Álex O’Dogherty: «Tenemos que acabar con los ofendiditos»
Cansado de la correción política y de morderse la lengua, el actor y cantante presenta «Imbécil» en el Teatro Arlequín de la Gran Vía madrileña
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A Álex O’Dogherty le gusta hacer el imbécil. No lo oculta. Pasa de miramientos y del qué dirán. Mira para sí mismo, para los suyos y para su tierra, San Fernando (Cádiz). Llegó un día en el que tiró de freno de mano, de autocensura, y dijo basta. No más. En ese momento nació su nuevo «show»: «Imbécil», el espectáculo que presenta en el Teatro Arlequín de la Gran Vía y en el que va «más allá del insulto», cuenta, «hacia la parte más payasa de la palabra». Esa que nos sacude la dictadura de la corrección política de encima.
–¿Cómo se prepara uno para hacer el imbécil?
–Yo lo hago echándole muchas horas. Lo primero que hice fue comprarme una maleta porque decidí que este iba a ser un espectáculo de transporte pequeño, ya que el anterior había sido gigante, con escenografía, camión, técnicos, piano... Decidí que estaría yo solo con mi maleta. Empecé a escribir y estuve todas las mañanas durante tres meses, de una manera muy metódica. Y cuando pensé que tenía suficiente empecé a estudiar, que fueron otros dos meses.
–Cuenta que comenzó a poner «imbécil» por todos lados: en las lámparas, las zapatillas, las puertas... ¿Por qué?
–Me gustaba el concepto. Me parecía muy contundente y ambigua; más allá del insulto a una persona tonta o desagradable, también era divertida y payasa, o débil y vulnerable, que es lo que somos cuando nos afectan las palabras, que al final es de lo que va el espectáculo.
–Vamos, que tiene su lado positivo...
–Por supuesto. Hay que verle lo bueno de todo. La palabra «imbécil» puede ser divertida.
–¿Qué es lo más imbécil que ha hecho?
–Posiblemente, este «show».
–¿Le afectan las imbecilidades que dicen los demás o, de otra forma, busca lo que dicen de usted en las redes?
–No, pero tengo Twitter y, desgraciadamente, aunque no lo quieras, te pueden etiquetar sin decírtelo. Te llegan cosas porque la gente ve muy necesario dar cualquier opinión sobre ti, lo cual me parece muy miserable. Pero también reconozco que tengo mucha suerte con eso. Poca gente se pasa.
–¿Se autocensura mucho, mide sus palabras?
–Pues hice este espectáculo, para que eso no llegue muy lejos. No me gusta tener que medir las palabras. Me parece bastante negativo que por culpa de una serie de personas otros estén amedentrados y vean coartada su libertad de expresión.
–Así son estos tiempos de corrección política... ¿Cómo le afecta siendo humorista?
–Mal por un lado y bien por el otro porque, en parte, eso es lo que ha propiciado todo esto. Pero los ofendiditos son una cosa con la que tenemos que acabar. Hay que hablar de lo que nos dé la gana. Debemos aprender a irnos a buscar otra cosa cuando algo no nos gusta. Al final, solo son palabras. «Imbécil» habla del absurdo de darle tanta importancia a las palabras. No puede ser que pesen más que los hechos. Me parece terrible que la gente pierda su trabajo o vaya a la cárcel por palabras. Tenía que denunciarlo de alguna manera y era subiendo al escenario, y desde el humor, por supuesto.
–¿Qué queda de sus orígenes?
–La esencia. Mi primer espectáculo fue muy sencillo, una única maleta, y pequeña, con la que estuve diez años recorriendo toda España. Ahora he vuelto a lo sencillo: una maletita, unos cacharritos y a correr.
–¿Qué mete en ella para no olvidar su Isla?
–Nada físico. Pero no me olvido nunca. Siempre están presentes mis amigos, mi familia, mi tierra... Tengo una cañaílla tatuada en mi pierna izquierda y eso me acompaña a todas partes.
–Y, como hombre de cultura que es, ¿qué le pide al Gobierno en ese aspecto?
–Que vivan la cultura. Es absurdo el estancamiento de estos sectores porque todo el mundo la necesita. La cultura no es una cosa de izquierdas, es de la gente, de la humanidad. A todo el mundo le arregla el día una canción, le puede cambiar la vida. Es absurdo que no entiendan que es para todos. Luego, la gente se decepciona cuando un cantante tiene una ideología diferente a la suya. Nos empeñamos en que nuestros ídolos piensen como nosotros y no puede ser así. Si te gusta como canta alguien y luego tiene otro pensamiento, ¿qué vas a hacer? ¿Te deja de gustar? No.
–No seamos imbéciles...
–Por favor.