Tradiciones

Los carnavales de San Fumat en Chella, homenaje a los puros caliqueños

Del 2 al 4 de febrero, la localidad vive sus fiestas en las que se rememoran costumbres, tradiciones y devociones religiosas

Fachada del campanario de Chella, donde se rinde homenaje a San Fumat en las fiestas
Fachada del campanario de Chella, donde se rinde homenaje a San Fumat en las fiestasLa Razón

Chella vive hasta el 4 de febrero sus fiestas patronales religiosas a la Candelaria, san Blas y el Cristo del Refugio por un lado y, por otro, sus divertidas carnavalescas, las que comienzan con una «procesión en honor a San Fumat, tos con vela y caliqueño, y claro, ‘disfrasaus’», al término de la cual, tras recorrerse todo el pueblo queman al dichoso San Fumat, a la manera y con la filosofía que en Villar del Arzobispo queman a «El Chinchoso».

El día de la Candelaria, el 2, es especial, porque se celebra la singular procesión grotesca de San Fumat. Comienza de madrugada, cuando acaba la verbena, y todo el mundo se disfraza y fuma caliqueños: los puros de tabaco que en el pasado siglo XX dieron fama a la localidad.

De alguna manera, los actos lúdicos no religiosos son un homenaje a los caliqueños, los puros de contrabando tan perseguidos por la Guardia Civil y que tantas economías familiares salvaron desde el siglo XIX en este pueblo y comarca, a pesar de los fuertes e incesantes controles de la Guardia Civil en las carreteras de la zona, donde coche que paraban veían cómo iba a reventar de ilegales caliqueños.

La confección doméstica y la elaboración de puros caliqueños constituyeron una economía sumergida, que empleaba mayoritariamente mano de obra femenina.

Aquellos tiempos pasaron a mejor vida y hoy el pueblo cuenta en su censo fabril hasta con una pomposa Compañía de Tabacos de la Canal de Navarrés, que ofrece buenos resultados económicos, según el anuario del Comisionado del Mercado de Tabacos.

Los hostigamientos a esta industria hizo que en tiempos pasados desparramara a la huerta de Valencia y en muchas alquerías sus residentes tenían por pluriempleo y sobresueldo hacer puritos caliqueños que sus convecinos se fumaban en sus partidas de los casinos.

Así, del 2 al 4 de febrero, los chellanos rememoran sus costumbres, tradiciones y devociones religiosas, especialmente las dedicadas a san Blas, el patrón, y al Cristo del Refugio, desde que el arzobispo san Juan de Ribera les inculcara y regalara, una imagen del Crucificado, cuando los habitantes del lugar eran un híbrido de moriscos conversos y repobladores cristianos y había que sustituir o suplantar la religión mahometana por la cristiana.

«Sois nuestro iris verdadero/ Cristo del Refugio amado», cantan en sus Gozos, nos indican, como en tantas otras villas, que fue este un pueblo muy islamizado, en el que la Iglesia se empleó a fondo con su pastoral cristológica de conversión.

Tiene el Cristo campana dedicada, la más grande y de sonido más grave, en el campanario, que regalaron en 1972 los chellanos residentes en Valencia. Como curiosidad, tienen a la titular y patrona, la Virgen de Gracia, en la plaza de la Iglesia.

Se trata de una pieza vieja que está colocada en una hornacina sobre una de las paredes de lo que fue en su día mezquita.

Tradicionalmente han sido mozos en edad militar, los antiguos quintos, los encargados de las fiestas, siempre programadas y realizadas con mucho brío, vitalidad y divertimento, a lo grande y con garra, como suele hacerse en los pueblos del interior de la Comunitat Valenciana.

Aparte de lo hospitalarios y amables que son sus vecinos, en Chella hay que sorprenderse también de sus paisajes.

Entre estos elementos se encuentran las cuevas de barranco del Turco, prehistóricas, el Mirador, la Cueva de la Lluvia, la Fuente de los Chopos, las fuentes que abastecían el antiguo balneario que tenían donde curaban el reuma, el barranco del Lobo, la Casa Señorial de los Condes de Buñol, la antigua Mezquita árabe… en fin, una delicia de pueblo, ideal para el turismo rural.