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Los libros de la semana: de la trata de mujeres al auge de Mussolini

Ricardo Menéndez Salmón con “No entres dócilmente en esa noche quieta” y la reedición de “Historia de una tertulia”, de Antonio Díaz-Cañabate, completan la selección de esta semana
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La trata de mujeres, en clave “noir”

Un día le contó Alicia Giménez Bartlett a quien esto escribe que, mientras trabajaba sobre la detective que protagonizaba su exitosa saga, «cada mañana era un buen día porque me esperaba en el ordenador Petra Delicado». A Marta Robles debe haberle ocurrido algo parecido cuando abordaba esta historia junto a su amigo de tinta, el detective y ex reportero de guerra Tony Roures –idealista desencantado y veterano de la desilusión–, que naciera en «A menos de cinco centímetros» y prosiguiera su andadura en «La mala suerte», donde le conocimos ya más curtido, duro y reflexivo.
La trama de este «noir» es dura; muy árida: Roures vuelve a embarcarse en una aventura después de recibir la visita de un viejo amigo, Alberto Llorens, un fotógrafo al que creía felizmente casado con una rica empresaria de Castellón. La triste realidad, según le cuenta, es que tiene problemas conyugales y se ha convertido en un asiduo del club de alterne más famoso de todo el Mediterráneo español. Allí conoció a Blessing, una joven nigeriana atada a una organización de trata por la deuda del viaje y un ritual de vudú –una herramienta para doblegar la voluntad de personas sin esperanza e ignorantes–. Tras ser chapuceramente operada de un cáncer de mama, se convierte en «mercancía estropeada» y es asesinada. Comienza, así, una peligrosa investigación que revelará una trama criminal de trata. Se centrará en las nigerianas prostituidas que son consideradas el último escalafón a causa del racismo en una búsqueda ambientada en Castellón y Benicàssim. Como Petros Márkaris, Andrea Camilleri o nuestro Vázquez Montalbán, entre tantos otros, estamos ante una buena narración policíaca de contenido y denuncia social, en tanto que es el mejor género para tal propósito. Y digo policíaca en el término más amplio, porque reúne tanto la retórica de la novela negra como la de la tradicional novela «enigma». A veces se reconoce la huella chandleriana, por ejemplo, pero también motivos a lo Agatha Christie, como la explicación del caso. Y es que en la obra hay visos de muy buena literatura; no es un ejemplo de narrativa de género sin más.
Suspense dosificado
El retrato psicológico de personajes es incisivo. Tanto la construcción como la trama, así como el manejo de los códigos del género merecen ese levantamiento de cráneo del que hablaba Valle-Inclán en «Luces de bohemia». Los mimbres del enigma del crimen están bien cruzados y el lector disfruta de las claves que se le van sugiriendo o de las fases de suspense dosificadas con acierto. Tal concuerda con una novela negra que se precie, la ciudad está descrita vivamente porque la autora parece haberla vivido, al margen de que se advierta una meticulosa labor de documentación o de observación; a la par, la corrupción de los poderosos es expuesta en contraste con sus modos hipócritas y los ambientes altos y bajos están descritos con verosimilitud. Robles ha ganado con cada página escrita. Muchas y muy buenas alegrías literarias le quedan por darnos.
Ángeles LÓPEZ

Cruel, sensual y astuto... El regreso del “Duce”

Hace unos meses, gracias a «La infancia de los dictadores» (Gedisa), de Véronique Chalmet, conocimos a unos cuantos tiranos con un nexo común: el hecho de llegar a la edad adulta llenos de fisuras psicológicas. Entre ellos estaba Benito Mussolini, que al no hablar durante los tres primeros años le fue diagnosticado retraso mental. Su padre era partidario de los castigos corporales, en su caso, para «forjarle el carácter», y de ahí surgiría «una personalidad mórbida, autoritaria, ambivalente y excesiva. Un personaje astuto que no sabía distinguir con facilidad entre el bien y el mal y a quien la violencia compulsiva conducía al límite de la psicopatología».
Este sátrapa fue objeto de estudio por parte de Frances Stonor Saunders, que en «La mujer que disparó a Mussolini» (Capitán Swing, 2014) nos descubrió la vida de Violet Gibson, que en 1926 se acercó hasta el dictador y le disparó a quemarropa. Fue la oportunidad de haber detenido la escalada fascista, pero «il Duce» sobrevivió. Un episodio que no aparece en esta extraordinaria obra, «M. El hijo del siglo» (traducción de Carlos Gumpert), de un autor al que descubrimos con «El padre infiel» (Libros del Asteroide, 2014), finalista del Premio Strega, que Scurati ganó el año pasado justamente por este libro que aborda los años en que Mussolini llegó al poder.
Tenaz y ambicioso
El esfuerzo de documentación histórica, el enfoque estilístico y estructural, nos llevan a una lectura de cariz novelístico en que no hay en cambio nada fruto de la imaginación, con un Mussolini palpitante: «hombre sensual», «emotivo e impulsivo», «alguien fascinante y persuasivo en sus discursos», «desinteresado, generoso», «muy inteligente, astuto, mesurado, reflexivo, buen conocedor de los hombres, de sus cualidades y de sus defectos», «tenaz en las enemistades y en los odios»... Todas las virtudes de un ser valiente y audaz se abren paso en el dibujo de un personaje cruel al que vemos escalar en sus ambiciones, pues «le impulsa la convicción de estar representando una fuerza considerable en los destinos de Italia y está decidido a hacerla valer».
De fondo, aparece una Italia en todos sus ámbitos, significativamente el literario, con un D’Annunzio también pródigo en amantes y liderazgos militares, que inspiró a Mussolini en muchos asuntos de índole personal y política. Así, veremos, de la mano de Scurati, al Mussolini que creó en 1919, en Milán, a los Fascios de Combate, germen del partido fascista, al que es arrestado por tenencia ilegal de armas y explosivos, al que desfilaba con sus «camisas negras» cuando encontraba la ocasión propicia, al diputado de las elecciones de 1921, al que entró con sus seguidores en Roma y logró ser presidente del Consejo de Ministros, al que se enfrentó a Grecia y Yugoslavia, al que en 1924 dio un discurso en el parlamento que es considerado el inicio del régimen dictatorial; todo ello a medio camino entre la novela, la biografía y el libro de historia: un triunfal experimento literario.
Toni MONTESINOS

