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Cristina López Barrio: “Escribir es una puerta a tu inconsciente absoluto”

La autora finalista del Premio Planeta 2017 con “Niebla en Tánger” publica “Rómpete, corazón”, un thriller del estilo de Shakespeare con tintes más contemporáneos

Cristina López Barrio, autora de "Rómpete, corazón"
Cristina López Barrio, autora de "Rómpete, corazón"Alberto R. RoldánAlberto R. Roldán

No es lo mismo la historia que la trama; la primera no existe sin personajes, elementos más complejos e indicativos de un relato. En ocasiones, las localizaciones tienen un sentido especial, y son parte esencial (de una génesis que no se sostendría sin este); por ejemplo, Noche en el museo, donde el enclave da un halo de misterio. Aquí acontece todo lo sucedido (sin ese museo no sería Noche en el museo). Y Psicosis, donde las distintas plantas de la casa representan todos los estados del Yo que Freud desarrolló en sus teorías. Todo con el mismo propósito de transmitir y evocar. Las localizaciones son personajes más y Cristina López Barrio, finalista del Premio Planeta 2017 que publica “Rómpete, corazón”, sabe que eso es cierto.

Si en 2017 “Niebla en Tánger” (la novela que la catapultó) no sería lo mismo sin Tánger, “Rómpete, corazón” no sería lo mismo sin San Lorenzo de El Escorial. Sin el monte Abantos, más bien, una elevación orográfica próxima. A las faldas de esta montaña hay una casa sobre la que flota una maldición familiar disfrazada de cuento de hadas. O de monstruos, mejor dicho, porque el monasterio del pueblo se asienta sobre la entrada de los siete círculos del infierno según la leyenda. Esa referencia no se puede dejar pasar.

“Rómpete, corazón” es una tragedia coral vestida de thriller moderno con un caserón familiar como protagonista. “Machado utilizaba la naturaleza para hablar de sus sentimientos. Así empecé yo a ver las localizaciones como algo fundamental. Las utilizo para explicar cómo se sienten los personajes y como parte de la trama. Hay siempre una conexión muy directa. Tiene mucho que ver también con la estética”, dice la autora sobre la ubicación.

En las novelas de Cristina siempre se empatiza con el personaje. El de “carne y hueso” (si es que hay carne y hueso en un personaje de libro). De eso se encarga ella: los modela de una manera particular, en este caso, sacando las voces dentro de uno mismo. Son seis y hablan desde lo más profundo de ellos, o desde lo más hondo de ella: “La novela no hubiese sido ‘Rómpete, corazón’ si tuviese un narrador en tercera persona. Me iba a pasear los perros por El Escorial y empecé a utilizar el móvil, las notas de voz, para plasmar ideas. Empecé a describir los personajes, y luego empecé a hablar como si fuese Aurora, una de ellas. Me dejé llevar. Empecé a utilizar esta forma de notas de voz. Nunca había escrito así”.

Aurora es la hermana de Clara y de Alba; la primera desapareció hace trece años; la segunda, en la primera página del libro. Es una joven adolescente que acaba de perder a su padre y carga con el peso de las desapariciones. Pero es Blanca, su madre, quien “sobrelleva una historia de amor obsesivo, una relación tóxica, que excede los límites del amor”, explica la escritora. Hay una intencionalidad: “Yo hablé con una psicóloga para que me orientase sobre el maltrato psicológico que eso produce. Me provocó mucha empatía. He llorado escribiendo el final, sentía el personaje, su ira, su dolor”.

Pero hay más; Ricardo, la figura autoritaria que conjuga el pensamiento de Blanca; Aurora, su hija, quien no acaba de adaptarse al mundo que habita y que, por ello, se refugia tras el objetivo de la cámara; Roger, el detective encargado de resolver el caso. Seis voces muy diferentes, dispares entre sí y sin los cuales “Rómpete, corazón no sería Rómpete, corazón”.. Pero seis voces que son suyas, suyas y de nadie más: “Diría que todos tienen parte de mí, es la materia prima de un escritor. A lo mejor en ese personaje encuentras un miedo, una inquietud, una obsesión que tú has revestido de ficción. A veces lees ese personaje y aprendes cosas tuyas: escribir es una puerta a tu inconsciente absoluto”.

Lo que en “Niebla en Tánger” fue metaliteratura, aquí la autora coquetea, juega y experimenta con la desorganización cronológica de los hechos. Hacia delante, hacia detrás, con cambios de personajes; con días de por medio, a veces sólo horas, en ocasiones, únicamente minutos. “No ha sido fácil: para mí, era un reto. Desde el punto de vista de escritor hay una necesidad de experimentar y crecer, y ahí hay un punto de arriesgar. Eso, para mí, ha sido un desafío: no lo había hecho hasta ahora”. Exploró también el cine de Alejandro González Iñárritu (Babel, 21 gramos) para tomar ideas e indagar en un terreno inhóspito. Buceó en libros de guion. Y salió de su zona de confort para articular la génesis de una manera atípica.

Una cosa: se considera mucho más “lectora que escritora” casi por una cuestión temporal; lleva desde los 12 años indagando en la poesía, en el teatro clásico (“Me marca mucho: mis padres son muy aficionados y voy desde bien pequeña”) y en un movimiento concreto, el realismo mágico, porque es “ una corriente literaria que está muy próxima a su sensibilidad y con la que se siente muy cercana”. Y eso es lo que le gusta, lo que le mueve y, como dice, “lo que más le inspira a escribir”, la lectura. Y pasear a sus perros por El Escorial. Y pensar. Y dejar que su yo más profundo salga a la superficie, aunque sólo sea para asomarse. Aunque sólo sea para crear.