otros perros, gatos o caballos como vientres “de alquiler” con todas las repercusiones que ello puede conllevar para la salud de las gestantes. La administración de hormonas y la relativamente alta tasa de abortos hace de este proceso algo bastante controvertido. Es más, las principales empresas del sector (ViaGen, Sooam Biotech, Sinogen, etc.) son bastante opacas en cuanto al trato que reciben sus animales.

Del antiguo Egipto al “moderno” Hollywood

La ciencia destierra el concepto de “alma” por ser inmaterial y no contar con la menor evidencia, pero eso no significa que, cuando nuestros antepasados comenzaron a hablar de ella o de sus análogos, no estuvieran haciendo referencia a algo real. El alma, en cierto modo, se refería a esa sensación de individualidad, a la identidad de un ser humano. En el antiguo Egipto, por ejemplo, su versión del alma se dividía en dos, por un lado, estaba la Ka, que se quedaba unida al cuerpo tras la muerte, por otro lado, el Ba, que era capaz de desprenderse de la carne y migrar (siempre que terminara volviendo). La Ka era el motivo por el que se momificaban los cuerpos y por el que se hacían estatuas funerarias, para que, si el cuerpo era expoliado o se corrompía, el Ka pudiera identificarse con la efigie de quien había sido en vida.  De algún modo, esta atadura a la carne, a la apariencia de semejanza, es parte de lo que mueve a los dueños a clonar a sus mascotas, les empuja a encontrar sustituto de un muerto en una estatua.

En realidad, la división del “alma” en el antiguo Egipto es más compleja y, la identidad se relaciona con el nombre del difunto y con el Ren más que con el Ba y el Ka, pero refleja bastante bien ese frustrado intento de entender dónde estamos realmente. ¿Soy mi cuerpo? ¿Soy mis experiencias? ¿No seré acaso todo eso? Y puede que no terminemos de entender en profundidad todos los detalles y complejidades de este maridaje entre biología y cultura, pero sabemos lo suficiente para concluir que, un clon no es una copia idéntica, y mucho menos en animales con carácter propio.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • El primer mamífero clonado a partir de células adultas fue Dolly, pero el primer clon que pudo demostrarse completamente sano fue Fibro, un ratón nacido en 1999. La información genética fue obtenida a partir de una biopsia del tejido conectivo de la cola de un ratón, concretamente de unas células llamadas fibroblastos.

REFERENCIAS (MLA):