Los mensajes enigmáticos de Kevin Spacey vuelven a casa por Navidad
El actor recupera a Frank Underwood para felicitarnos la Navidad con un misterioso vídeo
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Últimamente la Navidad se nos va llenando de monstruos. A la estirpe inaugurada por Ebenezer Scrooge se han ido sumando el Grinch, Jack Skellington, los Gremlins y las bebidas espumosas. Y esto es algo que no remedian los adornos lumínicos ni el intento de la publicidad para darnos buen rollo. A la pesadilla que ya supone de antemano el turrón y los anuncios de la lotería se ha añadido ahora Kevin Spacey, que es como un Papá Noel siniestro. Las apariciones del actor por estas fechas van camino de convertirse en tradición (es la segunda vez), como el espumillón de los árboles y la suegra pesada.
Lo mejor del cine es que al final uno es incapaz de deslindar qué le interesa más de un actor: sus papeles o sus derivas personales. En paralelo a la historia de la cinematografía corre otra igual de apasionante y turbia, que es la de sus intérpretes. La vida dorada de Hollywood es un catálogo de desastres emocionales, suicidios, alcoholismos varios, juguetes rotos, celos incomprensibles, guapísimas extraviadas y otras hermosísimas y apasionantes historias. La crítica, y el buen hacer, habían colocado a Kevin Spacey en el panteón de los más ilustres, pero después cayó sobre él la damnatio memoriae: no solo le rescindieron de manera exprés su contrato en una serie, sino que lo borraron de una peli bajo pretextos morales, que es algo como de otros siglos. Las acusaciones de agresión sexual lo convirtieron de estrella del celuloide a depredador, y el mundo enteró lo condenó. Al final, uno de los denunciantes retiró los cargos. El otro, no, pero como falleció...
Kevin Spacey, que ahora se ve liberado de los tribunales, aunque no de los juicios, aprovecha la ocasión para felicitarnos de nuevo la Navidad y ha escogido el traje de Frank Underwood, que uno empieza a sospechar que no es una invención televisiva, sino como la Cara B que gasta el tipo. Con una retranca que ya habíamos visto en «House of Cards», y mientras atiza el fuego de una chimenea, Spacey mira a cámara, sonríe y larga: «No habríais creído, de verdad, que iba a perder la oportunidad de desearos Feliz Navidad, ¿no?». El comentario da más escalofríos que el filo de una tijera resbalando por la espalda. Tiene retranca este Spacey. Y también mucha coña. Ha escogido a Underwood para pedir «bondad en el mundo» en este 2020 y comentar: «Confiad en mí», unas palabras que tal como las pronuncia parecen patrocinadas por el diablo. Pero Spacey sabe que el clímax hay que reservarlo para el final, como en las obras de Shakespeare, y el prenda lo hace. «La próxima ocasión que alguien haga una cosa que no os guste, pasad al ataque. Pero también podéis hacer lo inesperado...». El comentario queda en suspenso y más que un consejo lo de estas palabras parece pura autobiografía. Él sabe lo que todos sabemos hoy: la denuncia que amenazaba su carrera provenía del testigo que ahora disfruta del sueño eterno. Ahí descansa, quizá, el secreto de su última frase, con ese silencio en medio que aquí reproducimos con puntos suspensivos: «...Podéis matarlos (…) con bondad».