Menéndez Salmón, ante la muerte del padre

En los últimos años se ha impuesto la novela de no ficción, una narrativa de marcado carácter autorreferencial, incisiva introspección y acusada deriva ética. Luis Landero, Fernando Aramburu, Miguel Ángel Hernández o Manuel Vilas, entre otros, han incidido en esta modalidad expresiva, donde la vida autorial protagoniza una fabulación de amplias posibilidades literarias. En la oscilante frontera entre realidad e invención se desarrollan tramas de conflictiva vinculación familiar, lacerante revisión del pasado y convulsa imagen de la propia identidad.
En esta línea, frecuentada en anteriores novelas, Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) publica ahora «No entres dócilmente en esa noche quieta», una tensa historia protagonizada por su padre, fallecido en 2015. Había estado enfermo la mitad de su vida y, diagnosticado en la infancia del novelista, su patología marcaría la cotidianidad familiar. Nos adentramos en una parafernalia de pruebas clínicas, operaciones quirúrgicas y estancias hospitalarias, al tiempo que se ahonda en las problemáticas reconciliaciones en la hora de la muerte, las «culpabilidades» que genera la enfermedad y el desconocimiento de los seres queridos. Destaca así el magistral retrato moral del padre, con su fracasada vocación de actor, el obsesivo coleccionismo, su condición de atractivo fabulador y la dura presencia del alcohol en su vida.
El título del libro, un verso de Dylan Thomas, remite a la rebeldía ante la muerte, en desatada rabia por irrecuperables oportunidades perdidas. En una elaborada prosa, que roza por momentos la hipotaxis, se disecciona el agónico universo de miserias y bondades vinculadas a una emotiva tempestad paternofilial. Múltiples referencias literarias, musicales o cinematográficas sustentan la teorización de los sentimientos, el costumbrismo de la cotidianidad y la gestión de los afectos; todo ello confirmando uno de los mejores asertos de la novela: «La lucidez es una categoría del espanto».
Ilusiones desaparecidas
La visceralidad de la existencia, con su estela de órganos y entrañas, protagoniza un relato donde la enfermedad es comparada a un interestelar agujero negro en el que desaparecen las expectantes ilusiones. La figura de la madre y esposa se desdibuja lógicamente, inmersa en su papel de sobrevenida enfermera y vigilante encargada del hogar, y el carácter del autor aparece condicionado por una insistente hipocondría. Estamos ante la ficción real de una experiencia propia, ante una vivencia dura, desinhibida y valiente, que no esconde una esperanzada mirada, incluyéndose genialmente en lo que aquí se postula como «el espléndido impudor de la literatura».
Jesús FERRER

Camarero, un café para Cossío

Con un libro titulado «Historia de una taberna», casi con cincuenta años, debutó Antonio Díaz-Cañabate (1897-1980), crítico taurino, reseñista de obras teatrales y cronista radiofónico durante décadas. Ejemplo de su pasión por Madrid es esta otra historia de 1952, la de la tertulia del café Lion d’Or, en la calle Alcalá, liderada por José María de Cossío. Nos la presenta Marino Gómez Santos, autor asimismo de un libro en torno a otra famosa tertulia madrileña: «Crónica del café Gijón», y los vivió aquellos encuentros en que lo mejor del ambiente intelectual y artístico pasaba por las mesas de ese café que se abrió en 1898 como cervecería y cerró sus puertas en 1962; todo después de ver cómo entraban allí los miembros de las generaciones del 98 y del 27 y de servir para todo tipo de conversaciones, como relata Díaz-Cañabate, protagonizadas por figuras como Pla, D’Ors o Camba.
El autor empieza hablando de cómo conoció a Cossío, en un año, 1938, en el que «vivir en Madrid era un milagro», entró a trabajar en Espasa Calpe para escribir sobre la Fiesta Nacional y nació una tertulia en un local llamado Kutz, la cual fue agrandándose en visitantes de todo pelaje hasta que fue necesario buscar otro lugar. Tal fue un saloncito del café Lion d’Or, donde se constituyó «la tertulia más interesante del Madrid de la posguerra. Y este libro es su historia», empezada a redactar en 1940, a modo de diario, «en su mayor parte escrito en las madrugadas, al salir del café, caliente aún el recuerdo de lo oído, pero transcrito sin tomar nota». Díaz-Cañabate se veía como un contertulio, no como un taquígrafo ni escritor, y sin embargo realizó un excelente retrato social y humano mediante un conjunto de voces que cobran vida llenas de pequeñas historias deliciosas de leer surgidas del «café, en donde estábamos como en nuestra casa».
Toni Montesinos

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