Comunitat Valenciana
El regreso a los templos del “esmorsaret”
La mitad de los pueblos de la Comunitat Valenciana celebra en los bares el primer día de la Fase I
Si ha visitado alguna vez la Comunitat Valenciana sabrá que el ritual del “esmorsaret” es sagrado; tan arraigado en la cultura popular que está exento de debate, al contrario de lo que ocurre con la fórmula mágica de la paella. Ir de “esmorsaret” no se discute, se practica, y si luego no hay que ir a trabajar, miel sobre hojuelas. Y unos apuntes para los que no sepan de qué va esto: hablamos de un bocadillo de tamaño considerable (cuanto más antidieta, mejor), cacahuetes de “collaret" y aceitunas. Todo ello acompañado de cerveza o vino (si somos puristas) y para rematar, si aún queda hueco y el paladar lo pide, un "cremaet” (combinación de café y licor). Menú pantagruélico matutino que se disfruta en compañía de amigos o compañeros entre las nueve de la mañana y el mediodía (horario sujeto al antojo del local y la clientela).
¿Que a qué viene todo esto? Pues a que la mitad de los valencianos han vuelto hoy a sus templos gastronómicos gracias a su aprobado para la Fase I. Y lo han hecho con ganas; con muchas ganas, después de casi dos meses de ayuno involuntario. Los pueblos, microcosmos en sí, son los principales garantes de esta costumbre. Tomemos como ejemplo Canals, una pequeña de localidad valenciana de poco más de 13.000 habitantes, cuna de un Papa Borja y un campeón del mundo de Motociclismo.
Los más madrugadores han sido los hosteleros, como de costumbre. Hoy, sin embargo, tenían una inusual cita con la Policía. Un agente y una empleada municipal medían la distancia entre las mesas bajo la atenta mirada de los dueños de bares y cafeterías de la arteria principal del pueblo. Con el visto bueno de la autoridad, han subido las persianas y han empezado a despachar comandas.
La jornada ha sido tranquila, pues pese a la urgencia de reestrenar terrazas, es día laborable, así que la sobremesa se ha hecho corta. El récord se espera batir el viernes, día de mercado. “Los clientes entienden la situación, pero tienen ganas de que todo vuelva a la normalidad”, contaba Paco, uno de los camareros que atendía las mesas escondiendo sonrisa tras la mascarilla. Distancia de seguridad, pago con tarjeta y monotema, la pandemia.
Por las calles de Canals se han visto también grupos de niños en bicicleta, mezclados entre los habituales parroquianos que acuden a bancos, farmacias y comercios. Esta mañana las risas eran más fuertes y el pedaleo, más entusiasta.
Descanso a la hora de comer; la calle recupera la tranquilidad. El sol ya empieza a apretar por esa zona (la comarca es famosa por superar con facilidad los 40 grados en verano) y los vecinos se retiran a sus casas.
Se prepara la tarde, la noche y se agenda para los próximos días. Los grupos de Whataspp hierven. Quedadas para pasear, verse (sin besos y abrazos), jugar, visitar la biblioteca de nuevo y practicar deporte. Las citas se atienden por orden de llegada. La semana no da para tanta vida social, se quejan algunos con sorna mientras presumen de fase frente a los que aún permanecen en la casilla de salida.
Un día casi normal en una de las épocas más anómalas que le ha tocado vivir a una localidad en la que cada año arde la hoguera más alta del mundo y donde los viejos descansan a la sombra de un centenario árbol con nombre propio.
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