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Los libros de la semana: César Aira regresa con una novela de romanos

Antonio Gamoneda, Ana Merino y Jérôme Ferrari son los otros autores destacados
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«Fulgentius»: Ave César (Aira)

El escritor regresa a la Roma más clásica en un estupendo relato irónico y provocador
Salmones gigantes que hacen peligrar la humanidad, rayos que transforman los juguetes en seres reales, pirámides de Egipto que se multiplican sin fin, la desaparición del presente... A César Aira no se le mueve el flequillo cuando escribe sobre semejantes industrias en las narraciones que brotan de su descabellada imaginación. No en vano, es considerado, no sólo un adalid de la literatura de vanguardia sino—como alguna vez Roberto Bolaño afirmó— uno de los mejores autores de Latinoamérica.
Pues bien, ahora regresa con su último –y ¿provocativo?– libro con el que, una vez más, pone patas arriba todos los convencionalismos narrativos. Siempre sin parecerlo y sin que el lector lo note, centrando la historia en la época dorada del Imperio romano. Fabius Exelsus Fulgentius sigue siendo, a sus sesenta y siete años, un general irremplazable para las campañas de expansión. El pequeño descanso para el aprovisionamiento que ha hecho en Vindobona, junto a sus seis mil legionarios, se demora más de lo previsto y el alto mando aprovecha para montar, con la ayuda del coro local de actores, una tragedia autobiográfica que él ha escrito. Será la primera parada de un largo viaje hacia la pacificación a golpe de lanza de la agreste Panonia, una campaña plagada de batallas e incursiones, pero también de ensayos interminables y castings a duros guerreros para el papel protagonista femenino. Y todo ello para que la gran obra de Fulgentius tome derroteros imprevistos para el único beneficio de su autor.
Una vez más, Aira, ese escritor semisecreto, no se contiene a sí mismo y continúa practicando la estética avant-garde que pasa por no revisar lo escrito, en una fuga hacia delante tecleando más y más. Afortunadamente para nosotros, continúa siendo ese excéntrico y provocador que siempre se necesita en el panorama literario; un nicho que está preparado para él y donde, supongo, se quedará para siempre. Aborde el tema que elija, sigue siendo el Marcel Duchamp de la literatura latinoamericana, tramando y publicando, al menos, dos novelas cortas por año. Es el antijuanramoniano por excelencia, que asegura no corregir, pero nadie lo cree . Tiene debilidad por los «outsider»: enanos, monjas, curas, travestidos, delincuentes y, en este caso, un general romano dramaturgo y ególatra. ¿Tiene una extraña relación con lo establecido? No, simplemente piensa que la gente extravagante es la sal de la vida.
Sencillez aparente
Como siempre, junto a sus trazos clásicos, su precisión expansiva y la elegancia de su fraseo nunca alcanza la rigidez y contiene una naturalidad en la formulación que hace pensar que cualquiera pudiera crearla. Pero tal sencillez aparente no le resta extrañeza al texto y su distinción sintáctica es balsámica para con sus construcciones, siempre «anómalas» –marca de la casa–, lo que no hacen sino duplicar su capacidad sugestiva. Todo ello sin olvidar su sentido del humor, siempre sutil, suave, sabio y nada ostentoso, allí donde otros abundarían en el sarcasmo.
Ángeles LÓPEZ

