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Arte, Cultura y Espectáculos

La performance extrema de Omar Jerez en Alsasua: 2.000 pasquines con la cara de los agresores a los guardia civiles

El artista arroja 2.000 pasquines en la Plaza de los Fueros de la localidad con el rostro de los ocho individuos que agredieron a dos guardia civiles junto a otros tantas imágenes de homínidos extintos en una acción bautizada como “HomoNoSapiens”

Omar Jerez en el momento en que arroja los pasquines en al Plaza de los Fueros de Alsasua larazon

Omar Jerez es un artista extremo. Lo pone de manifiesto cada vez que crea una performance. Le hemos visto en Ciudad Juárez. Ahí sufrió lo suyo, su cruz. Incluso se midió con la Camorra. Y salió ileso. Ha vivido un tiempo en un zulo y confiesa que la no lo siente. O así lo cree él. Ayer, de madrugada porque hacerlo de día era ponerse directamente en el centro de la diana. La palabra miedo aparece en su vocabulario particular cuando puede reflexionar sobre lo que ha hecho, que antes o de la diana, montó su nueva acción. Tiró en la Plaza de los Fueros de Alsasua 2.000 pasquines. Lo llamó «HomoNoSapiens».

Cada una de las hojas que lanzó llevaba impreso el rostro de los ocho individuos que el 15 de octubre de 2015 agredieron brutalmente a dos guardias civiles fuera de servicio y a sus parejas. Dice Jerez que la «cultura de la violencia» elimina de raíz muchas de las capacidades que se otorgan por definición al Homo Sapiens y que aquella agresión ha sido utilizada por los partidarios de los acusados olvidando que nada, absolutamente nada puede justificar un acto violento en una especie evolucionada. De ahí el título de esta performance.

Es ahí en esa plaza donde tenían que arrojar los pasquines que Omar Jerez sacaba de una caja de cartón mientras su compañera le grababa. “Es donde han homenajeado a los agresores y donde hacen las fiestas del odio a España. Teníamos que tirarlos ahí”, asegura el artista.

“Me temblaban las piernas”

Julia Martínez, su cincuenta por ciento, confiesa que en ninguna de las acciones anteriores sintió tanto miedo. Le temblaban las piernas mientras lo grababa. Estaba aterrada. Eran las dos menos cuarto de la madrugada pero había gente en las calles adyacentes. Miradas de recelo y un ambiente que te helaba la respiración. Les insultaron desde un coche y lo que en principio iba a ser una intervención de tres minutos se quedó en apenas 59 segundos. «Si nos pillan, no lo contamos».

Esos ocho individuos están emparejados con otros tantos primates extintos seleccionados por un antropólogo, del Parathropus Robustus al Homo Habilis pasando por el Australopithecus Africanus o el Paranthropus Boisei. Lo suyo, dicen, es una contraréplica a tanta infamia, un aplauso cerrado a los guardia civiles. «La cultura del odio que se respira allí es brutal. Yo diría que es la Irak de Europa». “les agredían y se reían. Son tipos que no pertenecen a esta especie, que utilizan constantemente la cultura de la violencia. Y esto tarde o temprano lleva a la desaparición de la especie y lo que hemos de hacer es justo lo contrario: buscar lo que nos une, no lo que nos separa”, confiesa Jerez.

Llevaban un tiempo preparándolo pero decidieron esperar a que los agresores fueran condenados para desplazarse allí. Después de tirar los 2.000 papeles pusieron rumbo a Madrid. Un pequeño descanso y a las diez de la mañana pisaban la capital. Todo demasiado deprisa. Deprisa. Cuenta Jerez que cuando la respiración se te hiela en tu propio país es mucho más triste.

La última, la más dura

El tiempo se transformó en un elemento capital en esta nueva acción: arrojar y salir pitando, literalmente. Dice que cuando fueron a verse las caras con la Camorra o pisaron Ciudad Juárez sabían ambos a lo que íbamos, “aquí ha sido distinto porque no sabes por dónde te pueden salir. Y eso es lo duro y lo triste, lo que te hace pensar”. ¿Merece la pena llegar a estos extremos? Y responde de manera rotunda: “Sí, aunque sufras, te humaniza. Te ayuda a no perder la perspectiva de lo que tienes, de los afortunado que eres. Yo me siento un privilegiado. Y te diré que sufro, pero de manera puntual”, señala. ¿Y cuál es la más dura, la última? “Siempre. La última siempre. Tienes las emociones a flor de piel y no se pueden controlar”. Dice que la performance está en su ADN. En el suyo y el de Julia Martínez. Un paso en falso de ambos les puede costar muy caro, la vida, una paliza, una temporada en el hospital. “Sabes lo que quieres hacer pero no la respuesta que te vas a encontrar. Nos jugamos la vida, pero merece la pena”.

Cada uno de sus trabajos supera al anterior. Y dicen a dos voces que sí, que merece la pena hacerlo. La próxima parada será en Chechenia. Alguien les ha dicho, un «topo», que no ha sentado nada bien lo que han hecho y que se planea una concentración para protestar por el emparejamiento con los homínidos extintos. Como lo leen.

Chechenia, la siguiente parada
Aún con el rescoldo de Alsasua en el cuerpo, Omar Jerez y Julia Martínez piensan ya en su siguiente proyecto. Cuando lo explican uno quiere que suceda ya, o quizá que tarden muchos meses en repensarlo y que no llegue. Será el año que viene. Y se marcharán lejos, a un campo de exterminio que hay en esa lejana república. Sí, un campo de exterminio donde las familias depositan, literalmente, a sus seres no tan queridos con una conducta desviada. Es decir, a aquellos que son gays. Allí acaban con los homosexuales “para limpiar el honor de las familias. Desde hace un año y pico lo tenemos en mente. No podemos entrar porque no nos dejan, pero sí queremos montar algo bastante sutil frente a la entrada. Es un lugar terrible donde se mata”, explica Jerez.
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