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Los hipopótamos que sobrevivieron a Pablo Escobar

Ivan ValenciaAP

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Hipopótamos en Medellín. Los trajo a la hacienda Nápoles el delincuente Pablo Escobar. Como buen trilero, narcisista, psicópata, el rey de la cocaína soñó con levantar un palacio. Una Graceland tropical a la medida de un capo del crimen. Con la avioneta del primer envío de droga sobre la puerta y animales exóticos en jaulas. Expuestos para gozo, lujo y asombro del faraón y sus visitas. Pero la DEA, el gobierno y el cártel de Cali liquidaron al emperador. El cartel de Medellín fue pulverizado. Otros siniestros controlan el océano de venenos ilegales, de la Amazonía al Raval y Chicago. El único rastro de los años sangrientos y locos, de cuando Medellín tenía unas cifras de muerte por violencia dignas de un país devorado por la guerra civil, son los hipopótamos. Sobrevivieron a su defenestración. Lograron reproducirse, hicieron de la finca una sabana con acceso a comida y agua. Ya son más de 80 en pleno corazón de Colombia. Lo sabíamos desde hace años. Los últimos informes y reportajes advierten de una plaga. Campan sonrosados, gordos, felices, en las aguas tibias del río Magdalena. El mismo o parecido que surcan los amantes del amor en los tiempos del cólera. Con ramificaciones a todo el país. Capaz de extender por toda Colombia la plaga de mamíferos artiodáctilos, de entre 1,5 y 3 toneladas de peso, pariente lejano de las ballenas, que puede correr fuera del agua a 30 kilómetros por hora y con unos colmillos en la mandíbula inferior de hasta medio metro de largo. En España y en Europa también hay especies invasoras. Por ejemplo hace unos meses un informe avisaba de que 16 animales extraños han colonizado ya el río Pisuerga. Entre otros el pez gato, el lucio, el visón americano, el galápago de Florida, la carpa común y el cangrejo rojo. Pero el hipopótamo es algo muy distinto. Más serio. No solo porque puede medir hasta 5 metros. Tampoco porque pueda alterar de forma tajante el ecosistema donde vive, cambiar la constitución de los suelos, arrasar la vegetación autóctona, expulsar a determinadas especies locales y propagar bacterias frente a las que los animales locales no tienen defensa. Es que además es un mamífero peligroso. Al que en África, donde todavía quedan cerca de 125.000 individuos, atribuyen la muerte de 500 personas cada año. Y ese es uno de los miedos evidentes en Colombia. Adiós al narco legendario. Que vivía en una cárcel bautizada como una catedral y puso el país patas arriba. Pero la herencia de muertes violentas amenaza con perpetuarse de la forma más surreal. Casi cercana a una sobredosis de tópicos fácilmente asociables al realismo mágico. Con los niños de los colegios cercanos triturados por una bestia furiosa, territorial, y muy capaz de atacar y matar a un cocodrilo.