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Música

Crítica de clásica

Procesos de destilación

El director de orquesta catalán Josep Pons será una de las figuras que celebren el Día de la Música
El director de orquesta catalán Josep Pons será una de las figuras que celebren el Día de la MúsicaLa RazónLa Razón

Obras de Ravel y Beethoven. Orquesta Nacional. Director: Josep Pons. Orquesta Nacional. Auditorio Nacional, 20-XI-2020.

Volvía Josep Pons, que en la actualidad despliega sobre todo su profesión como director musical del Liceu de Barcelona, al predio de la Nacional, entidad que gobernó con buen tino, aunque no a gusto de todos, durante muchos años. Una visita que ha girado a Madrid con relativa frecuencia. Y hemos vuelto a comprobar su seriedad, su buen trabajo en ensayos, su pulcritud y cuidado del detalle, siempre en pos de una imposible objetividad, con la vista puesta en una racionalización y buena ordenación de los parámetros fundamentales, contemplados con ojos de hoy, de la siempre esquiva autenticidad.

Su buen ojo se reveló en la estilizada y respetuosa recreación de dos obras de Ravel, escritas primero para piano y más tarde orquestadas por el propio compositor. La “Pavana para una infanta difunta” se inauguró con un magnífico solo del primer trompa, Navarro. La batuta, siempre móvil, del director supo orientar luego de la mejor manera las continuas ondulaciones de la música. Una versión discreta y tranquila, como corresponde, puede que a falta de una mayor delicuescencia sonora.

Lo que podríamos extender a la recreación de “Le tombeau de Couperin”, en donde, y eso fue una constante de la noche, se lucieron las maderas. Versión en cuatro movimientos. Echamos en falta una mayor claridad en el “Preludio”; y una gracia más acusada en la “Forlane”. Muy bien mecida la cuerda, especialmente atendida por Pons, en el “Menuet”, donde se alcanzó de la mejor manera el ápice dinámico. Bien observados, con la suavidad demandada, los delicados acentos y las mínimas inflexiones del discurso. “Rubato” justo y perfiles definidos en el “Rigaudon”.

La batuta del director se mostró luego fustigante, vigorosa, en una interpretación, implacable desde un punto de vista rítmico, lo que no es mala cosa en composición semejante, de la “Séptima Sinfonía” de Beethoven. Después de la introducción, “Poco sostenuto”, bien escalonada y un tanto áspera, se planteó con inteligencia el “Vivace”. Tras un pequeño desajuste entre flauta y oboe, se acometió el movimiento a toda presión, con un trazo duro e inmisericorde, sin que se perdieran en ningún momento las riendas. Pequeños roces de las trompas en el desarrollo no emborronaron la restallante ejecución. Muy bien visto el “Allegretto”, donde se mantuvo, con las texturas muy ligeras, el omnipresente ritmo de 2/4. Claridad general hasta el momento en el que se superponen los dos motivos. Producto sin duda de la descompensación promovida por la inferioridad de la cuerda respecto del viento, a veces en exceso dominante, en un orgánico de poco más de cuarente instrumentistas.

Verdaderamente “Presto” en tercer movimiento, llevado en volandas y con un “Trío” de rara proyección. Sonaron bien toda la noche las trompetas, que se aplicaron con denuedo en la impetuosa exposición del “Finale”, impulsado también a toda mecha, siempre con acusada presencia de los timbales, golpeados con baqueta fina. Una versión de la “Sinfonía”, por tanto, precisa, concisa, algo descarnada y no siempre equilibrada, pero efectiva y con mucha dinamita dentro. ¿Una vuelta a los orígenes?