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¿Sabía que Churchill y Lincoln eran también racistas?

A la escultura del Primer Ministro británico se le ha colgado un cartón que le acusaba de racista

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Se comenzó tirando esculturas de generales sudistas en Estados Unidos y se ha terminado vandalizando la estatua de Winston Churchill en la plaza del Parlamento de Londres. Lo que se inicia como una reclamación legítima suele derivar en una caza de brujas cuando las reivindicaciones se las apropian las masas, que suelen ser emocionales, desprovistas de juicio, sobre todo durante el curso de los acontecimientos, y que arrastran en su vientre de ballena a demasiados exaltados y elegidos dispuestos a impartir Justicia, aunque únicamente sea sobre cabezas de bronce. Tiene ironía que aquí se haya atacado la estatua del primer ministro británico después de que se conmemorara el pasado sábado el aniversario del desembarco de Normandía, que supuso el inicio del fin de la invasión alemana de Europa occidental, un acontecimiento que, a la luz de los sucesos, da la impresión de caer ya en el olvido de algunos dotados de mucho entusiasmo pero de escaso discernimiento. Parece que ya existe no suficiente despejo para diferenciar nada y que las causas derivan en numerosas ocasiones en una preocupante ceguera general, confundiendo la gimnasia con la magnesia y las virtudes con la tragedia. Ayer acusaron de racista al único líder inglés que se opuso desde el principio al Tercer Reich, se mantuvo firme ante el desafío que suponía Hitler y que no dio ni un solo paso atrás para defender la democracia y la libertad de los europeos a pesar de la presión a la que le sometieron sus colegas del Parlamento para que pactase con los alemanes. Pero ahora resulta que la democracia para muchos está desacreditada, de lo que ya se encargan los populismos de todas las corrientes ideológicas y también tanta tontería contagiosa que corre por ahí suelta, y que eso de la libertad nunca se valora hasta que se la echa en falta o se ha perdido.
Winston Churchill fue un hombre de su tiempo, excesivo, talentoso, soberbio, dotado de enormes intuiciones, que cometió tremendas equivocaciones, pero que también tuvo muy afortunados aciertos. En definitiva, una vida. Tildarlo de racista y rebajarlo al nivel de Leopoldo II de Bélgica o Edward Colston, por mencionar a dos personajes a los que se ha descabalgado de la gloria de su pedestal estos días, es pasarse de frenada. Sobre todo, si tenemos en cuenta que Churchill se opuso sin ambages a ese predicador del antisemitismo que trajo la muerte de seis millones de judíos en campos de concentración. Pero se ve que aquí hay un furor con escasos asideros intelectuales y poca capacidad de distinción, que da palos de ciego y que ha llegado a atacar al propio Abraham Lincoln, el hombre que luchó por la libertad de los esclavos en Estados Unidos, por ser, también, racista. Vaya por Dios. Hasta los congresistas de la comunidad negra americana han tenido que salir a defenderlo. Estos tiempos de confusión se van tornando demasiado oscuros.