Las dos Españas de Unamuno
El Desván recupera «El otro» con una versión de Alberto Conejero y dirección del mexicano Mauricio García Lozano que llega al Fernán Gómez
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Según Alberto Conejero, «Miguel de Unamuno quiso acercar la escena española a las vanguardias europeas». Afirma que el suyo es, «un teatro audaz, sintético hasta la desnudez, abierto radicalmente a la experimentación». Unamuno trasladó su pensamiento filosófico a toda su dramaturgia y con ello concibió una nueva forma de hacer teatro basada en sus inquietudes existenciales. Un claro ejemplo de esta concepción dramática fue «El otro», que trata de ahondar el misterio de la personalidad. Una obra escrita en 1926 durante su destierro en Hendaya, estrenada seis años después, en 1932 en el Teatro Español por Enrique Borrás y Margarita Xirgu. En palabras del propio autor: «Uno de esos temas eternos, más interesantes aún que el del amor: el de la personalidad».
Tras su gira por España, «El otro» llega al teatro Fernán Gómez en versión de Alberto Conejero, dirigida por el mexicano Mauricio García Lozano y con Celia Bermejo, Domingo Cruz, Carolina Lapausa, Silvia Marty y José Vicente Moirón en el reparto. Un hermano ha asesinado a su gemelo, idéntico; tan exacto que afirma haberse matado a sí mismo. No sabe cuál de los dos es. Cosme es visitado en sueños por alguien que dice ser él mismo, esto lo lleva a una atormentada lucha que le hace perder la razón confundiendo realidad y delirio, a desdoblar su personalidad entre él y su hermano Damián. Es la encarnación humana del mito bíblico de Caín y Abel. Pero, ¿cuál ha muerto? ¿Quién es el asesino? ¿Caín o Abel? ¿Quién es Cosme y quién Damián?.
«El personaje que interpreto vive una experiencia sobrenatural, extrasensorial –comenta José Vicente Moirón, protagonista–. Esto está muy lejos de la comprensión humana, a ojos de los demás lo convierte en un loco, pero, ¿loco porque ha perdido la cordura o porque razona demasiado?». En esas profundidades se mueve el personaje y el conflicto de «El otro», reflexiona el actor: «Se plasma muy bien el misterio, la obsesión de Unamuno, muy presente en su obra, por la otredad, por la duplicidad de la personalidad, cómo nos vemos y cómo somos de verdad, cómo nos sentimos y cómo nos ven los otros. Yo he aprendido –continúa Moirón– que todos cohabitamos con un hermano gemelo en nosotros al que tenemos que aceptar para ser felices, a veces ese gemelo no nos gusta, incluso llegamos a odiarlo, pero creo que forma parte de la existencia humana. Siempre tenemos una vocecita en nuestra cabeza que nos dice lo que está bien o mal y nos reprende cuando nos portamos como realmente no somos».
Pacto de recepción
Dos mellizos que, como Esaú y Jacob, se peleaban desde el vientre materno. Conejero ha querido ubicar la obra en la posguerra franquista, como metáfora de esta lucha entre hermanos. «Eso le añade un sesgo de profunda raíz hispana –comenta Moirón–, la Guerra Civil, donde hay un enfrentamiento fratricida. La casa opresiva es el país y los hermanos enfrentados son los dos bandos de la guerra, las dos Españas». Y añade, «por el existencialismo que perdura en el autor, la obra estaba necesitando una revisión, porque el espectador del siglo XXI no es el mismo que el de la primera mitad del XX». En ese sentido, apunta la actriz Carolina Lapausa, «la versión de Conejero retoma la visión de los personajes femeninos, que en Unamuno aparecen superados, para situarlos en el conflicto real con el que pueden identificarse las mujeres ahora y, además, reviste el texto original de un sabor a thriller». Y Domingo Cruz, actor y productor del espectáculo, añade: «Esta propuesta ha intentado mantener el equilibrio entre ese elemento thriller y la reflexión unamuniana profunda sobre la identidad, para que el público pueda venir a ver una obra de teatro y entretenerse, a la vez que hace reflexiona sobre el individuo, sobre lo que es España, nuestra cultura y nuestra sociedad actual».
Para Conejero, Unamuno era plenamente consciente de que su teatro exigía a los espectadores un nuevo pacto de recepción, de colaboración («creo que a la gente le va a costar seguir mis ideas», decía el autor). «El suyo es un teatro que necesita de una escucha activa, cómplice, de una voluntad de misterio. De ahí el ostracismo de su teatro en los escenarios –afirma el dramaturgo–. Ya en su época se le acusó de hacer un teatro demasiado literario. Es un juicio que, con distintos matices, se ha ido repitiendo a lo largo de las décadas. Unamuno reclamaba la teatralidad implícita en sus textos. En el caso que nos ocupa: “El otro” no es literatura dramática, sino teatro. No es para ser leído sino para ser representado. Ha nacido para el teatro y para el teatro va», concluye.