«Parece una mala tarde de toros»: la Segunda República según Pla
Destino recupera el manuscrito original de una de las obras más controvertidas y malditas del gran escritor ampurdanés, el libro en el que trató de explicar lo que había pasado en España tras la caída de la monarquía de Alfonso XIII
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Entre 1940 y 1941, la editorial Destino lanzó al dolorido mercado de la posguerra una serie de cuatro volúmenes bajo el título de «Historia de la Segunda República Española». Todos ellos eran obra de Josep Pla, quien nunca quedó lo suficientemente satisfecho del resultado final de una obra de encargo. Eso le hizo plantearse tanto a él como a su fiel editor, Josep Vergés, él no acceder a la reedición de esos tomos, hoy convertidos en una joya al alcance de unos pocos en librerías de viejo. Sin embargo, recientemente la cátedra de la Universitat de Girona que lleva el nombre del escritor ampurdanés y que dirige Xavier Pla realizó un muy importante hallazgo. Entre los papeles personales del autor de «El cuaderno gris» apareció el manuscrito original, escrito en catalán e inacabado, de «Història de la Segona República espanyola».
Eso mismo, con dicho título, ve ahora la luz de la mano de Destino, bajo el cuidado del propio Xavier Pla y con un iluminador prólogo de Maria Josepa Gallofré Virgili. Para entender algo más de este texto tenemos que remontarnos unos años antes de la primera publicación, cuando Pla está lejos de Cataluña y de la Guerra Civil.
Si Juan March ha pasado a la historia como el principal empresario que se puso de lado de los sublevados tras el inicio de la Guerra Civil, en la segunda posición debería estar el político y líder de la Lliga Regionalista Francesc Cambó. Desde el nacionalismo catalán conservador pensó con ingenuidad que ayudando a los que se levantaban en armas contra la República podría sacar algún provecho. Eso es lo que lo animó a crear los llamados Servicios de Información de la Frontera Nordeste de España (SIFNE) de la que formaba parte como uno de sus colaboradores Josep Pla. Pero no parece que el escritor fuera muy útil en aquella agencia dedicada a reunir información para los franquistas. Joan Estelrich, el secretario de Cambó, así lo creía y se lo comunicó a su jefe en una carta del 14 de enero de 1937: «Yo no sé los resultados que Pla pueda dar en materia de espionaje, pero soy más bien escéptico. En cambio, Pla es una primera figura literaria en Cataluña. Actuando conmigo, cerca de los grupos literarios y periodísticos en París, podría impactar, por su espíritu cáustico y su gracia literaria». La misiva concluía con una recomendación: «En fin, sería un intelectual de marca, catalana, que se manifestaría ostensiblemente al lado de Burgos».
Pero Josep Pla nunca publicó ese manuscrito bajo el auspicio de Cambó. Lo haría en 1940 en la entonces naciente editorial Destino en una serie de cuatro tomos. Por aquel entonces, Cambó, el hombre que le había dado apoyo económico durante la Guerra Civil, hacía ya algún tiempo que había huido a Argentina, donde se exilió tras constatar que el nuevo régimen no iba a apoyar un nacionalismo catalán de derechas como el que el político prodigaba. Gracias al impulso de Josep Vergés e Ignacio Agustí, finalmente el autor ampurdanés pudo dar a la imprenta un libro que ha quedado olvidado, como si se tratara de algo que era mejor olvidar, uno de esos pecados que se cometen cuando hay que salvar el pellejo. Cabe decir que, pese a la leyenda, el propio Pla le formuló el 22 de enero de 1965 a su editor la posibilidad de incluir aquel texto en algunos de los tomos de su voluminosa obra completa. «¿Qué se debe de hacer con la Historia de la Rep.?», preguntaba de esta manera a Vergés, como demuestra Xavier Pla en un estudio introductorio de la nueva edición. Por desgracia, el editor se limitó a guardar silencio.
Y hay otro punto que tampoco puede olvidarse. El descubrimiento del manuscrito original en catalán hace que tenga una respuesta definitiva la pregunta de si existió una literatura franquista en catalán. Es evidente que no, porque el franquismo no quiso saber nada de un idioma que no fuera el español, aunque este también se hablara en la Península.
La nueva edición recoge fielmente lo redactado por Josep Pla en el manuscrito rescatado del olvido. Gracias a él podemos saber mucho más de la manera de trabajar del «homenot» por excelencia, con detalles tan llamativos como que los discursos parlamentarios fueron sacados del «Diario de Sesiones» del Congreso de los Diputados. Una copia se encontraba en la biblioteca del Ateneu Barcelonès de donde Pla arrancó sin ningún pudor las páginas para incluirlas en su manuscrito. Con el tiempo, Miguel Utrillo denunciaría que empleó una cuchilla para recortar esas páginas.
En «Història de la Segona República Espanyola», Josep Pla nos propone una mirada más propia de un periodista que de un historiador. No omite su opinión y no oculta el hecho de simpatizar poco con la causa. Para ello mezcla lo aparecido en los periódicos de la época, con aquello que él sabe como cronista y testigo directo de aquellos hechos. No oculta su punto de vista crítico. Por ejemplo, cuando rememora los hechos del 14 de abril de 1931, Pla apunta que, pese a que no se ha vertido ni una gota de sangre, los republicanos sostenían ese día a la hora del aperitivo que España era «un país infantil, atrasado, de una cultura política primitiva y basta». Sin embargo, a medida que iban avanzando los acontecimientos en esa fecha, a la hora del aperitivo más nocturno, los diarios escribían «¡Pueblo admirable! ¡Glorioso pueblo español, de una madura y plena mayoría de edad, figurarás en la historia universal como el más consciente, el más capaz, el más digno!». Son contradcciones que, a los ojos de Pla, resultan agradables «para las personas que tienen el espíritu preparado para aprovecharse, las que generan sobre España las grandes catástrofes».
El observador por excelencia juzga con cierta indiferencia todos esos acontecimientos, incluso el día 13 de abril de 1931, cuando se impone cierto runrún en las calles de Madrid por la posibilidad de la llegada de la Segunda República. En el manuscrito, Pla recuerda que «las organizaciones obreras han decidido iniciar la comedia y echan a la gente a la calle». Con personas protestando y poca fuerza pública, el escritor tiene la amarga impresión de que «más que una manifestación política, parece una mala tarde de toros en cualquier arena del país».