La liturgia de Jerôme Ferrari

JéromFerrari ganó el Premio Goncourt en el año 2012 con «El sermón sobre la caída de Roma», un libro en el que Agustín, obispo de Hipona, pronuncia un sermón con la intención de que sirva de consuelo a sus fieles. Sobre esa homilía Ferrari estructuró aquella novela en la que cada capítulo lleva el título de una frase del obispo. Es inevitable encontrar el paralelismo en «A su imagen», una historia marcada por el dolor que tiene como escenario Córcega y cuya trama se articula alrededor de una mujer que muere en un accidente de coche en su isla natal y del sacerdote que oficia una misa de difuntos por ella. También en esta ocasión la narración se estructura siguiendo el transcurso de la ceremonia religiosa: «Requiem aeternam», «Dies irae», «Agnus Dei»… La mujer fallecida, Antonia, es una joven fotógrafa que ha estado en la guerra de Yugoslavia y también ha fotografiado a los guerrilleros corsos que luchan por la autonomía, uno de ellos es el hombre al que ama desde la adolescencia y al que espera fielmente durante sus estancias en prisión. Su tío y padrino le regaló su primera cámara y es precisamente el sacerdote que dice la misa mientras recuerda a su sobrina en una especie de viacrucis cuyas paradas evocan en su mayoría amargos recuerdos.
Un cura inolvidable
La fotografía, otro tema recurrente de Ferrari, cobra aquí un papel primordial por el trabajo de la protagonista y por dos interesantes capítulos que, si bien en un primer momento desconciertan al lector por la irrupción de personajes nuevos procedentes de otras coordenadas temporales y espaciales, tras su lectura enriquecen el conjunto al mostrar cómo a finales del siglo XIX y a principios del XX el fotoperiodismo, y más en concreto los fotógrafos de guerra, han sido cruciales para enseñar al mundo el alcance del horror en los lugares en conflicto bélico.
Pero si por algo recordaremos esta novela al cabo de los años será por un personaje que se dibujará con nitidez entre muchos otros que habrán ocupado nuestros pensamientos: se trata de este cura de pueblo, «el padrino», el hombre que sufre y se entrega a los demás para aliviar sus penas, ese buen cura que nos recuerda al San Manuel unamuniano, no por sus dudas de fe, sino por la bondad que le lleva a rezar para que Dios libre a todos, él incluido, del abismo sin fondo. El buen hombre que oficia la larga liturgia y que al final no debe ponerse en la fila de los parientes para recibir el pésame y deberá permanecer solo y apartado, cargando sobre sus hombros más dolor del que ninguno de los asistentes al entierro podría imaginar. Uno de esos personajes que convierten algunas novelas en inolvidables.
Sagrario FERNÁNDEZ-PRIETO

Un medio oeste sentimental

Ana Merino publica su nueva e intimista obra, ganadora del Premio Nadal 2020
Se atribuye a André Gide la conocida frase de que «no se hace buena literatura con buenas intenciones ni con buenos sentimientos» y, a pesar de ser cierta, acaso puedan darse brillantes excepciones. Es el caso de «El mapa de los afectos», reciente Premio Nadal y primera novela de Ana Merino (Madrid, 1971), poeta y experta en cómics y catedrática de escritura creativa en la estadounidense Universidad de Iowa. Siguiendo las pautas de un perspicaz realismo psicológico, estamos ante una historia de protagonismo colectivo con seres de identitaria ética natural y arraigada empatía solidaria. En el entorno rural del Medio Oeste americano se cruzan las vidas del mujeriego Greg, la fracasada y deprimida Emily en un bar de alterne, la joven maestra Valeria, en secretos amores con el maduro Tom, o Diana, periodista dedicada a temas ecológicos, entre otros personajes. Todos ellos tienen algo en común: la esencial bonhomía de la condición humana; son existencias atormentadas o confundidas, pero con un último resorte bondadoso en extremas situaciones. No es este, sin embargo, un relato de plácidas emociones o ingenuos planteamientos, porque aborda lacerantes cuestiones como el generalizado antibelicismo, las contradicciones de un dogmático feminismo, la cuestionada agricultura transgénica y la creciente incomunicación social.
En alguna entrevista la autora ha aludido a la influencia de Emily Brontë y «Cumbres borrascosas» y resulta evidente atendiendo a la profunda percepción psicológica de los protagonistas y sus inquietantes dilemas morales. E igualmente se ha referido a la huella de la «Antología de Spoon River», de Edgar Lee Masters, como concurrente espacio colectivo, funerario en este caso, de la secular comunidad humana. Con la afectividad en sus diversas variantes sentimentales, estas vidas combaten la soledad, huyen de sus frustraciones y se abren a un esperanzado futuro. El lirismo intimista –un claro reflejo de la dedicación poética de Ana Merino– que impregna estas páginas no oculta la dureza de algunos conflictos cotidianos que solo se resolverán con la innata tolerancia de los atribulados personajes. Y queda muy bien retratado el costumbrismo familiar del tradicional imaginario americano, en una ruralidad de cercanas relaciones vecinales, acostumbradas liturgias religiosas y prejuicidas mentalidades sociales.
Colas hambrientas
La nutrida anecdótica con la que se va urdiendo el argumento, de ágil desarrollo, aglutina las tesis esenciales de la obra: la roussoniana bondad natural, las contradicciones íntimas que anidan en todo sujeto, el valor comunitario del optimismo y la fuerza de las ilusionadas expectativas. Al describir el regreso a España desde EEUU del personaje de Aurora Altano, leemos: «La felicidad esperanzada era parte de la naturaleza humana y ella había tenido que vivir muy lejos para entenderlo». Personajes bien perfilados y un excelente planteamiento de entrecruzadas situaciones constituyen las mejores bazas de esta emotiva obra.
Jesús FERRER

