De Camus a Saramago: Lecturas para tiempos de cuarentena
Un repaso a volúmenes de referencia escritos unos en tiempo de aislamiento y otros que hablan de él, y también de epidemias.
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En estos momentos de cuarentena preventiva, nada como la lectura y la relectura para matar el aburrimiento, regar las neuronas, fomentar la creatividad y servir como linimento. Aunque me viene a la memoria «A puerta cerrada», de Sartre (ese relato que se desarrolla en el infierno, en una habitación cuya puerta está cerrada para siempre, y donde se perfila la personalidad de los tres protagonistas) no son pocos los títulos que recuerdo. Los extraigo uno a uno de mi desordenada biblioteca y observo que todo el presente, el pasado y el futuro, todo, absolutamente todo, está en los libros.
Si tras los atentados de la evista satírica «Charlie Hebdo», de 2015, aumentó la compra de «París era una fiesta», de Hemingway y después del incendio de la catedral de Notre Dame resucitó de los anaqueles «Nuestra Señora de París», de Víctor Hugo, quizá sea un buen momento para volcarnos en ese placer solitario de la literatura que habla de distintas crisis o escrita en tiempos aciagos. Desde «El diario de Ana Frank», en el que nos cuenta la vida de una joven judía oculta de los nazis durante dos años en un pequeño cubículo de un almacén de Ámsterdam, hasta «Archipiélago Gulag», de Solzhenitsyn, donde documenta su triste existencia en un campo de internamiento soviético en el que fue recluido, como millones de personas, durante la segunda mitad del siglo XX. Literatura del miedo o del terror; narraciones sobre los diversos conflictos del uno al otro confín, atravesando siglos. Desde el «Edipo Rey» de Sófocles, con Tebas asolada por la epidemia, a la «Historia de la guerra del Peloponeso», de Tucídides, con narraciones impresionantes sobre la peste en Atenas. Muchos son los libros escritos en tiempos de encierro forzoso, pestes, plagas, virus y, en definitiva, confinamiento absoluto... Todos pueden ayudarnos ahora, en estas duras semanas porque no hay nada como refugiarse en las palabras para procesar una catástrofe.
Si hay que arrancar con uno, el libro de referencia sería «El Decamerón», de Giovanni Boccaccio. La obra comienza con una descripción de la peste bubónica, la epidemia de peste negra que golpeó a Florencia en 1348, y que dio motivo a que un grupo de diez jóvenes, siete mujeres y tres hombres que huyen de la plaga, se refugien en una villa en las afueras de Florencia. Con el fin de entretenerse, cada miembro cuenta una historia por cada una de las diez noches que pasan en la villa, lo que da nombre en griego al libro: «diez» y «días». Además, cada personaje será nombrado jefe del grupo alternativamente. Cada día, a excepción del primero y noveno en que los cuentos son de tema libre, uno de los jóvenes es nombrado «rey» y decide el tema sobre el que versarán los cuentos. Casi desde su difusión inicial, la censura contribuyó en no poca medida a la celebridad de Boccaccio, que fue condenado desde el púlpito, incluido en el Index de la Iglesia católica, tachado de pornografía por las autoridades aduaneras del mundo entero y echado a la hoguera en sitios tan diversos como el sur de Estados Unidos y la China de Mao.
Amor con final feliz
Igual que a «Los novios», de Alessandro Manzoni, que junto a «La Divina Comedia», resulta la obra más importante de la literatura italiana que conjuga humildad, virtud, caridad, esperanza, misericordia. Renzo y Lucía son los protagonistas de esta historia de tiranos y oprimidos, enmarcada en la Italia del siglo XVII. Nos habla de una joven pareja de campesinos que se van a casar, pero cuya boda es frustrada por el celoso y cruel Don Rodrigo, un noble lombardo que pretende por la fuerza el amor de la campesina y que utiliza su poder y artimañas para conseguir su fin. Esta situación provoca la persecución de los novios y la huida de Renzo que se aventurará por Italia mostrándonos la sociedad de la época durante la pandemia que asoló a Milán entre 1628 y 1630. Aunque con final feliz esta obra es una crítica al dominador austriaco, que subyugaba Italia y, sobre todo es una reflexión sobre la fe. Uno de los últimos coletazos de la peste en Europa lo sufrió Londres en 1665.
