¿Puede ser bella la basura?
La fotógrafa Clare Gallagher publica un libro de fotografías sobre la poesía que encierran los objetos cotidianos del hogar
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Recoger la sopa sucia, poner la lavadora, tender las camisas, ordenar la cocina, aspirar el salón fregar el cuarto de baño, guisar. Un día. Y otro. Y otro. Los quehaceres en el hogar se convierten, que se lo pregunten si no a los millones de mujeres que trabajan dentro y fuera de casa, en una auténtica pesadilla. Un bucle en el que sentirse atrapado cada día.
Por eso, en una primera impresión, las imágenes que ha fotografiado Clare Gallagher te atrapan. Poseen algo que las hace hipnóticas, una composición que las distingue. Hay en esos retazos de vida que respiran por sus cuatro costados un enaltecimiento y una exaltación del polvo, de la basura, de la suciedad. ¿Cómo no sorprenderse ante un pañuelo moteado de gotas de sangre? ¿de quién es? ¿o ante una táper que contiene aún los restos de un plato extinto ya que llevaba salsa de tomate?
Esta fotógrafa, que es profesora, además de ama de casa y madre, ha pintado auténticos bodegones a golpe de cámara. En las antípodas del quietismo bello de Sánchez Cotán, por poner un ejemplo, Gallagher hace posible lo imposible: que lo feo llegue a exhibir su belleza. «The Second Shift», que acaba de editarse en Reino Unidos con una tirada única de 500 ejemplares, podríamos definirlo como un diario.
«Lo que realmente me molestas es que llegas a ser un experta en estas tareas», asegura la artista a «The Guardian», y añade que «nuestro sistema económico no podría funcionar sin todo este trabajo oculto que no está remunerado». Gallagher enseña fotografía en la Universidad del Ulster y relata cómo es su día a día cuando cierra la puerta del aula, después de haber dado clase, y mete la llave en la cerradura de su casa, dispuesta a volver a la tarea, ésta no remunerada.
Colores fríos
Define este volumen como «un libro calladamente enfadado». Y es como esa poesía de lo miserable por cotidiano con la que juega la artista. Las pilas de ropa sucia o el bidón que vierte su última gota sobre la pila de la cocina poseen, a qué negarlo, una puesta en escena que aún les otorga un plus. No son imágenes cualquiera, sino cuadros que ilustran cómo es el devenir de cada uno de nosotros. Ella ha puesto al descubierto cómo es el trabajo oculto, callado y anónimo de tantas mujeres.
Los tonos que utiliza son más bien fríos, como si no quisiera recrearse en la suerte del color ni del calor. No son sus obras una isla a parte, sino que pueden recordar a las imágenes de la fotógrafa nipona Rinko Kawauchi. que vive y trabaja en Tokio, aunque el objetivo de ésta excede el ámbito del hogar. ¿Puede haber belleza en un cubo de basura? En sus imágenes la hay.
Gallagher empezó como una mera aficionada que fue estudiando y aprendiendo. Confiesa que se rebeló frente a un mundo, el de la cámara, que consideraba eminentemente masculino. Dice que trabaja de manera lenta, que cuando tiene una idea y hasta que la capta no mira el reloj, que cuando escanea (antes diríamos positivar) busca que no haya motas de polvo que contaminen. «Hay que echarle paciencia. Es necesario, no se puede tener prisa a la hora de realizar un trabajo como éste», explica.