La eterna hambre de Gamoneda

En el discurso que Antonio Gamoneda pronunció al recibir el premio Cervantes, el escritor habló de la influencia de la pobreza en la obra de los escritores que la han padecido y explicó en qué modo la falta de recursos había condicionado su vida y su obra «más que cualquiera otra circunstancia o razón». No es de extrañar, pues, que tras la primera parte de sus memorias, publicadas en 2009 y que llevan el evocador título de «Un armario lleno de sombra», la segunda parte tenga un título tan sencillo y explícito como rotundo: «La pobreza», una crónica de la postguerra que se lee como una novela. Esta etapa de su vida comienza exactamente el 1 de junio de 1945 a las nueve de la mañana, el día en que empezó a trabajar como recadero en un banco a los catorce años. Ochenta y nueve pesetas y la jornada indefinida. Desde las primeras páginas llama la atención la abundancia de detalles de todo tipo que el autor no tarda en justificar: «Estoy escribiendo de un tiempo y de una pobreza. Lo hago relatando mi experiencia y anotando hechos aparentemente menores». Y se refiere al obligado horario indefinido como una de esas «menudencias forzadas» que habían sido establecidas como una «prestación necesaria» por el triunfo de los militares fascistas.
El fin de la posguerra
«Aquellas formas de sometimiento vaciaron nuestra juventud en una posguerra cuya duración aún no está clara», afirma Gamoneda, que relata también su lucha antifranquista y expresa una de sus frases más recurrentes: «Me pregunto si la posguerra ha terminado, no estoy seguro». Casi un tercio del libro se dedica a una larga reflexión titulada «La escritura» en la que recuerda a las personas que han condicionado su vida,y si en la primera parte de sus memorias fue su madre la única y absoluta protagonista, en esta ocasión están su «compañera», sus hijas y los amigos que fueron «compañeros en la resistencia».
Ya en la segunda se encuentran sus reflexiones sobre la poesía, el trabajo, las relaciones sociales o los viajes. Un retrato de la posguerra española, de la lucha antifranquista y del hambre, de los apagones de luz y del miedo. Todo ello entre referencias a personas, fechas y datos que dan fe del buen estado mental de un hombre cercano a los noventa años que sigue luchando por la verdad. A medio camino entre el diario y las memorias Gamoneda muestra las marcas del sufrimiento que le dejaron la orfandad, la Guerra Civil y esa España dura y gris en la que se forjó uno de los mejores poetas del siglo XX. Un poeta que con este libro en prosa es consciente de haber escrito su culminación literaria.
Sagrario FERNÁNDEZ-PRIETO

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