«Fulgentius»: Ave César (Aira)
El escritor regresa a la Roma más clásica en un estupendo relato irónico y provocador
Salmones gigantes que hacen peligrar la humanidad, rayos que transforman los juguetes en seres reales, pirámides de Egipto que se multiplican sin fin, la desaparición del presente... A César Aira no se le mueve el flequillo cuando escribe sobre semejantes industrias en las narraciones que brotan de su descabellada imaginación. No en vano, es considerado, no sólo un adalid de la literatura de vanguardia sino—como alguna vez Roberto Bolaño afirmó— uno de los mejores autores de Latinoamérica.
Pues bien, ahora regresa con su último –y ¿provocativo?– libro con el que, una vez más, pone patas arriba todos los convencionalismos narrativos. Siempre sin parecerlo y sin que el lector lo note, centrando la historia en la época dorada del Imperio romano. Fabius Exelsus Fulgentius sigue siendo, a sus sesenta y siete años, un general irremplazable para las campañas de expansión. El pequeño descanso para el aprovisionamiento que ha hecho en Vindobona, junto a sus seis mil legionarios, se demora más de lo previsto y el alto mando aprovecha para montar, con la ayuda del coro local de actores, una tragedia autobiográfica que él ha escrito. Será la primera parada de un largo viaje hacia la pacificación a golpe de lanza de la agreste Panonia, una campaña plagada de batallas e incursiones, pero también de ensayos interminables y castings a duros guerreros para el papel protagonista femenino. Y todo ello para que la gran obra de Fulgentius tome derroteros imprevistos para el único beneficio de su autor.
Una vez más, Aira, ese escritor semisecreto, no se contiene a sí mismo y continúa practicando la estética avant-garde que pasa por no revisar lo escrito, en una fuga hacia delante tecleando más y más. Afortunadamente para nosotros, continúa siendo ese excéntrico y provocador que siempre se necesita en el panorama literario; un nicho que está preparado para él y donde, supongo, se quedará para siempre. Aborde el tema que elija, sigue siendo el Marcel Duchamp de la literatura latinoamericana, tramando y publicando, al menos, dos novelas cortas por año. Es el antijuanramoniano por excelencia, que asegura no corregir, pero nadie lo cree . Tiene debilidad por los «outsider»: enanos, monjas, curas, travestidos, delincuentes y, en este caso, un general romano dramaturgo y ególatra. ¿Tiene una extraña relación con lo establecido? No, simplemente piensa que la gente extravagante es la sal de la vida.
Sencillez aparente
Como siempre, junto a sus trazos clásicos, su precisión expansiva y la elegancia de su fraseo nunca alcanza la rigidez y contiene una naturalidad en la formulación que hace pensar que cualquiera pudiera crearla. Pero tal sencillez aparente no le resta extrañeza al texto y su distinción sintáctica es balsámica para con sus construcciones, siempre «anómalas» –marca de la casa–, lo que no hacen sino duplicar su capacidad sugestiva. Todo ello sin olvidar su sentido del humor, siempre sutil, suave, sabio y nada ostentoso, allí donde otros abundarían en el sarcasmo.
Ángeles LÓPEZ