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Álvaro Pombo: «No me puedo considerar un santo»

El escritor reflexiona sobre el tiempo desde los ojos de un coronel retirado que cuida de su nieto en «El destino de un gato común»

El novelista junto al gato doméstico que protagoniza su libro
El novelista junto al gato doméstico que protagoniza su libroEditorial DestinoEditorial Destino

¿Pero quién no se siente decepcionado por sí mismo a cierta edad?, se pregunta el coronel Matías Ybarra, alter ego y metáfora literaria del propio Álvaro Pombo (él mismo se apellida Ybarra) en «El destino de un gato común» (Destino). El escritor recogió un hace unos años un felino callejero, asalvajado por la desconfianza y sobresaltos que da sobrevivir en las aceras, y lo ha convertido en personaje de su última novela, un texto con trama, pero de márgenes y cortes reflexivos, que se interroga por las cuestiones lógicas que dominan a los hombres con las espaldas encorvadas por el pasado. «Creo que los gatos, al igual que los perros, nos representan. Son como nosotros, en el sentido en que están con nosotros y nos entienden, y nosotros a ellos. Estos animales van adquiriendo un modo de ser que tiene que ver con los amos que los cuidan. No es lo mismo este gato después de convivir conmigo. La domesticidad es adaptarse a una vida. Él se ha adaptado a la mía, a la que hago, que es bohemia, dentro de lo rutinaria que es. Es casi una persona, no un animal doméstico. Por eso sufrimos cuando mueren».

Pombo no está conforme con la sentencia que reza «cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro», pero reconoce que existe un poso de verdad porque «las personas tenemos un punto de volubilidad que no tienen los animales. Quizá es porque somos más libres. Un perro nos da más estabilidad que un hombre. Y no son infieles», bromea.

Pombo, con su humor intelectual, recapacita sobre la libertad, que siempre reconoce «condicionada. Pero eso es bueno, porque la verdadera libertad es así. La ley de la gravedad nos impide volar, pero es lo que permite volar a la paloma. La libertad, como sostenía Aranguren, se nos da aprovechando las roturas y quiebras del mundo en el que vivimos. Son oportunidades. La libertad amorosa es una esclavitud también, porque si amas a una mujer, no puedes amar a otra. La libertad consiste en con quién quieres tomar café. Es evidente». El novelista afirma que «la vida militar un organigrama que se mete en el alma» al pensar sobre Ybarra, oficial del ejército durante el franquismo, pero eso sí ilustrado. «No se pierden los ideales con la edad. No me parece que la juventud tenga tantos ideales. Vamos a llamar a los ideales virtudes, como la fortaleza, la templanza, la prudencia, la justicia, y eso, cuando se es joven, no se tiene. Las virtudes, no los ideales, son las raíces de nuestro comportamiento, y eso se perfecciona y se mejora con la edad. T. S. Eliot, en sus “Cuatro cuartetos”, asegura que “los mayores deberían ser exploradores” y uno de sus versos dice: “No me hables de la sabiduría de los viejos, sino más bien de su locura”. De mayor no importan los reumas y esas cosas, que no son más que molestias, lo que importa es mantener el juicio y mi coronal conserva la claridad mental». El escritor, con retranca, asegura que «no me puedo considerar un santo», y comenta que la ancianidad es «un estado de apertura mental. Estoy hablando de aceptación del mundo y los otros. Eres viejo y estás entonces disponible a esa comprensión», concluye.

Platón y los ordenadores

Pombo se considera «pretecnológico», pero, sobre las redes, advierte: «Son peligrosas porque sustituyen la realidad por un mundo virtual. Me recuerdan el mito platónico de la caverna, donde los encadenados ven un juego de sombras chinescas gracias a la luz que les llega por la espalda. Esas figuras, cuando salen a la luz, son personas reales. Me parece que Platón en realidad estaba describiendo los ordenadores. Puedes tener una vida virtual de gran realismo, pero eso no son más que imágenes. Y jamás sustituirán a una persona». Tampoco le acaba de convencer Twitter, con su limitación de caracteres, porque, sostiene, «disuade de la lectura a la gente joven y a la mayor. Hay profesores que señalan que hay estudiantes que se han acostumbrado a la facilidad de las nuevas tecnologías, que lo único que hacen es pasar por encima de todo, en una especie de patinaje. Se lee de manera transversal, pero lo que es importante es difícil de expresar».