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Desescalada

Abuelos y nietos. Una historia de amor desde los balcones

Los mayores aprovechan su tiempo de paseo para acercarse hasta las casas de sus nietos. Allí se lanzan besos, lloran y cantan

No hay distancia ni virus que mate el amor de los abuelos por sus nietos
No hay distancia ni virus que mate el amor de los abuelos por sus nietosLa RazónLa Razón

La calle ya no es de todos, al menos no a la vez; al menos no todos juntos. Los horarios establecidos por el Gobierno para disfrutar de algo de ocio y deporte han convertido las ciudades en escenarios de una película distópica que cambia de calificación a medida que lo hace la franja horaria: De 6 a 10 y de 20 a 23 horas es para los mayores de 14 años, y de 12 a 19, apta para los niños. A los mayores de 70 años les hemos dejado tres horas, a solas, sin las risas y el ir y venir de los más pequeños. Huérfanos temporales de chiquillería a la que malcriar, el colectivo de los veteranos no tardó en reaccionar ante las circunstancias adversas y encontró sus propios trucos para burlar a la fatalidad que les ha apartado durante casi dos meses de los seres más queridos de sus seres más queridos.

La ciudad de Valencia, contra todo pronóstico y promesas, permanece aún en la Fase 0 de la desescalada, así que las reuniones con los seres queridos que no vivan en el mismo domicilio están prohibidas. Lo que no regula el BOE es la pericia de los abuelos para visitar a sus nietos.

Son las diez de la mañana y los “runners” dejan paso a los ancianos de todas las edades, unos más ágiles que otros, casi todos serios detrás de sus mascarillas. Es la hora del paseo; de mover las piernas y sentir el sol en la cara. Juana y Bienve caminan todo lo rápido que les permiten las piernas. Dos meses sin salir de casa pasan factura. “Aunque nosotros hemos hecho ejercicio y caminado por el pasillo arriba, pasillo abajo... pero, claro, no es lo mismo”. La pareja tiene dos nietos ya mayores que viven cerca y a los que han visto tres veces desde que todos nos encerramos en casa. “No tenemos móvil de esos con internet, pero hablamos con ellos casi todos los días y hemos ido algunas veces a verles desde el balcón. Salen a saludarnos -¡menos mal que viven en un tercero!- pero a mí ya no me gusta ir porque me emociono y me pongo triste”, cuenta ella mientras él asiente con la cabeza.

Echan de menos “todo”, lo cotidiano y lo extraordinario. Y el olor. “Olerles, eso es lo que haré el primer día que pueda. Ya que no podremos besarnos ni abrazarnos, aún nos queda eso”, cuenta emocionada ante la posibilidad de que la próxima semana las autoridades competentes permitan el reencuentro en toda la Comunitat Valenciana.

Esto es lo peor que hemos pasado. A lo mejor es porque nos ha pillado mayores", apostilla Bienve tras recordar que la suya es la “generación maldita” que sobrevivió a una posguerra, una dictadura y un par de crisis económicas. “Y ahora esto”.

Andrea tiene dos años y grita a pleno pulmón: “¡Te quiero!". La destinataria de la espontánea muestra de devoción es su abuela, que cuatro pisos más abajo le dice: “¡Pero mira que eres bonita!". Andrea y su yaya tienen una cita diaria cada mañana. Se preguntan qué han desayunado, aunque a veces no se entienden, pero les da igual. Ellas se gritan palabras de amor incondicional y mientras la mayor canta: “Sal al balcón, tira un jamón”, la otra baila entre risas porque dice que de eso no tiene, que si quiere yogures. La tierna escena se repite cada día a las diez de la mañana y así las dos empiezan bien el día.

La visita de los abuelos se ha convertido ya en una rutina para Aitana y Emma
La visita de los abuelos se ha convertido ya en una rutina para Aitana y EmmaLa RazónLa Razón

Miquel vive un piso más arriba y tiene “casi tres años” aunque aún le quedan diez meses para cumplirlos. A Miquel se le revuelve el pelo cada vez que se encarama al balcón para ver a sus mayores. “Si pudiera, saltaría”, aseguran sus padres asustados a medias. Y es que le puede el ansia de jugar con el abuelo, que le manda besos desde abajo y a través de la mascarilla. “¡Quítatela, yayo, que no veo”!, le implora el rubio. Los padres de Miquel le han organizado las visitas de la semana. Un día vienen los mayores y otro se acerca él a rondarles a su balcón. “Menos mal que vivimos todos cerca”, respira aliviada su madre. Mejor suerte que la de Dolores y Paco, cuyos nietos viven a tres paradas de autobús y que no tienen balcón. ¡Ojalá. Mira qué bien nos hubiera venido ahora", ríe él.

A Fina y Adolfo, el coronavirus les ha robado los primeros pasos de su nieta Emma. “Eso ya no volverá”, comentan resignados. Con casi once meses la pequeña ha empezado a levantarse, gatea, se arrastra. “¡Corre que se las pela!, lo vemos en los vídeos que me manda mi hija". Ellos se encargaban de cuidarla tres días a la semana hasta que llegó el estado de alarma. “El año que viene irá a la guardería”, dice con resignación. Afortunadamente viven cerca y pueden pasar a “cargar pilas” por el balcón de su casa casi todas las mañanas. Tienen que hablar por el móvil para escucharse, pero las ven y se saludan y se tiran besos, muchos besos. La portavoz es Aitana, que con casi cuatro años les pasa el parte. “Emma ha dicho ‘papá’, le he enseñado yo”. Las mascarillas tapan las sonrisas que se dibujan en sus caras, pero están ahí. La ronda no acaba aquí. Tienen la suerte de tener a otras tres nietas en su “radio de acción”. Irene, Carmen y Ana les esperan al final de la calle, en otro balcón.“Solo con esto, el día ya es mucho mejor”.

Mañana es miércoles 13 de mayo de 2020, aunque los días ya no tengan el mismo significado. La fecha no importa, lo que importa es que habrá paseo, habrá nietos y abuelos y besos desde los balcones.