Lo último de David Lynch: un filme protagonizado por un mono asesino
David Lynch ha entrado en esa categoría de realizadores donde el mito acaba imponiéndose a la obra, que pasa a ser algo secundario o irrelevante.
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Los directores de culto viven de lo mismo que los secretos a voces: de simular que nadie los conoce, salvo un reducido círculo de elegidos, aunque en el fondo sean vox populi. David Lynch ha entrado en esa categoría de realizadores donde el mito acaba imponiéndose a la obra, que pasa a ser algo secundario o irrelevante. Nadie desconoce que al hablar de estos tipos hay que tener más cuidado que en un campo de minas, sobre todo si alguien sale contestón y le da por criticar los trabajos: sus seguidores son más peligrosos que los de «Star Wars». A las personas les acaba troquelando la vida, que por lo común suelen ser sus vocaciones, y David Lynch tiene cuatro que se sepa: el cine, el arte, el mechón de su pelo y el tabaco, que probablemente, si se le preguntara, sería el más importante de todos –al igual que sucede con uno de sus tocayos, David Hockney, que no acude a inaugurar exposiciones porque en los aviones no permiten fumar–. El realizador, que reunió unanimidades con «Eraserhead», asaltó la banca con «El hombre elefante», se convirtió en leyenda con «Terciopelo azul» y acabó recibiendo una ovación multitudinaria con «Twin Peaks», esconde un as en la manga que pocos mencionan: tiene humor, algo corriente en casi todas las personas serias. Y bastante acentuado, por lo que se ve. Lo demuestra el corto que Netflix estrena ahora con motivo del 74 cumpleaños del cineasta y que ha hecho que más de uno se pregunte si ya tiene alguna clase de compromiso con la plataforma para el futuro. Si alguien piensa que él va a romper el suspense, lo lleva claro. Aguantará hasta el último minuto, que es lo que le corresponde a un tipo de su talla.
Esta cinta es una historia de 17 minutos escasos que se rodó en 2017 y que se ha rescatado ahora con la excusa de la onomástica y sin que nadie pueda afirmar o negar si es alguna clase de guiño o si detrás existe algo más. De momento, solo hay que observar a los protagonistas para percibir el tono del asunto y de qué va la narración. Uno de ellos es un mono, no uno cualquiera, sino uno de esos chiquitos con la cara blanca y aspectos de cabroncetes sin remedio que dan muy mal rollo; el típico simio que a uno le ve capaz de coger un revólver y descerrajar un disparo al primer incrédulo que se le ponga por delante. Enfrente del espeluznante simio está sentado el propio David Lynch, que tampoco es de esos tipos que inspiren calma y sosiego al espíritu. El primero, o sea, el animal, interpreta a un asesino, y el humano, a un sheriff, un poli o como prefieran llamarlo dispuesto a aclarar un homicidio. La charla entre ambos no es una conservación, sino un interrogatorio, lo que introduce el tono surrealista al corto, que es algo que al realizador le queda mejor que un traje de hecho a medida. Y en el ambiente se respira cierto suspense con cachondeíto que acaba de salir por donde uno menos esperaba. ¿O qué pensaban siendo algo de David Lynch?