Baños

Un váter público da miedo, pero después de lo que ha descubierto la ciencia, puede darlo todavía más pero no por lo que podría parecer

La obsesión por no tocar el asiento de un váter público desvía la atención del verdadero peligro: los gérmenes que viajan por el aire y se esconden en las superficies que todos tocamos sin pensar

Por qué hay que tirar sal en el váter al llegar de vacaciones
Por qué hay que tirar sal en el váter al llegar de vacacionesistock

El simple gesto de tirar de la cadena en un baño público desata un fenómeno invisible y potencialmente peligroso. Con la tapa del inodoro levantada, se genera una «nube de aerosol», una fina pulverización de microgotas y partículas fecales que puede viajar hasta dos metros. Este rocío microscópico convierte el aire del cubículo en un campo de minas para la salud, cargado de patógenos que quedan suspendidos, listos para ser inhalados.

De hecho, en esa atmósfera invisible pueden proliferar desde bacterias intestinales como la E. coli hasta virus como el norovirus, e incluso huevos de parásitos. La principal vía de contagio, por tanto, no es el contacto directo de la piel con el asiento, sino la inhalación de estas partículas o, más comúnmente, tocarse la cara tras el contacto con una superficie que ha sido contaminada por la nube. Esta amenaza se agrava si consideramos que algunos de estos microorganismos, como ciertas bacterias, se están volviendo cada vez más resistentes a los antibióticos, lo que complica el tratamiento de las infecciones que pueden provocar.

Por este motivo, la obsesión por el estado del asiento del inodoro desvía la atención de los verdaderos focos de gérmenes. Elementos de uso constante como las manillas de las puertas, los pomos de los grifos o las propias palancas de la cisterna suelen albergar, tal y como recogen en ScienceAlert, una concentración microbiana muy superior. La amenaza real reside en lo que tocamos con las manos, no en la superficie donde nos sentamos.

Los gestos cotidianos que de verdad marcan la diferencia

Asimismo, existen otros malos hábitos muy extendidos que aumentan la exposición al contagio. La práctica de «flotar» sobre el váter para no tocarlo, por ejemplo, es contraproducente: tensa los músculos del suelo pélvico e impide que la vejiga se vacíe por completo. Otro foco de contaminación es el uso del teléfono móvil, un dispositivo que se posa en cualquier parte y que actúa como un potente vehículo para transportar gérmenes fuera del aseo.

En definitiva, la protección más eficaz se basa en gestos sencillos. El principal es bajar siempre la tapa antes de accionar la cisterna para contener esa nube de partículas. Justo después, es fundamental un lavado de manos exhaustivo con agua y jabón durante al menos veinte segundos. Para el secado, los estudios sugieren que las toallas de papel son más higiénicas que los secadores de aire caliente, pues estos últimos pueden volver a dispersar por el ambiente los microbios que hayan sobrevivido al lavado.