Aunque Daniel Defoe era demasiado joven para recordar lo sucedido –tenía cinco año–-, el autor de «Robinson Crusoe» dejó un relato conmovedor, «Diario de un año de la peste» que publicó en 1720. Se remonta cuando, a fines de noviembre de 1664, dos hombres, según dijeron franceses, murieron de este mal en la parte alta de Drury Lane. Las familias con las que vivían intentaron ocultarlo pero la vecindad empezó a rumorear. El protocolo a seguir no podía ser más contundente: se debía avisar a las autoridades dos horas después de la aparición de los síntomas. Inmediatamente se clausuraba la casa donde se hallaba el enfermo y se ponían dos guardias para custodiarla. Solo quedaba esperar al desenlace fatal. Un libro que nos habla de confinamientos, remedios falsos, cierres de caminos y avisos y recomendaciones para que no se formaran multitudes...
Aunque «El último hombre» de Mary Shelley no fue escrito en un periodo de reclusión –como sí le sucediera con su excelso «Frankenstein», esbozado en el encierro forzoso de Villa Diodati el verano de 1916, a causa de un fuerte temporal, junto a Byron, Polidori y su marido–, sí es una novela apocalíptica que publico la escritora diez años después. El libro narra la historia de un mundo futurista que ha sido arrasado por una plaga. Al ser duramente criticado durante su época, permaneció en el más absoluto anonimato hasta que los historiadores lo rescataron en la década de los sesenta.
Una erupción carmesí
«Se aceleraba el ritmo cardíaco y aumentaba la temperatura corporal. Después apareo XIVcía la erupción carmesí, que se extendía por la cara y por el cuerpo…». Así definía Jack London la plaga ficticia de «La peste escarlata» que se propaga con rapidez hasta el último rincón habitado. No hay para ella antídotos conocidos; en cuestión de días, el vano éxodo de los pobladores vacía las ciudades, devastadas por el pillaje, los incendios y la violencia. Un clásico de la literatura que nos habla de la fragilidad de la civilización y que inauguró el género de novela catástrofe.
A partir del 13 de marzo de 1941, Albert Camus comenzó a hablar de «la peste liberadora»; le explicó a Malraux: «Escribo sobre la peste... es un tema natural». Poco después, Malraux, Camus y el sátrapa Queneau estaban en el comité de lectura de Gallimard. Después del merecido triunfo de «El extranjero», su magnífica obra maestra publicada en plena ocupación, le llevó seis años completar esta historia compleja y enrevesada titulada «La peste». En este aciago mes en el que vivimos la pandemia del coronavirus, el libro se ha convertido en un fenómeno editorial tanto en Francia como en Italia. El francés se inspira en la epidemia de cólera que sufrió Orán, entonces colonia francesa, en 1849. Para el escritor las limitaciones impuestas por las autoridades representan una alegoría de las dictaduras que dominaron Europa durante la primera mitad del siglo XX. Fascismo y deshumanización. Ejemplo del pensamiento existencialista, contraponía el pensamiento racional del doctor Rieux con las actitudes absurdas de la gente ante el confinamiento.
«Ensayo sobre la ceguera», la novela que José Saramago publicó en 1995, también ha vuelto a ser un fenómeno literario. Recordemos que el libro habla de una pandemia de ceguera blanca que se extiende por todo el mundo, y estos días está registrando un aumento en ventas del 180%. Unas páginas que nos alertan sobre la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron... Una imagen aterradora de los tiempos que estamos viviendo. En un mundo así, ¿cabrá alguna esperanza?
«Némesis», de Philip Roth está ambientada en la comunidad judía de Newark, New Jersey. Durante el verano de 1944 se desata una epidemia de polio. El número de víctimas mortales crece de forma alarmante. Cantor, un joven profesor judío que dirige una escuela de verano, se enfrenta a la muerte de sus alumnos con una mezcla de estupor y rabia. En esta novela, el pánico nos devuelve a un estado premoral y Roth no retrocede ante el desafío de abordar la presumible bondad de Dios.
Páginas todas ellas que abordan desastres, catástrofes y atrocidades, plagas y encierros y que nos ayudan a defender parcelas de libertad. Quizá estas lecturas nos permitan alumbrar nuestra cuarentena.