Antropología
¿Somos el mono que viaja o existen otras especies que lo hacen?
No es lo mismo migrar y nomadear que viajar y eso nos deja en una extraña situación frente al resto de animales
Vivimos en la era dorada de los viajes. Ya no hace falta ser rico para cruzar el mundo y podemos vivir aventuras sin los riesgos que corrieron aquellos románticos exploradores de antaño. Podríamos decir que el viaje se ha vuelto prácticamente una necesidad, y no solo por ocio, también por estatus. Si pretendes vivir la vida que la sociedad considera deseable y mostrar que eres un triunfador, deberás viajar cada vez que puedas, a ser posible a lugares exóticos y no importa que jamás hayas visitado Cuenca. Para algunos no es tanto el afán explorador como el de sentir que están “viviendo el sueño”, siguiendo un plan, abrazando la brújula vital que la sociedad les ha puesto en la mano. Dicho de otro modo: es una manera de que el nihilismo les devore al encontrarse a solas con la falta de propósito de la vida.
Pero, cinismo aparte, cuando hablamos de costumbres tan complejas como el viaje, conviene siempre tomar algo de contexto alejando la mirada para abarcar con ella al resto de formas de vida. Dejemos a un lado plantas, hongos y bacterias, porque, aunque se desplazan, carecen de las capacidades cognitivas para que podamos atribuirles una intencionalidad propia de lo que llamaríamos “viajar”. Porque viajar no es solo moverse. Un viaje es algo que empieza y termina, por eso un nómada no vive viajando, no tiene una normalidad a la que volver, simplemente se desplaza o, valga la redundancia: nomadea, que precisamente por eso existe la palabra. Y, aunque filosóficamente no sea una cuestión tan sencilla, para el propósito veraniego que nos atañe, podríamos decir que la sociedad suele entender los viajes como visitas a lugares donde no vivimos normalmente y que pretenden cumplir un propósito lúdico. No hablamos de satisfacer necesidades vitales fundamentales y, del mismo modo que un refugiado no está de viaje, tampoco lo está un animal que sale de su territorio en busca de agua. Con tantas restricciones debemos preguntarnos… ¿acaso hay otros animales viajeros?
Cuestión de definiciones
Dejemos claro algo antes de continuar: no hay un buen consenso sobre lo que significa “viajar”. La RAE lo define como “Trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción” y, aunque puede parecer demasiado amplio, es estrictamente correcto. No en vano decimos cosas como “este tren viajade Barcelona a Madrid”. Es evidente que el tren no tiene la experiencia de viajar y, aunque podamos usar la palabra, se nos escapa algo entre los dedos. Por eso, convengamos que con “viaje” nos referimos a algo más que trasladarnos de un lugar a otro. El gran problema viene con el concepto de “necesidad”. Porque en cierto modo, nuestros viajes más lúdicos a veces consisten en huir del sofocante calor de las grandes ciudades. Está claro que podríamos sobrevivir en ellas, pero hay animales migratorios que tampoco morirían si no hicieran sus largas rutas, solo vivirían en peores condiciones.
Si aceptamos este matiz, tenemos unos cuantos ejemplos de animales viajeros que huyen de las condiciones climáticas un par de veces al año. El problema en este caso es el instinto. No pretendemos negar que los animales tengan cierta capacidad para tomar decisiones, eso es algo que está fuera de toda duda. Sin embargo, ¿acaso sabe una mariposa monarca hacia dónde vuela cuando emprende sus migraciones de más de 4000 kilómetros? Evidentemente, no tienen un concepto claro de la geografía y posiblemente no tengan claro por qué hacen lo que hacen, solo siguen una serie de condicionantes biológicos tremendamente fuertes. Eso sí, seamos conscientes de que, si consideramos que para viajar uno ha de ser plenamente consciente ello o de los aspectos geográficos, tendríamos que excluir a los niños y niñas más jóvenes y, por qué no decirlo, a algunos adultos que, si bien no siguen un instinto biológico, viajan por imitación con el cráneo hundido en el teléfono.
¿Y otros homínidos?
La cuestión no es sencilla, pero podemos abordarla de un modo algo más teórico y no tanto buscando casos concretos. Viajar es algo que, sin medios de transporte, requiere un gran gasto de energía y en la naturaleza sobrevivir depende de hacer un buen uso de esa energía, porque el tiempo para encontrar alimento (o cazarlo) es limitado. Por ese motivo no vemos muchos comportamientos realmente costosos sin no están orientados a la supervivencia. Y, cuando se dan, suelen estar muy limitados en el tiempo. Por ese motivo podemos renunciar directamente a encontrar casos de viaje en animales con una cognición menos desarrollada, y lo cierto es que no conocemos casos entre los grandes simios actuales, como los chimpancés o los gorilas, pero ¿y nuestros antepasados?
