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Vilas, entre lo íntimo y la literatura

Manuel Vilas, finalista del Planeta, recupera su pasado para ahondar en los sentimientos

El escritor Manuel Vilas
El escritor Manuel VilasShooting _Serveis _FotograficsMiquel González

El pasado año se publicaba «Ordesa», del poeta, narrador y ensayista Manuel Vilas (Barbastro, 1962), una novela que alcanzaría un fulgurante éxito de crítica y público, y que confirmaba la categoría de un escritor marcado por la introspectiva autorreferencialidad, el desengañado lirismo, un contrapunto escéptico y una emotiva ternura. Recuperaba en este libro la memoria de sus padres, la adolescente educación sentimental, el nacimiento de la vocación literaria, los desencuentros amorosos y un particular imaginario paterno-filial. Y emanaba de esas páginas una acertada simbiosis entre reservado intimismo y desinhibida expresión.

No se trata de una simple rememoración autobiográfica de carácter realista, sino de una ficción donde cobra protagonismo un alter ego autorial que especula ensayísticamente sobre meditadas vivencias personales. Ahora el escritor ha resultado finalista del Premio Planeta con «Alegría», un libro que, en parecida línea estilística al anterior, ahonda en la gestión emocional del éxito literario, la percepción de la madurez, el peso de la soledad, la conciencia de la esperanza y el gozo de vivir; y, por supuesto, no falta la evocada presencia de los padres del autor.

Amigos y familiares desfilan aquí bajo el nombre de ilustres compositores en feliz metáfora musical de variados caracteres humanos. Característicos ambientes y tras geografías de la memoria jalonan una detallada trayectoria vital: Iowa City, en Estados Unidos, casándose con su amada Mo (por Mozart); el Madrid al que regresa constantemente, refugio sociocultural, tras viajes de diversa índole; la estancia en Portugal con sus hijos, Bra (por Brahms) y Valdi (por Vivaldi); el Barbastro natal y la comarca del Somontano, emblemáticos referentes infantiles; o el viaje a Colliure, en emocionado peregrinar de machadiana admiración. El tono sentencioso que utiliza reafirma el valor de una lúcida aforística: «La condición de padre es la del mendigo del amor», o «y el horror en el mundo también forma parte de la belleza de las cosas»; al tiempo que surge la ensimismada meditación en continuo diálogo con el pasado: «Me he dado cuenta de que estoy buscando el silencio desesperadamente, porque es en el silencio absoluto donde puedo escuchar a los muertos, a mi padre y a mi madre, y oírme a mí mismo».

Entre diversas alusiones literarias, sobresale la fascinación por Proust, obsesionado con el silencio creativo; y Kafka, por su visión de la absurda realidad cotidiana. Todo ello encarado a la evidencia de un cuerpo que envejece, al mismo tiempo que se revitalizan las ilusiones y un melancólico entusiasmo recorre la obra. Estamos también ante una radiografía del triunfo literario –Vargas Llosa, acaso irónico referente–, un desconcertante tobogán de contrapuestas emociones entre atribuladas y jubilosas, «porque es un misterio la alegría».