Religión

Cien años de historia de la tradicional Missa d' Infants de Valencia

Su realización fue idea del teniente de alcalde del Ayuntamiento de Valencia, don Rosario Martínez

Imagen de la multitudinaria Misa d'Infants en la Plaza de la Virgen
Imagen de la multitudinaria Misa d'Infants en la Plaza de la VirgenArchidiócesis de ValenciaLa Razón

La costumbre de celebrar Missa d' Infants en la plaza de la Virgen a las ocho de la mañana el segundo domingo de mayo, día de la fiesta externa de la Virgen de los Desamparados, cumple este año su primer siglo de existencia.

Su realización fue idea del teniente de alcalde del Ayuntamiento de Valencia, don Rosario Martínez, en 1924 presidente de la Comisión de Fiestas, aprovechando que desde 1904 se venía alzando de forma sistematizada un altar de flor en la fachada de la Real Capilla recayente a la plaza de la Virgen.

En dicha jornada y hora, dentro de la Catedral, era celebrada una Misa de Comunión para niños, que congregaba a muchas familias, de manera que el templo no era suficiente. Téngase en cuenta que anteriormente a su destrucción en el incendio, asalto y saqueo de la catedral el 21 de julio de 1936, el precioso coro ocupaba gran parte del centro del templo.

Ello junto a la explosión y acrecentamiento devocional hacia la imagen y advocación de la Mare de Déu dels Desamparats a raíz de las solemnes fiestas de la coronación pontificia de la Virgen de 1923, hizo que se pensara en la iniciativa municipal que innovaría la fiesta y con el paso del tiempo se convertiría en la Missa d´ Infants, que en palabras de don Emilio María Aparicio Olmos, el gran capellán mayor que ha tenido la Virgen y su Cofradía, se convertiría “en uno de los actos que habrían de alcanzar los mayores grados de belleza y emotividad” en las fiestas de la Virgen.

La Corporación Municipal patrocinadora y pagadora de la fiesta expuso su idea al Arzobispado de hacer lo que al principio se denominó Misa de Campaña, lo que autorizó el Arzobispo “por una concesión especialísima, que es la primera vez que se otorga, por deferencia al Ayuntamiento”.

Imagen del tapiz de flor de 1924
Imagen del tapiz de flor de 1924La Razón

El edil hizo que en la Misa cantaran un millar de niños de las Escuelas Municipales composiciones musicales del canónigo valenciano padre Patricio Beneyto. La Mia fue oficiada por el sacerdote valenciano José Martí Casaní, quien “después de 30 años de ausencia en Ultramar quiso ofrendar a la Virgen sus plegarias”, cuentan las crónicas. En los primeros años, los obispos y arzobispos no presidían esta Misa, en los últimos años tan llena de mitras.

Era alcalde de Valencia ese año, Juan Avilés Arnau, general de brigada, nombrado primera autoridad municipal, tras el golpe de Estado del general Primo de Rivera. Como la plaza de la Virgen se llenó, dio la orden de que no se dejara pasar por ella durante el acto ningún carruaje o vehículo que pudiera molestar a la celebración. Incluso fue cortada la circulación del tranvía número 6 que enlazaba Torrefiel con Ruzafa, que discurría por la plaza de la Virgen y la calle del Micalet.

Las crónicas periodísticas ensalzaron el acierto de celebrar la Misa de Niños en la plaza pública, “hasta que nuestra amadísima Reina tenga el palacio suntuoso de que Valencia es deudora debe celebrarse este acto hermosísimo y conmovedor en el que todos los niños de Valencia hagan la ofrenda de su inocencia a la que es Amparadora de inocentes…”

Curiosamente, en este año de 1924 -se cumple también su primer centenario- surgió la celebración de la Missa de Descoberta en el contexto de tal y como la conocemos últimamente. Ocurrió que cuando terminó el concierto de la Banda Municipal, “fueron ya varios centenares de personas las que tomaron posiciones a las puertas del templo para ser las primeras en saludar a la que es Reina de nuestros amores. A las dos y media era ya imposible transitar por el trayecto que media entre las plazas de la Virgen y de la Almoyna. Poco después de las tres y media de la madrugada fueron abiertas las cuatro puertas de la Real Capilla y la multitud se abalanzó tumultuariamente en el interior para situarse lo más cerca posible del altar. Al dar la primera campanada de las cuatro en el reloj del Miguelete, sonó el órgano. Y como siempre, apareció nuestra Madre sobre su trono de gloria, nimbada de luz y la muchedumbre, arrodillada, vitoreaba, aplaudía y lloraba, y así permaneció largo rato… Cuando terminó el santo sacrificio, se repitieron las muestras de entusiasmo".

Con el Traslado eso año ocurrió tres cuartos de lo mismo. Se quejaba el redactor de las crónicas de la Virgen citadas de algo que sigue vigente hoy: “Sería conveniente que no hubiera acaparamientos… La Virgen es de todos y no hay que formar el cuadro ante ella, porque todos los valencianos tienen derecho y devoción para acompañarla”.

“La plaza de la Virgen y la calle y plaza del Miguelete se hallaban atestadísimas, siendo verdaderamente milagroso que no ocurriera desgracias todos los años, pues hay momentos en que la asfixia parece apoderarse de todos... En cuanto la venerada Imagen traspuso la puerta, la multitud, poseída de férvido entusiasmo, arrebató las andas de los hombros de los seminaristas, y centenares de manos pugnaban por tocar aunque solo fuesen las barras portadoras".

Sobre la procesión vespertina de la Virgen, “al doblar la Imagen la calle de la Sangre a la plaza de san Francisco, hubo un momento de verdadera emoción pues se inauguró el alumbrado extraordinario de aquellos jardines, y esto produjo una explosión de entusiasmo imposible de describir”.

Y no podía faltar la reivindicación de un debido y capaz templo: “La fiesta de la Virgen de los Desamparados dio anteayer una lección que nadie puede dejar incomprendida: la de que se impone la construcción de una grandiosa Basílica a la Patrona amantísima de Valencia… son los actos de un año ordinario los que rompen la estrechura del local, se desbordan en la vía pública y reclaman imperiosamente que la Virgen tenga su mansión digna y espléndida, que sus devotos puedan tener el gozo de entrar en la Casa de la Madre sin que para saludarla hayan de verse precisados a esperar que los otros, empujados, oprimidos, abandonen el local”.