Sin duda, en algún momento debimos de empezar a viajar, porque ahora lo hacemos y, como hemos visto, es una actividad que no está presente en el resto de los animales que conocemos, o, al menos, no con las características que hemos ido indicando. La cuestión, por lo tanto, es si apareció durante la historia de nuestra especie, los Homo sapiens, si apareció antes, con especies previas, o si, por algún casual, surgió varias veces. Lo cierto es que no tenemos registros prehistóricos de viajes vacacionales al uso, lógicamente. Sí conocemos casos de nomadismo, lógicamente, y migraciones que distribuyeron a los homínidos por todo el mundo (varias veces). No obstante, es difícil imaginar qué tipo de evidencia podría permitirnos concluir que estamos ante un caso prehistórico de viajeros. Y eso nos lleva a una última cuestión: ¿podemos decir que el ser humano es el mono que viaja?
El mono que viaja
Nos gusta simplificar las cosas y no es culpa nuestra, es de nuestro cerebro, que no tiene capacidades infinitamente potentes. Ha de hacer lo que puede con lo que tiene y, la mejor forma es desarrollar una tendencia innata hacia la simplificación. Por eso nos atraen ideas como “el mono que viaja”, pero hay un problema. Para poder tomar este rasgo como definitorio de nuestra especie tienen que cumplirse dos cosas. La primera es que ha de estar presente solo en nuestra especie, por supuesto, y como hemos visto, parece que en cierto modo así es. Todo depende de cómo de sofisticado sea nuestro concepto del viaje, pero podríamos aceptar esta primera parte.
La segunda es la conflictiva, porque no solo tiene que ser exclusivo de nuestra especie, sino algo bastante invariable entre individuos de esa especie, tanto a lo largo del tiempo como de la geografía. Y este es el problema, porque tenemos suficientes registros históricos como para saber que el viaje tal y como lo hemos entendido en este artículo no ha sido la norma en otras épocas históricas. Incluso desde el punto de vista de la antropología podemos constatar que hay muchas poblaciones humanas donde el viaje es una excentricidad. Y no hace falta viajar lejos, las aldeas más rurales de nuestra geografía son un buen ejemplo. Así que, por bien que suene, no parece que el viaje sea algo suficientemente definitorio de nuestra especie, aunque pudiera ser exclusivo a ella. O, al menos, no más que la tendencia a jugar con videoconsolas.
Y, aunque este viaje carente de evidencias positivas pueda haber parecido una pérdida de tiempo, ha resultado ser justo lo que buscábamos: una manera de ubicar el viaje en la naturaleza, comprendiendo hasta qué punto nos encontramos ante un constructo cultural que, ni siquiera es representativo de nuestra especie en el momento presente, sino más bien de nuestra civilización más urbana y aspiracional. Y, por supuesto, nada de esto hace mejor o peor al viaje, solo una contingencia que, con suerte, podremos disfrutar este verano.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Por supuesto, también podemos tomar una definición mucho más amplia del viaje, no como una alternativa a las migraciones y el nomadismo, sino como una suerte de término paraguas bajo el que agrupar todas aquellas acciones que implican un desplazamiento. Podemos buscar incluso algo intermedio entre lo que propone la RAE y las definiciones más restrictivas. Significados de “viajar” en los que podríamos incluir, por ejemplo, los desplazamientos que periódicamente realizan algunos cetáceos, como las ballenas jorobadas. Recorren miles de kilómetros para dar a luz en las aguas tropicales o subtropicales y luego vuelven a aguas más frías, donde hay más alimento para ellas. Sin embargo, no parece ser una migración del todo necesaria, de hecho, los científicos desconocen todavía por qué lo hacen. Podría ser uno de los casos más cercanos a nuestros “viajes” dentro del reino animal.
REFERENCIAS (MLA):
- E., S.A.R., Fryxell, J.M. and Milner-Gulland, E.J. (2011) Animal migration: A synthesis. Oxford: Oxford University Press. Hiscock, P. (2013)
- ‘5 early Old World Migrations of Homo sapiens: Archaeology’, The Encyclopedia of Global Human Migration [Preprint]. doi:10.1002/9781444351071.wbeghm806.
- McNeill, W.H. (1984) ‘Human migration in historical perspective’, Population and Development Review, 10(1), p. 1. doi:10.2307/1973159.
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