Neurociencia

¿Por qué nos gusta cantar?

¿Es una habilidad que hemos desarrollado por cuestiones estéticas o prácticas?

Mariachi cantando
Mariachi cantando JuergenPMPixabay

El ser humano canta, y aunque no es el único animal que lo hace, tenemos que reconocer que le hemos puesto un empeño que, culturalmente, no le han puesto otros animales. Los pájaros trinan sus melodías y, a veces, incluso las inventan ellos mismos, porque no todo es heredado. Sin embargo, tenemos claro que, hayan creado o aprendido esos compases, el propósito biológico de sus canciones es mayormente reproductivo. Cantan para encontrar parejas, como los grillos que grillan y las ranas que croan. Es algo realmente frecuente en la naturaleza. ¿Es ese nuestro caso? También podríamos compararnos con un caso más complejo: el de las ballenas jorobadas, las otras grandes cantarinas de este planeta azul. Sus sonidos mezclan ritmos y tonos como si siguieran una gramática propia y se propagan a lo largo y ancho de los océanos en un intento de comunicarse por encima de las ensordecedoras hélices de los barcos.

Los cambios entre graves y agudos podrían codificar información en sí mismos del mismo modo que hacen las lenguas tonales, como el chino mandarín. Algo parecido parecen hacer los indris, unos lémures de cola corta y cuerpos estilizados que cantan a dúo o en coros en las noches de Madagascar. Hembras y machos tienen estilos de canción diferentes y se comunican a largas distancias. Sin embargo, no conocemos grandes simios que canten. Nuestros parientes más cercanos parecen carecer de habilidades similares a nuestro canto, incluso a pesar del gran repertorio de vocalizaciones que pueden exhibir, como es el caso del orangután. ¿Cómo aprendimos a cantar? ¿Para qué nos servía antes de las grandes discográficas?

¿Sexo o información?

¿Acaso hemos desarrollado el canto por algo similar a las ballenas jorobadas o los pájaros? Empecemos por el segundo caso, el de esos cetáceos que, para vencer las grandes distancias del mar y el ruido que lo inunda, parecen codificar información en los cambios de tono. En nuestro caso, tal cosa no parece muy necesaria. Existen lenguas tonales, como hemos dicho, pero la mayoría de las formas de comunicación humana no han aprovechado esta habilidad frente al uso de un amplio abanico de vocalizaciones. Sexualmente ya es otra cuestión, porque, aunque seamos algo más complejos que los pájaros en nuestras interacciones sexuales, es indudable que encontramos cierto valor estético en el canto y que nos sentimos atraídos, e incluso seducidos, por voces con timbres bonitos y capaces de modularse al ritmo de los instrumentos.

Podríamos decir que, tal vez, nuestro gusto por el canto surgió así, mediante selección sexual y, aunque es bastante especulativo, no tenemos apuestas mucho mejores. Lo que sí tenemos, sin embargo, son apuestas alternativas. Una de las más interesantes se plantea que, tal vez, las canciones no servían para codificar información, pero sí para almacenarla. Todos hemos aprovechado alguna cancioncilla para recordar datos. Recuerdo que, en los colegios de Galicia, por ejemplo, era frecuente usar la melodía de la canción popular “A saia de Carolina” para memorizar los ríos de la cornisa cantábrica. Solo había que cambiar la letra y, mágicamente, la música acomodaba toda esa información en nuestro cerebro sin gran esfuerzo. ¿Es posible que el canto haya surgido por sus propiedades mnemotécnicas?

Posiblemente no

No podemos afirmarlo o negarlo con rotundidad, pero posiblemente no. Es cierto que existen casos donde el canto juega un papel especialmente importante para recordar información. Los nativos australianos, por ejemplo, han almacenado rutas enteras a través de su continente utilizando canciones. En sus canciones marcan realidad y fantasía y, en cierto modo, eso hacían también los griegos con su Odisea, que, para memorizar más fácilmente, por tradición oral, le habían dado forma de poema, con cierta musicalidad y un ritmo especial. Incluso quienes memorizan el Corán lo hacen en forma de canto, algo presente en otras religiones que tratan de recordar al detalle sus libros sagrados. De hecho, sabemos que incluso contribuye a los vínculos y la cohesión social. El problema de esta explicación es que no parece muy útil en los primeros momentos del desarrollo de esta habilidad y que, en realidad, no hace falta más que cierto sentido del ritmo para crear estos trucos mnemotécnicos.

En cualquier caso, esto podría responder a “por qué se seleccionó evolutivamente el canto entre nuestros antepasados”. Si nos preguntamos por qué nos gusta ahora tenemos que olvidarnos de orígenes y centrarnos en que nuestro cerebro, sea por lo que sea, parece configurado para responder de forma especial a las melodías e, incluso, a la voz de una canción que a una narración. Hemos encontrado una dimensión estética que nos atrae y que reconocemos con facilidad, y lo que es igual de importante, nos gusta predecir y aceptar nuestras predicciones, por eso (en parte) disfrutamos cantando una canción, estamos resolviendo unas secuencias, demostrándonos que sabemos perfectamente lo que van a decir. Evidentemente, los motivos por los que cada cultura se identifica con sus cantos son diferentes, pero puede que esto sea un aspecto bastante generalizable para entendernos un poco mejor.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Es difícil establecer orígenes claros a rasgos culturales y mucho más si lo que intentamos es justificar por qué aparecieron o, mejor dicho, por qué se mantuvieron y propagaron entre los miembros de nuestra especie. Las explicaciones biológicas no son nunca suficientes, y menos en animales con una complejidad cultural tan grande como nosotros. Sin embargo, es indudable que juegan un papel y que conviene preguntarnos (con la cautela adecuada), si podemos encontrar algún motivo por el que, biológicamente, haya podido ser interesante hacer tal o cual cosa. Lo mismo que nos sucede buscando la finalidad del canto nos sucede si lo hacemos con la abstracción matemática o el baile.

REFERENCIA (MLA):

  • Roger S. Payne Scott McVay. Songs of Humpback Whales. Science173,585-597(1971).DOI:10.1126/science.173.3997.585
  • Gamba M, Torti V, Estienne V, Randrianarison RM, Valente D, Rovara P, Bonadonna G, Friard O and Giacoma C (2016) The Indris Have Got Rhythm! Timing and Pitch Variation of a Primate Song Examined between Sexes and Age Classes. Front. Neurosci. 10:249. doi: 10.3389/fnins.2016.00249
  • Olivia Foster Vander Elst, Peter Vuust, Morten L Kringelbach. Sweet anticipation and positive emotions in music, groove, and dance. Current Opinion in Behavioral Sciences [[LINK:EXTERNO|||https://doi.org/10.1016/j.cobeha.2021.02.016">]]