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Por qué tienes que ver... “El presidente”: El desmantelamiento del imperio del fútbol

Conecta directamente con las cintas míticas de mafiosos de Martin Scorsese
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La Razón

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Contra todo pronóstico, el modesto Club de Deportes Unión La Calera logra ascender a la Primera División del fútbol chileno. El máximo artífice de dicho milagro es su presidente, Sergio Jadue, que gracias a ese triunfo iniciará una meteórica carrera que le llevará a ocupar importantes cargos tanto en la CONMEBOL (la asociación de federaciones de fútbol de Sudamérica) como en la omnipotente FIFA. Y, a nosotros, todo esto nos ayudará a entender los corruptos mecanismos con los que se alimenta uno de los mayores espectáculos deportivos del planeta.

El fútbol es así...

La visión que «El presidente» ofrece de su objeto de estudio obedece a un profundo sentimiento iconoclasta, pero salta a la vista que los responsables de la serie sienten la misma pasión por el deporte rey que puede llegar a mostrar el más fiel aficionado a su equipo predilecto. En este caso el club o selección de los amores es una de esas escuadras que condena a su masa social al más insufrible de los sufrimientos, pero que, en el fondo y a pesar de todas las derrotas, sigue ofreciendo esas alegrías que justifican todo el calvario. En este sentido, «El presidente» puede disfrutarse como una dolorosa, pero muy amena clase de historia futbolística. Durante su transcurso estaremos en compañía de distinguidas personalidades del mundillo, desde el aguerrido Arturo Vidal al todopoderoso Joseph Blatter, y de paso conoceremos un buen puñado de anécdotas demasiado buenas para ser reales. Pero, ¿y si lo son?

Palabra de Grondona

Uno de los mayores aciertos de «El presidente» consiste en ceder buena parte del peso narrativo al malogrado Julio Humberto Grondona, a y definido por la facción más nihilista de Internet como uno de los mayores genios de la historia de la humanidad gracias a hazañas como llegar a la vicepresidencia de la FIFA sin hablar una sola palabra de inglés, blanquear todo su dinero sucio a través de la ferretería de su familia o incluso morir poco antes de que la Prensa y la autoridad empezaran a destapar toda la corrupción de los emperadores del fútbol. En esta disparatada función la voz y la presencia fantasmal de Grondona, «il capo» de Avellaneda, nos guían sabiamente a través del suntuoso infierno futbolístico. Al fin y al cabo, nadie mejor que el Diablo para entender la atracción que ejercen los pecados capitales.

Uno de los nuestros

Movimientos de cámara nerviosos, uso a modo de banda sonora de una «playlist» y solapamiento clarividente de distintos puntos de vista; la apuesta narrativa de «El presidente» conecta directamente con el cine de Armando Bo, su creador y director de tres de sus episodios, y también con las cintas de mafiosos de Martin Scorsese. De hecho, el recuerdo de algunos de los más grandes éxitos del maestro neoyorquino, como «Uno de los nuestros», «Casino» o «El lobo de Wall Street», nos acompaña en todo momento mientras repasamos uno de los mayores escándalos de corrupción de nuestros tiempos. Y, en buena medida gracias a ello, este relato se sigue con una facilidad altamente adictiva. Y, en el proceso, demuestra no cortarse un pelo a la hora de señalar con el dedo acusador a la panda de mafiosos que han convertido al juego más hermoso del mundo en el lodazal más infecto imaginable.

La cuestión suramericana

Puede sonar a curiosidad banal, pero, en realidad, el guirigay de banderas que se baraja en «El presidente» es muy ilustrativo. Que aquí prácticamente ningún actor encarne a un personaje de su nacionalidad –el reparto incluye a chilenos encarnando a colombianos, a mexicanas interpretando a chilenas y a italianos en la piel de argentinos– nos acerca al cine de los disfraces de Adam McKay, director de películas como «El vicio del poder» o «La gran apuesta» y genio de la sátira cuyas tesis se ven aquí evocadas en un delirante cruce de acentos y chascarrillos; una nebulosa identitaria que da pie al equipo de directores y guionistas a reírse sin miedo a las posibles represalias de las envidias, los complejos y las desconfianzas que marcan las relaciones entre los pueblos sudamericanos.