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¿Cómo se aprende a ser un sinvergüenza?

Beda Docampo propone en «La maldición del guapo» una ligera y elegante reflexión sobre las relaciones paternofiliales y la figura de los estafadores aparentes
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Hasta para robar hace falta tener estilo. El hurto ejecutado con elegancia, con clase, con inteligencia, dista mucho de aquel que se efectúa de manera burda, evidente, violenta. La figura del golfo simpático sigue resultando a día de hoy más digerible que la del atracador iracundo, y en el nuevo filme de Beda Docampo, si hay una figura a la que que se homenajea de manera reconocible es la primera. En la cinta subyace una crítica soterrada al artificio y la frivolidad que rodea a veces al universo de los ricos, pero también un canto a la reconciliación entre un padre y su hijo.
La pretensión inicial de Docampo se alejaba bastante de los típicos enredos policiacos de la trampa y el timo: «No quería hacer una película puramente de estafadores, sino una comedia en donde hubiera una estafa, sí. Pero lo más importante era la relación padre e hijo. Uno de los sistemas de intriga de la trama es el hecho de pensar qué va a pasar con ellos. No quería hacer personajes planos, me interesaba que tuvieran aristas y que el espectador pudiera irlas descubriendo a medida que avanza la película», comenta al otro lado del teléfono. En efecto, la relación que mantiene Jorge (Juan Grandinetti), un joven dependiente de una joyería que ha decidido de forma voluntaria romper con su pasado familiar, y Humberto, su padre y encantador truhán a quien da vida un empático Gonzalo de Castro, bascula siempre entre el rencor y el cariño.
«Humberto es en el fondo un hombre herido que quiere que su hijo le perdone. Aunque utilice la ironía y el sarcasmo para disimular sus sentimientos. En ocasiones, tu padre no es solo tu progenitor, sino tu flecha, tu norte, tu sol, tu meta, la persona, en fin, a la que admiras, la que te gustaría llegar a ser. La vida, después, ya se encarga de darte otras herramientas con las que entender cómo funcionan las cosas», señala De castro sobre los matices de su personaje.
Desde el mismo el momento en que Humberto reaparece en la vida de Jorge para, aparentemente, recuperar su relación después de una vida plagada de ausencias y desentendimientos, comienzan los problemas pero también a fluir la nostalgia. Todo ello con una estafa de por medio y la existencia de unos valiosísimos diamantes cuyo valor simbólico, extrapolado a la vida real, significan, para Gonzalo de Castro, bien poco: «Tenerlo todo es un aburrimiento porque nada te cuesta y nada te vale. Cuando uno tiene por bandera el dinero y el éxito mal entendido en la vida, es todo una gilipollez y un auténtico coñazo», subraya.

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