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Música

Festival de Venecia

Caetano Veloso: “La izquierda nos rechazaba y éramos incomprensibles para la dictadura brasileña”

La estremecedora experiencia del célebre músico tras haber pasado 54 días encarcelado a finales de los sesenta durante la represión dictatorial de entonces aterriza en forma de documental en la Mostra de Venecia

Caetano Veloso protagoniza "Narciso fuera de servicio"
Caetano Veloso protagoniza "Narciso fuera de servicio"EFEAgencia

No podía ser. Los militares fueron a llamar a la puerta de Caetano Veloso (Santo Amaro da Purificaçao, Brasil, 1942) porque pensaban que con su música ridiculizaba el himno brasileño. Acto seguido le metieron en la cárcel. Era 1968 y había que conjurar el peligro comunista. Después, él se defendió argumentando que era técnicamente imposible, ya que el himno tiene versos endecasílabos, mientras que en su canción «Tropicalia» las estrofas eran más largas y poéticas. Sus memorias de esos dos meses en prisión quedaron inmortalizadas en un libro y ahora aquel capítulo, «Narciso em Férias» («Narciso de vacaciones»), se ha convertido en un documental con el mismo nombre, que fue presentado esta semana en el Festival de Venecia. Veloso responde al teléfono desde su casa en Río de Janeiro.

-En el documental usted habla de la depresión que provoca la soledad en una celda de aislamiento. ¿Puede entender a la gente que se sentía asfixiada durante el confinamiento?

-Cuando estaba en esta celda, después de algunos días sentía como si no fuera verdad mi vida afuera, la vida que había tenido. Uno puede sentirse totalmente asfixiado en su espíritu. Ahora alguien puede sentir ese sofoco, pero a mí no me ha pasado. Desde marzo estoy en mi casa en Río, donde veo las playas, el mar y la gente pasar.

-¿Qué cicatrices deja la cárcel?

Era imposible que no dejara cicatrices porque cambió mi vida. Yo no sé qué vida tendría si no hubiera pasado por eso. Mi capacidad de tomar decisiones quedó muy afectada por un largo periodo. Así que, más que cicatrices, tengo una vida que no es la que podría ser si no hubiera pasado por la cárcel.

-Usted se declara ateo en un país muy religioso. ¿Ni siquiera entonces se acercó a algún tipo de espiritualidad o fe?

-Yo tenía lo que los religiosos dicen que les pasa a quien no cree en Dios: muchas supersticiones. Soy ateo, pero no un buen ateo. Nací en una casa católica de Bahía y mi madre, mis tíos y mis hermanos eran religiosos. A mí me parecía todo muy hipócrita. Los curas, las personas, las cosas que decían y hacían, había mucha hipocresía. Antes de la adolescencia decidí no creer y en un punto de mi juventud creía que no creía, aunque después no fue tan así. Es otra cosa, no lo sé. En prisión todo eran supersticiones.

-¿Como una forma de escapar?

-Era un intento de poder convivir con esa realidad, de saber cómo lidiar con ella, cómo enfrentar momentos, esperanzas y miedos.

-Queda claro que su acusación no se sostenía porque ‘Tropicalia’ y el himno de Brasil no encajan. Pero, ¿qué quería decir con esa canción llamada ‘Prohibido prohibir’?

-La presenté en un festival en televisión [en 1968]. Los estudiantes, la mayoría de izquierdas, estaban en contra de esta canción porque yo tocaba en una banda de rock y ellos rechazaban esa música. La canción repetía ese eslogan de los estudiantes de París del 68, pero a quienes estaban entre el público no les interesaba. Fue un poco escandaloso, pero no porque la derecha o la dictadura lo consideraran una amenaza. Es un poco loco, pero así es la verdad histórica de Brasil.

-Es curioso. Tenía a la izquierda y a la dictadura en su contra.

-La dictadura no decía nada. Un gran escritor brasileño, que era periodista también, Nelson Rodrigues, me defendía en su periódico contra los estudiantes de izquierda. Decía cosas muy elogiosas de mí, es muy loco.

-Pero, finalmente, la dictadura le arrestó. Lo que no pudo parar fue eso que llamaron “terrorismo cultural”.

-Todavía no sé lo que significaba aquello, pero fuese lo que fuese, no pudieron acabar con ello. Creo que es básicamente imposible acabar con la necesidad de expresión artística. La vida es compleja, hay historias de dictaduras que duraron décadas. No puedo enseñártelo a ti que eres español.

-Seguramente usted sepa más que yo, que no viví esa época. Usted sí que conoció el franquismo. ¿Qué diferencias había en las calles con la dictadura en su país?

Yo estaba en Londres exiliado y fui a Barcelona a encontrarme con Glauber Rocha, el director de cine. Vi que Barcelona era un punto de resistencia contra el franquismo. Después, cuando conocí Madrid, estaba como dominada totalmente por la presencia de Franco. Y ya era una dictadura que duraba décadas, estaba más cerca del fin que en su apogeo. Más tarde, cuando se acabó el franquismo la sensación era de mucha más alegría y vivacidad que la que hubo en Portugal con la caída de Salazar.

-A España esa revolución cultural llegó con el fin de la dictadura, pero usted estaba impulsando el movimiento Tropicalia en 1968, poco después de la llegada de los militares.

-En diciembre de 1968 fue cuando se volvió más dura y ahí fuimos apresados Gilberto Gil y yo. Pero en ese momento en el mundo cultural, el teatro o el cine había toda una obra de protesta. Existía una profusión de canciones, poemas, obras de teatro y películas de contestación a la dictadura, la mayoría de izquierdas claramente. Nosotros no éramos considerados parte de ello porque utilizábamos cosas del rock, de la contracultura y teníamos una apariencia hippy. Y eso le parecía mal a los de izquierdas e incomprensible a la dictadura.

-¿Ve paralelismos con el pensamiento actual, basado en las redes sociales, en el que hay que estar en un bando o en otro y los matices no son bien acogidos?

-Es un problema permanente de la cuestión política. Yo comprendo mejor ciertos acontecimientos revolucionarios de izquierda, incluso lo que pasó en las experiencias socialistas en el mundo. Rechazaba la idea de la centralidad del poder, me parece que una organización democrática es mejor. Pero yo, que soy brasileño y mulato, entiendo a la izquierda que lucha contra la desigualdad y la tradición que quedó del colonialismo. Leo lo que pasó en la China de Mao Zedong como una lucha anticolonial, por eso aprendí a respetar la historia de China o Cuba.

-¿Es importante hablar de la experiencia de la dictadura ahora que tienen como presidente a Bolsonaro?

-Sí, yo escribí estas memorias de la prisión en el siglo pasado, en los años 90, en un capítulo del libro ‘Verdad Tropical’. Desde comienzos del 2000, pedí a los editores que hicieran un libro sólo con esta historia y mi manager, que es también mi mujer y productora de la película, dijo que ella haría también un documental. Bolsonaro no fue la causa, pero es muy oportuno y pertinente que salga una película así ahora en Brasil cuando tenemos a un presidente que apoya y recuerda los tiempos de la dictadura como algo bueno. Sus defensores salen con carteles que piden la vuelta al acto institucional número 5 para la vuelta de la censura, así que es oportuno y actual.

-¿No le han vuelto a decir desde entonces que su música es desvirilizante?

Eso me hace reír: subversivo y desvirilizante. Los pelos largos, la ropa y los bailes como con requiebros de samba brasileña y rock… Debían pensar que todo mezclado llevaba a los hombres a dejar de ser machos. No, no me lo han dicho desde entonces.